martes, 30 de junio de 2009

14. EL CEMENTERIO CENTRAL DE VIENA

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Hay quien dice que la arquitectura nació para rendir culto a los dioses o a los muertos (esos santos que ya no harán mal a nadie) y que para reencontrarse con la arquitectura no hay como visitar cementerios. Yo lo hago habitualmente, y no sólo por devoción hacia la arquitectura, sino por acercarme a los restos y la memoria de aquellos personajes cuyas ideas o cuyas obras están tan próximas en mi vida.

El cementerio central de Viena es uno de esos sitios donde te puedes encontrar con gente de lo más querida y donde algunas tumbas pueden moverte a toda una reflexión simbólico-arquitectónica.

Por ejemplo, la tumba de Adolf Loos que he puesto arriba es todo un logotipo de la arquitectura de la modernidad. Quienes hayan leído el anterior post sobre el cementerio de Módena establecerán fácilmente la conexión entre el osario de Rossi y este pesado cubo de piedra de formas geométricas tan rotundas. Despojada del ornamento, la arquitectura encuentra lo mejor de sí en la racionalidad y sencillez de la geometría, -parece ser el mensaje de Loos para la arquitectura del siglo XX.

Sin embargo, en el mismo cementerio está la tumba de un coetáneo y amigo de Loos, Arnold Shöenberg, cuya factura (o fractura) parece anunciar tiempos plásticos más turbulentos:



La pregunta es inmediata. ¿quién le diseñó la tumba a Schoenberg? ¿desde cuando estaba pensada? Es de suponer que la tumba de Loos, fallecido en 1933, la diseñó él mismo, pero para la de Shoenberg, muerto en 1951, tuvo que haber una mano experta y muy irónica detrás: pues mientras que las propuestas del arquitecto se simbolizan con el orden y el equilibrio, las del músico apuntan hacia la deconstrucción. Vivieron el mismo tiempo, la muerte les separó dieciocho años, pero las tumbas les separan casi un siglo.



Muchas otras tumbas atraen nuestra atención en el Cementerio Central de Viena. Yo acepté fotografiarme junto al olvidado Camilo Sitte, amante de la riqueza espacial de la vieja ciudad, machacado tanto por el cubo de Loos como por las fracturas arquidodecafónicas.



O también posé con gusto junto al más discreto y prolífico Joseff Hoofman, quien fiel al viejo monumento al arquitecto muerto (la columna truncada) parece que se diseñó como recuerdo un sobrio pilar prismático levantado hacia el cielo.



Justo en frente de la parcela donde están enterrados los grandes músicos (Beethoven, Brahms, Schubert) encontré un enorme panteón de granito rojo de un ricachón que al parecer quiso estar en primer fila para no perderse las múltiples muestras de cariño de los numerosos aficionados musicales que no cesan de traerles flores. Claro que..., igual está allí para ofrecerles asiento tras la oración..., pues el señor del panteón no es otro que el famosísimo fabricante de sillas Michael Thonet. Ya veis, yo acepté como silla los bordes de su panteón para contemplar y fotografiar en el paisaje los mucho más refitoleros monumentos funerarios a Beethoven (izquierda) y Schubert (derecha):



Aunque para refitoleros y kitch las numerosas tumbas alegóricas que pululan por doquier. Aquí, por ejemplo, la de un alpinista:



Y aquí la de un precusor de los enanitos de los chalets franceses:



Bueno, unas u otras podrán mover a la reflexión o la sonrisa, pero por lo menos no invocarán la desolación de un lugar como el cementerio de Módena, donde la arquitectura expresa la desposesión de los símbolos de los enterrados, y su apilado en serie.