jueves, 4 de noviembre de 2010

41. TRES LUGARES EN LA RIOJA

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Carlos Muntión, creador y director de la revista riojana Piedra de Rayo, me llamó a finales de la primavera para pedirme que eligiera mis tres lugares favoritos de La Rioja y le mandase alguna foto y un breve comentario de ellos. Su plan era hacer un número de la revista con los lugares elegidos por sus amigos y colaboradores, pero como resultó que cada cual entendió el encargo de forma distinta y el refrito no parecía tener mucho sentido, el proyecto se quedó en eso.

Yo tampoco sabía muy bien en cual de mis blogs ponerlos luego (para que no se me perdieran u olvidaran), porque en vez de los lugares construidos que habitualmente traigo aquí (edificios) mi elección tuvo que ver con tres puntos concretos de la geografía o la naturaleza riojana.

De todos modos, como los lugares me interesan mucho más que los edificios, o como éstos sólo me interesan por su capacidad de señalar, crear y dignificar lugares, creo que esos tres articulitos quedan bien en este blog y hasta es posible que este nuevo enfoque que le dan pueda ayudar a mejorarlo.



GEMBRES



Empeñados en buscar belleza en el campo, los montes, o la Naturaleza, no nos damos cuenta de que vemos en ella, o bien productos artificiales (las fincas agrícolas, los caminos, los bosques de vegetaciones seleccionadas, etc.), o bien las formas de la ruina y del paso del tiempo, es decir, las huellas que van dejando la lluvia, la erosión y el abandono. Visto así, un monte es el resultado de un proceso constructivo orogénico o geológico más o menos rápido, y... millones de años de ruina. 

Yo nunca me había hecho estas reflexiones cuando miraba desde mi pueblo las dos peñas de Gembres, así que en vez de ruina y deterioro siempre me parecieron dos torres clavadas en el monte,  dos edificios recién hechos por la mano del hombre. También el monte de Cellorigo, un poco más al Oeste de las Peñas de Gembres, se me aparecía como un gran castillo almenado, por lo que bastante antes de que aprendiera eso de que ahora la Naturaleza imita al Arte, yo ya lo imaginaba viendo los montes más cercanos. Las Peñas de Gembres no eran sólo las formas caprichosas de un monte sino unos edificios tan singulares de nuestro pueblo como la torre de la iglesia o el castillo.

Ahora que lo digo así, cada una de ellas podría ser el reflejo de estos dos grandes edificios de piedra de mi pueblo, aunque no a simple vista: cuando se miran las dos Peñas de Gembres desde Anguciana piensa uno que, etimológicamente, su nombre tendrá que ver con la palabra “gemelas”, porque su volumen y su altura son prácticamente similares. Sin embargo, cuando se aproxima uno a ellas escorándose hacia Cihuri o Sajazarra, la peña de la izquierda se afila como la torre de la iglesia mientras que la peña derecha se ensancha como la torre del Castillo. 




Más allá de los juegos de la imaginación sobre las relaciones entre las obras de la naturaleza y las del hombre, me resulta emotivo contar que las Peñas de Gembres han llegado a formar parte de mi imaginario hasta el punto de que en cierta ocasión entraron también en el reino de mis sueños, y no precisamente en los de la escalada. Obsesionado y dolido por tanta destrucción del patrimonio arquitectónico de nuestra provincia una noche tuve la pesadilla de que una empresa de extracción de grava había iniciado el derribo de las Peñas. En uno de los fotogramas del sueño llegué a ver cómo las cintas transportadoras del mineral molturado llegaban hasta la mismísima plaza de mi pueblo.

Tengo que decir con cierta tristeza, que parte de la pesadilla se ha hecho realidad: la plaza de Anguciana la han pavimentado este año, no exactamente con caliza molturada, pero sí con unas enormes losas de granito cuyo coste clama al cielo. Así que el único consuelo del despertar es comprobar que las Peñas de Gembres todavía siguen en pié.




EL BARRANCO DE SANTA LUCIA




A los tradicionales deportes de subir cimas y meterse en cuevas se ha unido últimamente el del descenso de barrancos con esa sensación de movimiento y peligro que tiene que provocar el discurrir por las aguas salvajes que pasan entre las paredes de las gargantas. Por desgracia (o mejor, por suerte) el Barranco de Santa Lucía no entrará en el circuito de descenso de barrancos pues excepto durante unas pocas horas al año, justo después de una tormenta en que bajan a turbión, por el lecho de su profunda hondonada en V tan solo se ve un hilillo de agua.

El barranco de Santa Lucía pertenece más bien a una serie de lugares riojanos donde la erosión de las aguas crea unas heridas y pone al descubierto unas carnes tan rojas como las nuestras o, en general, como las de los mamíferos. El barranco de Santa Lucía muestra, como algunos otros lugares de esta región, que bajo una fina piel verdosa la tierra tiene el color de nuestra sangre y quizás también sus deseos y pasiones.


En los escasos cuatro kilómetros que tiene se pueden diferenciar tres zonas. En su nacimiento se hace patente más que en ninguna otra parte la sensación de herida o de tajo. Justo un poco más abajo del pueblo de la Villa, bajando por el camino que va a Santa Lucía, las agrestes erosiones superficiales de la ladera Norte del Cerro del Castillo dan lugar a una profunda hendidura que acongoja por dos razones: la primera por la sorpresa del tajo; y la segunda, ay, porque aún hay gente en la zona tan guarra e incivilizada que tira en ese punto sus escombros y basuras.



Un poco más abajo de esa herida infectada, se adivinan las trazas de un camino que desciende al mismo fondo del barranco. Es un punto excelente para adentrarse en su interior y recorrerlo longitudinalmente, al menos hasta otro camino que lo cruza a la altura del pueblo de Santa Lucía. Es un sendero salvaje con no demasiadas emociones o dificultades pero que por estar por debajo de la piel de la tierra nos permite durante un rato sentir de cerca sus palpitaciones interiores.

Cuando el barranco llega a Santa Lucía recomiendo subir  por el camino de enfrente para admirar la gran fachada rojiza sobre la que parece asentarse el pueblo. Si eso se hace al atardecer de un día de primavera, el intenso color rojo de la tierra y el juego de luces y sombras de las pequeñas cárcavas perpendiculares al barranco ofrece un cuadro bellísimo.


Desde ese punto hasta su desembocadura en el Jubera hay aún otros dos kilómetros por recorrer. Las mejores paredes se sitúan esta vez en las curvas del lado norte, por donde rezuma el agua que se filtra de la gran finca de “la Lomba” hasta bien entrado el verano.

Si no fuera por el peligro que tienen las declaraciones hechas por la Administración yo sugeriría protegerlo y declararlo“Parque Natural”; pero mejor pasar la voz y visitarlo en el silencio y soledad que ofrece durante todos los días del año. 






BOCA DE OJA




Uno de los momentos más felices del comienzo del verano de aquellos años de nuestra infancia era estudiar cómo habían dejado el río de Anguciana las crecidas del invierno, y cuáles iban a ser los pozos favoritos para bañarnos ese año. Los caprichos del movimiento de la glera bajo las furiosas aguas de las avenidas del río y sus choques o remolinos con alguno de los accidentes casuales que encontraban a su paso, como unos árboles caídos o unos gaviones de protección recién hechos por el Ayuntamiento, hacían que cada año el río fuera nuevo y distinto al del año anterior.  Bien es cierto que las losas de arenisca de su margen izquierda aseguraban tres o cuatro puntos fijos donde seguramente habría “pozo”, como en Zarra, Viñas Viejas o Taranco, pero como esos lugares se los sabía todo el mundo e iban a estar muy concurridos, nosotros preferíamos los de temporada y descubiertos por nosotros mismos.


Como todo el mundo sabe, el río Oja y el río Tirón se juntan un poco más abajo del paso de este último por Cihuri, o también, un poco más arriba del punto en que ambos, con sus aguas ya juntas, pasan por Anguciana. Pues bien, nuestra exploración se solía acabar justo en ese punto, en boca de Oja, donde el choque entre ambas aguas aseguraba que también allí habría siempre un pozo. Un pozo, a la sazón muy divertido, ya que al traer el Oja las aguas un poco más frescas que las del Tirón, el baño tenía (y tiene) el aliciente del  jugueteo térmico.

Hace un par de años traté de repetir aquella experiencia infantil recorriendo el río de arriba abajo y casi se me rompe el alma. Por una parte, el Oja sigue siendo un río salvaje y sin represar en cabecera, y por otra, el pequeño embalse de Leiva tampoco le ha quitado los bríos estacionales al Tirón, así que todavía nuestro río puede seguir haciendo de las suyas a la altura de Anguciana. Ahora bien, a su paso por el pueblo lo han encauzado en línea recta con unos gigantescos pedruscos traídos de no se sabe donde que causan auténtico dolor. Y allí donde no pasa por el pueblo, el abandono de las orillas por la ausencia de pastoreo y el descuido de las salciñas y los árboles caídos, hacen que el río parezca una ruina. Imposible por tanto de recorrerlo y de bañarme en algún pozo recoleto y solitario, no me quedó otra opción que ir al siempre seguro pozo de Boca de Oja. El del jugueteo de las aguas a diferentes temperaturas. 


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