miércoles, 28 de octubre de 2009

16. LA CABAÑA en TODTNAUBERG de MARTÍN HEIDEGGER

.


Poco antes de salir hacia el sur de Alemania para pasar las vacaciones del 2008 cerca del Bodensee , di por casualidad con un librito sobre la cabaña de Heidegger editado por GGili. No bien lo hube ojeado en la misma librería ya vi que el libro tenía muy poca sustancia, pero de todos modos lo compré, más que nada como guía de excursión. Unos datos en internet hubieran sido mucho más baratos y menos plomizos pero hasta la desaparición definitiva de los libros aún quedan unos años.

Como no podía ser de otro modo, el librito en cuestión era la versión reducida de la tesis doctoral (¡nada menos!) de un arquitecto y profesor de arquitectura de Cardiff, o sea, Gales, Gran Bretaña, y todo él estaba escrito en el doble tono reverencial suscitado, en primer lugar, por el influjo del habitante de la cabaña, y en segundo lugar, por el academicismo propio de las tesis doctorales.

En relación con Martín Heidegger alguien debería más bien escribir un tratado sobre sus artes del hechizo (o incluso de hipnosis) sobre sus discípulos, alumnos y estudiosos, porque por todo lo que he leído en torno a su figura, al parecer emanaba un respeto inusual. El mismo respeto que te da el no entender ni papa de sus libros, especialmente del famoso Ser y Tiempo en la traducción del asturiano mexicano José Gaos. (Debe ser muy bueno todo esto, -decíamos los irreverentes estudiantes de arquitectura cuando algunos esforzados profesores trataban hacer semiótica con la misma-, porque no entendemos nada). Que yo sepa, sólo a los valientes Thomas Bernhard (“Heidegger era un charlatán del mercado filosófico”) o Eduardo Gil Bera (“teólogo vergonzante”) les he oído faltarle al respeto con gracia y fundamento. Los periodistas no han dejado de dar vueltas a su filonacismo a ver si así se curaban de la devoción general de sus discípulos, pero ni por esas.

Por supuesto que he hecho más intentos de acercamiento a los textos de Heidegger más allá del Ser y el Tiempo, y como arquitecto que uno es no podía dejar de leer, releer y citar cuanto pudiera, el tan cacareado Bauen Wohnen Denken (Construir Pensar Habitar), pero las más de las veces (Caminos del Bosque, De Camino al Habla, Conferencias y Artículos, Introducción a la Metafísica, o Hölderlin o la esencia de la Poesía, y algún otro más que no recuerdo) no he hecho sino sufrir verdaderas fatigas lectoras para extraer poco más que algunos giros lingüísticos o efímeras expresiones poéticas sobre las más grandiosas y abstractas palabras. No sé, igual me ha quedado algo más de todos esos esfuerzos, pero como digo, no sabría decir muy bien donde los tengo.

En todo caso, como gozo de gran curiosidad por poner lugar, cara y vida a los grandes nombres de la historia y de los libros, la oportunidad de visitar la cabaña de Heidegger, en donde según los datos aportados por su doctorando arquitecto, no se retiraba a disfrutar de la naturaleza (como hacemos casi todos) sino a pensar desde ella, desde sus fuerzas primigenias, etc (v. pag 66), era todo un caramelo para mis vacaciones.

Y así fue. La tarde del viernes 25 de julio del 2008 nos llegamos hasta el pequeño pueblecito de Todtnauberg (un conjunto de casas desordenadas en el paisaje de la Selva Negra), aparcamos en lo que creímos era el albergue juvenil del pueblo (ni las indicaciones del libro del galés resultaron útiles como guía de viaje) y fuimos paseando monte arriba por los “caminos del bosque” hasta dar con los escondidos accesos (únicamente peatonales y hasta yo diría que montañeros) de la famosa cabaña.




Hacía un bochorno del carajo y el sol picaba de lo lindo así que como sus herederos no “moraban” esa tarde en la casa, hicimos mangas y capirotes de las advertencias de Privateweg y Durchgang verboten y nos aposentamos en los alrededores de la misma para ver si así se nos ensanchaba el entendimiento de la existencia. Sí, ya sé que legalmente eso está muy mal, pero yo me niego a reconocer como privado algo tan evidentemente público. Si buena parte de los pensamientos de Heidegger salieron de esa casita, y yo ya he pagado en cientos de horas el esfuerzo por desentrañar esos pensamientos, algo de esa cabaña era mía, qué caramba. Por lo menos, la media hora que pasamos sentados alternativamente en la escalerita de la puerta, pues por no tener, la casa no tiene ni un maldito banco exterior para sentarse fuera. Se ve que todo en la filosofía es interior, muy interior y profundo.



Como esquiadores que somos, lógicamente nos atraía mucho la vista hacia esa pista que se ve a la izquierda según se mira desde la puerta de la casa.



Pero nos imaginamos que en pleno invierno, viendo y oyendo la algarabía de esquiadores subiendo por los arrastres y bajando por la pista, pocos pensamientos profundos sobre la existencia se nos iban a ocurrir.




Como queriendo evitar el goce y la distracción de las amplias panorámicas, unos pocos árboles delante de la puerta cierran la vista directa de la casa hacia el valle, aunque... no consiguen evitar que por entre sus ramas se cuelen los innumerables ruidos que ahora producen todo tipo de artefactos mecánicos. En el poco rato que allí estuvimos, los tractores, las motosierras y una máquina machacona del caserío más cercano no pararon de llenar el ambiente con sus ruidos, y aunque en los tiempos del filósofo no debía de haber tantos motores, seguro que algunos de ellos, incluso menos silenciados que los de ahora, llegarían hasta la cabaña.



Con el calor que hacía, obviamente nos acercamos a la rústica pero cuidada fuentecita en madera de la casa (única instalación de fontanería de la misma) a beber agua y refrescarnos. O a beber (metafóricamente) de las mismas fuentes de la sabiduría que el gran filósofo. El excusado, según los planos de la casa, está detrás de la misma, y puesto que estaba cerrado y no hubo falta, quedamos mismamente excusados de su visita.



A menos que el autor o la editorial me regañen por el escaneo (en el copyright dice que cualquier reproducción está prohibida salvo excepción prevista por la ley (¿?) / y seguro que estoy en la excepción...) pongo aquí la planta de la casa.



Y la foto con las coordenadas y el localizador de Google Earth (ahí sí que no me pillan los del copyright, ¡Viva Google Earth!)



http://maps.google.es/maps?ll=47.858755,7.9504019&z=15&t=h&hl=es

Que Vds “filosoffen” bien.

jueves, 15 de octubre de 2009

15. MI ULTIMA CASA

.


Creía que al proponerme escribir sobre las casas que he habitado a lo largo de mi vida iba a dar con un gran filón para este blog pero resulta que no me es fácil ponerme a decir algo razonable sobre ellas. Seguramente porque es un asunto muy íntimo. Puse hace tiempo la casa en que nací, y luego no he puesto más, así que no sé si al poner hoy la casa que tengo destinada a guardar mis restos habré concluido con este capítulo. Ya veremos.

Creo haber contado por algún lado (sí, en el blog de Anguciana, entrada LA DULA) que uno de mis primeros trabajos como estudiante de arquitectura fue levantar el plano del cementerio de Anguciana para el Ayuntamiento, entonces regido por mi padre. Recuerdo hasta los honorarios, siete mil pesetas de 1973, y el destino que las dí, una Bultaco Mercurio de quinta mano que aún tengo en un garaje. Me gustaría poder ver algún día ese plano porque reflejaba el estado anterior a la masiva construcción de nichos y panteones que se ha hecho en este cementerio durante los últimos treinta años, panteones, sobre todo, que han acabado con la imagen bucólica de tumbas en tierra y cruces de hierro negras que aún tenía por entonces.



Contemporánea de aquel interés de mi padre/alcalde por organizar el cementerio en su totalidad, fue la delimitación y reconstrucción de la propia parcela familiar situada en el rincón noroeste del recinto, junto a las paredes de la ermita. Y a fé que lo hizo bien y que ese lugar me encanta, porque lo hizo de un modo bastante desordenado y austero.

Para empezar se recogieron los restos de los frailes del convento, quienes seguramente por querencia hacia la propiedad del castillo que ellos ocuparon después de mi familia, se habían metido también en el terreno de la tumba familiar. En la pared quedó una placa conmemorativa de todos ellos, aunque sus restos debieron trasladarse al osario común que estaba más o menos donde luego se construyeron los nichos.



En su lugar se construyó un segundo depósito de féretros para la familia, pero a diferencia del viejo, que sobresale medio metro por encima de la rasante, se dejó a ras de tierra, lo que le da al lugar un cierto aire de provisionalidad que no tiene nada que ver con la eternidad de su destino. Recolocó la cruz que acompañaba de un modo poco ortodoxo al primer depósito (recuerdo que no lo hacía en la posición tradicional de cabecera, sino que estaba colocada simplemente a su lado), y delimitó el recinto con una cadena agarrada a otras dos piedras que podrían ser otras dos cruces truncadas como en el Gólgota.



Por supuesto no se puso ningún nombre ni soporte para que lo hubiera. Y me parece un detalle bellísimo. Aparte del “deshabillé” general, esa ausencia de titulares es seguramente lo más hermoso de ésta mi última casa: que nuestros restos se separen para siempre de nuestros nombres; que los nombres subsistan un poquito más en la memoria de los vivos y que los cuerpos o sus cenizas (solución ésta más higiénica, al parecer) vuelvan anónimamente y con la mayor humildad a la tierra.

En fin, uno nunca sabe cuánto durará la memoria de su nombre, ni si acabaré en ese lugar que tanto me gusta,-porque una cosa sí que tengo clara, y es que si muero lejos de él, nada me parece más tonto que andar transladando con gran gasto lo que no será sino polvo en cualquier parte del mundo. Prefiero, con mucho, contemplar con cariño ese lugar mientras viva y celebrar a mi padre como su arquitecto.