viernes, 30 de abril de 2010

29. LA CAVEAU DE LA HUCHETTE. París.

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Muchos de los lugares memorables (LHD) de mi vida los he descubierto por casualidad, sin guía alguno ni consejo amigo. Quizás por eso guardo de ellos un mejor recuerdo. Así es en el caso de la Caveau de la Huchette en París. Fue en un lejanísimo viaje de estudios a París (enero de 1991) con la Escuela de Artes y Oficios. Paseando con Javier Dulín y Carmelo Argaiz por las callejuelas del barrio latino una noche después de cenar, oímos o vimos algún cartel anunciando jazz y nos metimos para dentro. El flechazo fue instantáneo. El lugar era, en efecto, una doble cueva de piedra donde sonaba una alegre música dixie en directo. Pasamos una velada deliciosa pues en el día que nos tocó en suerte no sólo se escuchaba jazz sino que se bailaba. Se bailaba el charleston, es decir, la vieja música dixieland europeizada.

He estado unas cuantas veces más en París pero una vez porque no conseguí encontrarlo y otras porque no programé bien la noche, aún no he vuelto a tan estupendo lugar.

Ha sido también por casualidad viendo BONJOUR TRISTESSE de Otto Preminger que he vuelto a ver sus paredes, escuchar su música y ver bailar dixie a la gente. Sucede en una corta escena hacia el minuto 56 de la película pero al menos he conseguido tomar el fotograma de arriba. Y de paso, este otro de la bellísima Jean Seberg que la protagoniza.



Para otra vez, con Google Earth no hay pérdida:



Y con su web en internet, la programación siempre estará a mano.
Si vais a París no dejéis de ir, y si os gusta, ya sabéis..., una oración por mí.

viernes, 23 de abril de 2010

28. EL PATRONATO MILITAR VIRGEN DEL PUERTO. Santoña, Santander

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Hace trece años visité con mi mujer y mis hijas el que fue mi colegio internado entre los diez y los quince años e hice un buen reportaje fotográfico. Comiendo en Madrid no hace unas semanas, mi hija mayor me preguntó por aquel edificio y me pidió que le diera detalles. Tuve que pedir un bolígrafo a la camarera y según iba dibujando en las servilletas de papel sentí que me entusiasmaba con la gran riqueza de pabellones y patios que poseía aquel micromundo en que viví mi primera adolescencia. De vuelta a casa pensé que para poner en orden lo que fue una conversación de sobremesa debería sacar del cajón aquellas fotos y dedicarle un “edificio LHD” con todo merecimiento de causa. Sí, ya sé que corro el riesgo de incurrir en las batallitas del abuelo en vez de hablar de arquitectura, pero ese va a ser siempre el problema de ese apartado llamado “mis casas” que un día me propuse ir poniendo aquí. Como la presencia de los visitantes en las fotos tampoco va ayudar a separar la arquitectura de la nostalgia, si os animáis a seguirme en la visita, os pido un doble esfuerzo de comprensión, es decir, tratar de eliminar a los visitantes de la imagen para no tener que hacer un tremendo trabajo de photoshop. Bueno, dicho esto, vamos con ello.

No conozco la historia de ese edificio ni cómo se gestó, pero el caso es que cuando yo entré en él el 5 de octubre de 1963 para el curso 63-64 estaba perfectamente organizado para funcionar como internado e instituto de bachillerato. También venía funcionando como colonia veraniega para hijas de militares, y así fue como lo había visitado previamente, no sé si en el verano previo o el anterior, porque mis padres mandaron allí a una hermana mayor a pasar un mes de vacaciones. De paso lo conocimos todos y tomaron la decisión de internarme en él. Era costumbre entonces mandar a los hijos a estudiar en un internado (mis tres hermanos mayores estaban ya en sendos colegios religiosos en Javier y Murguía) y como ser el cuarto supondría ya un gasto considerable, la fórmula de enviarme a un patronato para hijos de militares, resultaba mucho más económica. El internado de invierno e instituto se había puesto en funcionamiento tan sólo tres años atrás, es decir, en el curso 1960-61, con dos cursos de bachillerato, 1º y 2º. Cuando yo entré había sólo cinco cursos, desde primero hasta quinto. En los años siguientes se fueron rellenando los dormitorios y las aulas hasta los siete cursos de que constaba por entonces el bachiller completo. Como digo, yo estuve allí hasta el curso 67-68, así que tuve más que tiempo de que el lugar dejara huella en mí. Pero dejemos ya los datos personales de una vez (darían para un blog entero) y entremos en la descripción de la riqueza espacial de ese pequeño mundo.

El emplazamiento del colegio es extraordinario: una parcela longitudinal frente a la bahía de Santoña con vistas al puntal de Laredo (por entonces un arenal sin ni una sola edificación). Entre el edificio y el agua, un gran espacio verde usado como campos de fútbol, y más allá del verde, un largo espigón sobre la pequeña y efímera playa, que sólo se descubría en marea baja. Esta es la vista desde el puntal de Laredo en una foto tomada hace un par de años:



En esta otra foto, que he tomado del Panoramio, se aprecia muy bien la relación del edificio, a la derecha, con el espacio abierto de juegos y el mar. Y al fondo a la izquierda se ve parcialmente la silueta del Monte Jano:




Lo curioso del caso es que siendo el Cantábrico un mar al Norte, la singularidad de la bahía hace que el edificio estuviese perfectamente orientado a Sur. Y ya que hablamos del sur, vaya aquí junto a la foto áerea de Google, la foto del puntal de Laredo en la visita de 1997, es decir, totalmente lleno de edificios de apartamentos veraniegos. Insisto, en 1963 no había apenas ningún edificio en él.





Acercándonos con Google Earth veremos ya la planta del colegio con todos sus pabellones, pero antes de eso me interesa comentar también que la perspectiva hacia el Noreste tenía aires montañeros, con el monte Buciero detrás y el cierre bélico de un viejo fortín habitado entonces por gitanos en plan “ocupa”.








Entrando en detalle, la siguiente imagen es la de la planta del colegio, en donde he puesto hasta 20 números para distinguir los edificios y espacios más representativos:



Describir cada uno de esos lugares con sus especiales características y la vida que se hacía en cada uno de ellos me llevaría mucho más de un post así que voy tan sólo a hacer una descripción telegráfica y a poner las fotos que tengo de aquella visita de 1997.

El edificio 1 (foto de presentación de este post) era el de la entrada principal y el de la dirección del centro, tanto del internado como del instituto. Tiene una decoración en piedra algo refitolera pero se puede aguantar. Lo importante es que da acceso al patio central (11) y a un corredor que lo circunda a modo de medio claustro cerrado con cristaleras. No tenía entonces ese torpe pedestal en el centro que le han hecho para la bandera, pero sí esas dos fuentecitas de agua cuyo uso tan frecuente las convertía en auténticos focos de vida







Los pabellones señalados con el n. 2 tenían tres plantas (voy a hablar siempre en pasado porque aunque el edificio aún está en pié mi referencia es la de los usos que tenía cuando lo habité). En la planta baja estaban las aulas orientadas a sur a las que se accedía por un gran pasillo usado como zona de recreo cuando el tiempo era lluvioso.








Por una escalera situada junto al patio central se subía a los dos pisos superiores destinados a dormitorios. Entre el cuerpo de la escalera y el pabellón propiamente dicho sobresalían unos pequeños cuerpos que correspondían a los aseos y baños de las tres plantas.


En el edificio n. 3 que puede verse en la foto de la fuentecita del patio detrás de la hilera de plátanos, estaba instalada una pequeña comunidad de monjas de hábito blanco que gobernaba los asuntos domésticos del centro. También contenía la consulta médica y una enfermería con camas. En planta baja, además estaba el aula específica de Dibujo Artístico.

Con el número 12 he señalado el patio de acceso al comedor (pabellón n. 4) lugar de paso que tenía una especial peculiaridad: la presencia del pequeño pabelloncito n. 10 donde vivían las “chicas” o “señoritas” que se ocupaban de la limpieza y servicio del colegio. Eran chicas jóvenes de entre 15 y 30 años que como se puede uno imaginar, constituían nuestro mayor referente femenino y erótico. (Es lógico que en la visita de las fotos pusiera allí a mis tres mujeres). Detrás de ellas puede observarse el paso cubierto y acristalado entre el pabellón de aulas y el comedor (edificio 4). El pabellón del comedor tenía dos plantas: el comedor abajo y arriba un aula gigantesca de usos múltiples.



Detrás de este paso aparecía otro patio alargado y sin cementar (13) que llevaba hasta la cocina (5), la lavandería (6) y el cine (7). Un gran patio donde todas las tardes hacíamos una larguísima fila para recibir la merienda junto a la puerta de la cocina.


Desde el patio central y en sentido opuesto se iba por un patio sin cementar a la capilla (pabellón n. 8), aunque lo normal era acceder a ella por un paso cubierto y acristalado similar al del comedor, que en esta foto se aprecia mejor:




Tras ese paso había un último patio cementado (15) cerrado al monte con una pared de frontón. Sin embargo, el uso más feliz de aquel espacio cuando yo estuve allí, fue el de cancha de baloncesto.




Detrás de la capilla, que como puede verse en la foto anterior era de una sola planta, había otro patio sin pavimentar y un pabellón que se estrenó justo el año en que yo llegué: el gimnasio (9).





La puerta verde que se ve justo delante del gimnasio era la del taller del mantenimiento de todo el colegio. Aún recuerdo lo serio que era el tipo que lo llevaba.

Me dejo algunas cosillas, como el campo de balonmano (16) que se construyó estando yo allí y en el que jugué en no pocas ocasiones (se puede ver en la foto que ilustra los pabellones n. 2), o el inaccesible jardín francés (17) que había delante del pabellón de aulas del lado del comedor, pero no me alargo más porque seguramente me volverían a salir recuerdos personales, y porque prefiero acabar el post con un pensamiento sobre arquitectura: el de que me es imposible imaginar que un arquitecto de nuestra época hubiera sabido hacer un edificio tan contundente, tan complejo y con un repertorio mínimo de patterns tan sencillos en un lugar tan excepcional.

viernes, 16 de abril de 2010

27. CANEJAN, Valle de Arán, Lérida, España.




Cuando aún tenía yo afición (afecto) por la arquitectura de nuestro tiempo, sentía también cierta devoción por los orígenes de la arquitectura: ya se sabe, los mitos fundacionales, los dibujos de Laugier sobre la cabaña y todo eso. Es lógico que años después, cuando aquel afecto se ha trocado en decepción, la devoción por la arquitectura primitiva se haya convertido casi en una necesidad. La visita que cuento hoy aquí es de los primeros tiempos. Pero el blog es cosa de ahora.

Caneján es el pueblo del Valle de Arán más próximo a Francia en la salida del río Garona hacia el norte. Pero en vez de estar junto al río, se encarama a la ladera del último valle secundario del propio Arán, el valle del río Torán. Para situarnos, la perspectiva aérea que he tomado desde el Oeste sobre el mapa que nos ofrece Google Earth, es inmejorable.


Vemos serpentear el valle principal con la línea de los tres miles separándolo de España mientras que tras la línea de cumbres de la izquierda, algo más baja, estamos ya en Francia. Deudores del Garona vemos por la derecha el valle de Arties y el de la Artiga de Lin y por la izquierda, el Varrados y el que ahora nos interesa, el del río Torán. No cabe duda alguna de que el Valle de Arán es una unidad geográfica extraordinaria.

Pues bien, cuando fuimos allí de viaje de novios Rosalía y yo en 1978, recordaba del trabajo de 1974 para el COAC que sólo en Caneján quedaban unas casas (o bordas) con cubiertas de paja.

Para entonces ya había estado en el Cebreiro visitando las célebres pallozas de planta circular (orgánica) y por supuesto había sentido la misma emoción que me transmitieron los croquis del poblado de Moaña de Torres Balbas, o las clases de Rafael Moneo sobre esa proximidad formal entre el útero materno y la primera arquitectura. Pero aún no había visto nunca cubiertas de paja sobre ese nuevo estadio de la arquitectura en la que ya había aparecido el ángulo recto.

Nos adentramos con nuestro Citröen 2CV por el encajonado valle del río Torán con aquellas extraordinarias torrenteras al fondo,



y en el primer recodo avistamos la forma en la que el pueblo se asentaba en la ladera orientada a naciente.



Las pocas bordas que quedaban con tejado de paja estaban, sabía yo, en el camino que llevaba de Caneján a Bordius, justo a la derecha del pueblo.



Y una vez que aparcamos en el pueblo, para allí nos fuimos en la agradable pero distante compañía de una pareja de aldeanos.















Nuestros guías continuaron camino adelante y nosotros nos quedamos a contemplar largo rato esas reliquias arquitectónicas del neolítico y a hacernos fotos.






Siguiendo el camino por el que se fueron los lugareños, hubiéramos podido llegar a Bordius, pueblo abandonado en el que Soler y Santaló tomó a principios de siglo una foto en la que, no ya las bordas, sino las mismas casas tenían tejados de paja. Esa foto la publicó y puede verse en el libro LA CASA POPULAR EN ESPAÑA que escribió Fernando García Mercadal en 1930, que es la que pongo aquí (facsímil en colección Punto y Línea de la ed GG, Barna 1981):


Ya que en su día no fuimos hasta las ruinas del despoblado de Bordius, lo he hecho ahora con Google Earth:


No hemos vuelto a Caneján desde entonces y eso que tuvimos un amigo, colega de Rosalía en el MIR (el doctor Cristian Fallos se llamaba), que tenía allí una casa de un abuelo suyo que había sido medio contrabandista y que nos invitó a visitarle. (Con Cris hice un par de excursiones montañeras por la Rioja que espero contar en Montes).

Guardo también del pueblo de Caneján esta hermosa vista tomada cuando volvíamos de aquella especial comunión con esas bordas de tejado de paja que nos permitieron volver al neolítico gracias al motor de un 2CV y a nuestra ilusión.


Por las fotos que encuentro en Panoramio parece que los tejados de esas bordas han sido ya sustituidos por otros de chapa más modernos y que el pueblo está tomando el aire vulgar de cualquiera de los pueblos del valle,




así que es muy posible que no quiera volver por allí y que prefiera dejar en este blog el recuerdo de aquel gran momento.

Aunque no hay que ser derrotistas: río arriba hay una gran excursión del alta montaña hasta Montgarri que me gustaría muchísimo hacer. Eso sí, de llevarla a cabo, su historia ya no la pondré en este blog, sino en el mencionado MONTES.