viernes, 23 de noviembre de 2012

64. UNA CABAÑA BAJO LA NIEVE PARA HUIR DE LA NAVIDAD



No siempre voy a hablar aquí de las ciudades o edificios que he visto y vivido. También caben algunas arquitecturas con que las que sueño (véase también el post 45). Según se acerca la navidad y vuelvo a sentir el pánico que me provoca todo ese entramado mediático, social, sensiblero, familiar, comercial, etc. que se nos viene encima otra vez más, pienso si la arquitectura no me podría echar una mano.

Y claro que sí. La arquitectura, la buena, la de siempre, la grandiosa arquitectura siempre puede ayudarnos a vivir. Y en este caso, si nos fijamos bien, lo curioso es que el hallazgo estaba dentro del mismo paquete kitsch navideño. Buscando ideas para huir de la navidad había dado en pensar si lo mejor no sería ir a Tailandia o a una playa del Caribe para estar debajo de un cocotero. Pero un cambio de temperaturas tan radical estoy seguro que no le vendría bien al cuerpo en esta época del año. Jet laj y salto de  invierno a verano no creo que los pudiera soportar. Pero buscando justo por el otro lado, es decir, por el lado más frío, me he topado con las imágenes más cursis de la navidad, las de las cabañas bajo la nieve perdidas en el monte.



Un lugar al que poder llegar andando, un lugar en las montañas, lejos de la gente que tiene perros enjaulados que ladran todas las noches de invierno, lejos de las calles y supermercados donde no paran de sonar machacones villancicos, un lugar semienterrado por la nieve y cerca del cielo. Sin huella alguna de algún arquitecto (mirad que cosa más horrible..., no me extraña que venga en la página objetoslujosos.com ja ja ja/perdonad por ponerlo pero no es cuestión de tener que ir a CASCOTES y volver):


Si junto a esa cabaña hubiera una montaña tan grande y hermosa como la de esta foto, el resultado sería perfecto:


Pero no me pondré exigente. En la arquitectura nunca hay que ser totalitario. Con dar con un lugar con las condiciones que he puesto arriba y que no haya Arquitectura de Arquitectos alrededor ya me vale. Cualquiera de estos otros  modelos me vendría bien:








Creo que este año no me va a dar tiempo a hacérmela. Me conformaría de momento con que me la dejaran en alquiler... (si sabéis de alguna que cumpla las condiciones, avisad). En todo caso, hay una cosa de la que estoy seguro y es que de donde no me la va a quitar nadie es del lugar de mis sueños.

Desde el 23 de noviembre, para todos los lectores de edificiosLHD (y blogs asociados) ¡feliz Navidad 2012!






jueves, 4 de octubre de 2012

63. FREIBURG IM BREISGAU



A lo largo de los últimos treinta años en los que he tenido la suerte de visitar muchas ciudades del mundo, creo que sólo ha habido una que me ha llegado especialmente al corazón. Y no lo hizo por sus singulares condiciones paisajísticas, por su especial belleza, por su densidad histórica o por su grandiosa arquitectura. Al corazón no se llega por esas cosas. La Friburgo alemana (Freiburg im Breisgau) me emocionó por algo tan pequeño y sencillo como las acequias de sus calles.

Y es que siendo niño, mi pueblo, Anguciana, estaba lleno de ellas. Y digo siendo niño, porque según se fueron pavimentando las calles, se fueron tapando las acequias que las recorrían hasta desaparecer por completo. Fue un proceso del que apenas nos dimos cuenta, o que incluso saludamos como logro del progreso y del que tomé honda conciencia cuando visité por primera vez Friburgo en el año 1991.

He rastreado todo mi blog de Anguciana en busca de fotos antiguas en las que se pudieran ver las acequias que corrían por el pueblo, pero sólo he encontrado un par de ellas.


A los pies de ese niño sentado al comienzo de la plaza de la iglesia, pasaba una acequia de derecha a izquierda que llegaba hasta la esquina de las escuelas y que usábamos, precisamente, para lavarnos las manos antes de entrar en ella. Lo primero que hacíamos al entrar en la escuela era ponernos en fila para enseñar las manos al maestro y demostrar que las traíamos limpias y listas para el uso de libros y cuadernos. Y si no te las veía limpias te atizaba en las manos con la regla para que bajaras de nuevo a la acequia a lavártelas. Se puede apreciar en la foto el paso de hormigón entre la plaza del Ayuntamiento y la plaza de la Iglesia. Cuando se pavimentó la segunda y se tiraron las escuelas la acequia desapareció.

Como fueron desapareciendo todas y cada una de las acequias que recorrían sus calles y que en ocasiones, como vemos en esta otra foto a las afueras del pueblo, servían incluso para hacer la colada o limpiar los alimentos.


El sistema de acequias que recorría el pueblo no era sino continuidad del sistema de regadío de las huertas que se ubicaban al pie de las casas. Muchas de esas huertas también han ido desapareciendo así que me temo que me va a costar un poco reconstruir sobre el plano de Google Earth el esquema de sus acequias, pero a fe que lo voy a hacer. Aunque sólo sea por rescatarlas para la memoria, ya que no creo que se vuelvan nunca a recuperar.

Friburgo es una ciudad de rango muy superior a mi pueblo y bastante menos necesitada de regadío de huertas, por lo que la irrigación de sus calles tendría más que ver con motivos sanitarios o estéticos.


En cualquier caso, y a sabiendas de su convulsa historia, lo primero que hice en aquella visita de 1991 fue comprar un libro de fotografías de la ciudad sobre el terrible periodo de su reconstrucción, entre 1944 y 1952.

Lo ojeo ahora para ver cómo fueron apareciendo las acequias de sus calles bajo los escombros y como las conservaron. El alcance de la destrucción es verdaderamente impactante:



Y como ya observé en la reconstrucción de Berlín (v LHD n18) lo primero que los alemanes pusieron en funcionamiento para levantar la ciudad fue hacer circular el tranvía. Pero lo que nos sorprende ahora y me causa admiración es que junto a la reconstrucción de las vías, los friburgueses recuperaron también las acequias de sus calles y no aprovecharon el caos y la renovación para taparlas.





No hay nadie en el mundo que no se haya sentido fascinado por el espectacular contraste que producen las calles de Venecia, de Amsterdam, de Gante o de San Petesburgo cuando en lugar de calzadas para vehículos nos encontramos con canales para góndolas y barcas, pero yo no he visto nunca elogiar esa otra simbiosis urbana entre calle y agua, mucho más delicada, útil y sencilla, como es la de las acequias corriendo alegres por las calles.


De ahí la ilusión que me hace escribir esta nota, especialmente cuando el destino ha querido que una de mis hijas haya elegido esa ciudad para vivir: una ciudad con calles como las del pueblo de mi niñez.


jueves, 12 de julio de 2012

62. LAS TERMAS DE CARACALLA



A poco que uno mire el índice de este blog se habrá dado cuenta que es tan caprichoso como la memoria y que su única estructura es la de mis desordenados recuerdos o lecturas. Es decir, que no se trata más que de un blog autobiográfico. A veces, a medianoche, en la duermevela, me pregunto a mí mismo por algún edificio que me haya despertado emociones singulares, y me vienen a la mente las cosas más raras. Por ejemplo, de aquel viaje a Roma en 1997, el año en que fui elegido decano del colegio de Arquitectos de La Rioja, hace unos días me regurgitaron LAS TERMAS DE CARACALLA. Pero, me dije, ¿qué podría contar yo de las Termas de Caracalla que no esté contado en los libros o en la red? Pues seguramente nada. Todo lo más podría poner en el blog las fotos de aquel viaje, algún enlace a web documentalistas, y recomendar a quien me lea que lo visite. Pero con estas explicaciones uno no se queda tranquilo porque después de que el edificio haya venido así del recuerdo, te preguntas por qué te causó emociones singulares, por qué te ha venido al recuerdo.

La última pregunta es la más fácil de responder: en mi reciente lectura de LA CIUDAD EN LA HISTORIA, veo haber subrayado que Mumford dice (pag 395) que el circo y el baño fueron, en realidad, la nueva contribución romana al legado urbano.

No hace mucho que también ponía yo aquí unos baños modernos, los de Zumthor en Vals, justo para denunciar su ausencia de urbanidad, pero ahora se me ocurre que la afición por los balnearios que se produjo en este país durante los últimos años de bonanza económica quizá tengan algo que ver con aquellos años de inmoralidad y decadencia del Imperio. En una cena de amigos montañeros, me contaron el otro día que los baños que hizo la hija de Moneo en Panticosa y que habían arruinado la gracia de aquel lugar, ya están cerrados y que todo aquel alegre paraje presenta un aspecto de lo más triste. La obra fue muy celebrada por la prensa progre y especializada. Solo de leer el reportaje de este tipo pagado por ELPAIS y los comentarios que le han endilgado los lectores ya os podéis hacer una idea del cuento. Iba a poner una ilustración pero mejor la dejo para Cascotes.

Vamos con las Termas de Caracalla tal y como las vi y como me sorprendieron, seguramente porque  no iba con una idea preconcebida, y porque pertenecen a ese género de arquitectura que es preciso visitar y no mirar en láminas o fotos.


Si uno mira las reconstrucciones virtuales que, por ejemplo, puede encontrar en uno de los mejores blogs documentalistas de arquitectura en lengua española, el moleskine arquitectónico del peruano Carlos Zeballos, ni de lejos programaría una visita a un edificio así. El aparato arquitectónico y decorativo que le atribuyen los reconstructores de imágenes por ordenador es más kitsch que el de las termas de la hija de Moneo, cada cual en su época. Pero cuando bajando del coliseo o del circo máximo y el palatino (ahora no recuerdo bien cual fue el orden de mis visitas) se encuentra uno con la cordillera de ruinas de las Termas, no puede uno sino sobresaltarse ante semejante paramento por muchos coches zumbando que le pasen por delante.

Digo bien, es como una cordillera, como una placa tectónica, como algo sobrehumano que seguramente tenga más que ver con mi blog de Montes que con ningún blog de arquitectura.

Desgraciadamente el moleskine arquitectónico no sólo es un blog documentalista. Hay que tener siempre gran precaución con los historiadores y periodistas porque cuando menos te lo esperas, te clavan su opinión, o aún peor, su doctrina biempensante. Pero esta vez le salió a Carlitos lo mejor de su educación arquitectónica y a la hora de opinar alabó la escala del edificio.

Sin embargo, miro atentamente las fotos que hice a mis acompañantes entre sus ruinas y me entran ciertas dudas sobre esa opinión.




No es la escala de los espacios o de sus lienzos lo que impresiona sino la escala del grosor de sus muros, es decir, lo que se expresa en la primera foto con la que he ilustrado este post. Y aún diría más: no es la escala de esos gigantescos muros lo que impresiona, sino el potencial plástico que adquieren en su ruina.

Si esos espacios o esos muros los vemos recubiertos de decoración, como en las reconstrucciones virtuales, realmente echan para atrás, pero al verlos en las nuevas formas que ha esculpido el deterioro se asemejan una vez más a esas montañas que han ocupado mi corazón en el lugar donde estaba la arquitectura.


Al contemplar años después esta bonita foto con mis hijas delante de las restos de lo que fuera el "caldarium"  no puedo sino pensar que tienen mucho más que ver con las Peñas de Gembres o la Brecha de Roland que con la obra de arquitecto alguno.

Por aquello de dejar algún dato urbano que no veo en los documentalistas, (o esta otra) finalizo con la imagen aérea de su ubicación a la vista de esas dos referencias más cercanas que decía, el Palatino/Circo Máximo y el Coliseo.



martes, 19 de junio de 2012

61. VIA ROMA, TURIN Y VIA XX SEPTIEMBRE, GENOVA



En el capítulo VII de LA CIUDAD EN LA HISTORIA, el gran libro de Lewis Mumford dedicado a la invención de la ciudad recientemente editado por Pepitas de Calabaza, aparecen con la ciudad helénica y la malla hipodámica dos de las grandes creaciones de la humanidad: la calle y la stoa. Y Mumford, en una de esas citas que demuestran la universalidad de sus conocimientos, rápidamente menciona dos de los logros urbanísticos más bellos del mundo: la vía Roma de Turín y la calle XX de septiembre de Génova (pag 330).

Como no podía ser de otro modo, al leer esas menciones el corazón me dio un salto porque cuando visité Turín en un viaje de los que organicé para el COAR en el año 2000, al descubrir la Vía Roma experimenté una de esas grandes sensaciones de "euforia urbana" que tanto me han animado a lo largo de mi vida. Copio de mi cuaderno de viaje, 8 de junio del 2000:

La Costa Azul es agobiante de densidad de tráfico y de edificación. Me compro el mapa amarillo de Michelín pero creo que no lo usaré mucho. Me parece una zona tan bulliciosa como confusa. El encuentro con Torino, sin embargo, me llena de euforia: la Arquitectura como fenómeno urbano y no tanto como fenómeno artístico podría ser la mejor definición de esta ciudad. Los espléndidos soportales se extienden sobre los cruces de las calles. Toda la escala es monumental, y sin embargo, urbana. Toda la ciudad es un monumento. Cenamos agradablemente en el restaurante Savona, al final de la avenida Po. Se lo debemos a Pepe Garrido, que se informó previamente en Internet. En el paseo de regreso al hotel, a las 11 de la noche, la ciudad estaba bastante más animada que entre las 8 y las 9. 


Eran aún años de cámara analógica y no hice muchas fotos. Además, los soportales tienen la cualidad de no ser muy fotogénicos. Son de ese tipo especial de arquitecturas que hay que vivirlas y no sólo verlas. Lo que sí recuerdo es el cambio de estilos arquitectónicos entre unas y otras zonas de la calle, desde los neobarrocos decorativos decimonónicos a la modernidad fascista italiana, sin menoscabo alguno de su grandeza espacial.


Seguro que entre la documentación previa de los "monumentos" a ver en aquel viaje a Turín no estaba la vía Roma, pero si por algo recuerdo a Turín y por algo recomendaría una visita a esa ciudad, es por verla y recorrerla una y otra vez.

La visito ahora con google earth, primero localizándola en el damero de la ciudad, entre la plaza del Castello y la estación del ferrocarril:


Y dándole a la opción de ver los edificios dibujados con sketch up, que en Turín son muy abundantes, cojo la perspectiva del eje de la calle desde encima del Castello y me recreo en esa plaza intermedia entre los dos potentes focos que la enmarcan, que todavía la hace más singular.



En el verano del 2010, y de regreso de unas vacaciones en Baviera, paramos en Génova, ciudad que conocía mal y en la que no había estado desde el año 79. No iba con guía alguna ni plan de visitas, así que callejeamos sin más, buscando obviamente la famosa  "strada nuova" o vía Garibaldi. Esta es mi anotación el 23 de agosto del 2010:

Bajamos por San Lorenzo, vimos el Duomo, seguimos por San Luca y finalmente encontramos la famosa calle de palacios tomada ya, casi definitivamente, por la Banca. Hice muchas fotos de la Fenice de Rossi, en el que se pueden ver ya bastante bien sus defectos y sus virtudes. La euforia urbana, sin embargo, nos llegó al descubrir inesperadamente la XX de septiembre, donde todo me parecía digno de recordar. 


Cuento ahora veinticuatro fotos hechas en aquella inesperada visita, y me cuesta mucho seleccionar tres o cuatro porque la monumentalidad no se percibe en sus fragmentos sino en su unidad.


O en la variedad de su unidad, que en las elegantes palabras del epígrafe de Mumford de donde ha manado este post, definen el gran invento de la calle y de la stoa múltiple: "DEL DESORDEN FLEXIBLE A LA ELEGANCIA REGLAMENTADA".


¿Viaja alguien para ver calles? ¿Existe alguna guía de las calles más bellas del mundo? ¿o de las ciudades que vale la pena visitar por pasear y estar en alguna de sus calles? No conozco ninguna pero lo que es evidente es que estas dos ciudades y estas dos calles estarán en lugar preeminente, y que el que la redacte lo deberá agradecer a Mumford y a edificios LHD.


sábado, 12 de mayo de 2012

60. COBIJO




Este año me he tomado la molestia (o el placer) de dejar escritas unas notas sobre las clases que doy a los alumnos del primer curso de Proyectos de Diseño de Interiores de la Escuela de Diseño de La Rioja.

Cuando decidí hacerme profesor, a finales de los ochenta, mi modelo de clase era aún la "lección magistral", una puesta en escena de larga duración que me había fascinado en los años de mi formación universitaria, pero que con el advenimiento de la era del "hombre mosquito" (y ya no digamos con la llegada de la comunicación twitt) carecía de sentido. Mis clases se fueron haciendo cada vez más pequeñas hasta llegar a un formato que poco más o menos coincide con el de la entrada de un blog. De ahí que durante este curso haya podido realizar sin dificultad alguna el traspaso de algunos de sus contenidos a un blog, que no sé muy bien por qué coloqué en la familia sPyP en vez de en esta de LHD, donde realmente debería estar. Pero como ya es tarde para cambiar el blog de un lado para otro, con dejar aquí la referencia y el enlace,creo que es suficiente. El blog se llama PEQUEÑAS LECCIONES DE DISEÑO, tiene ya 54 entradas, y como se está acabando este curso no creo que escriba muchas más hasta el próximo mes de septiembre. Pero como digo, no es más que un pequeño cuaderno de apuntes desordenado.

En la última lección, llamada BIODISEÑO, dediqué brevemente un segundo apartado a las ideas de retorno a la naturaleza que surgieron con los movimientos contraculturales de finales de los sesenta para anunciar la que será mi última clase de este año: la presentación de la obra de Christopher Alexander como mejor cristalización teórica de aquellos movimientos. Pero en mi biblioteca hay muchas más cosas sobre ese punto de inflexión en el modo de ver la arquitectura y el medio ambiente, y uno de mis libros más queridos es este COBIJO editado en España por H Blume en 1979, cuya portada he puesto arriba.

Se trata de un compendio de las construcciones más primarias de la humanidad, desde las yurtas a los palafitos, de los carromatos nómadas a las casas barco, que cambia su enfoque hacia las formas o los materiales y que finalmente desemboca en una muestra de las construcciones que levantaron las comunas hippies a lo largo y ancho de la geografía norteamericana. Como obra colectiva que es, tiene aún más desorden que mis notas de clase, y cada página es como un condensado que merecería un libro, aunque finalmente a lo que más se me asemejan es a una entrada de blog.

De todas las páginas de ese libro, la que más he leído sin lugar a dudas, es la última, y como no es muy larga me apetece copiarla aquí como tema central de este 60 edificioLHD.

Lleva por ilustración esta foto, y el texto dice así:



"En noviembre de 1972 hicimos un viaje de diez días por el Suoeste tomando fotos para este libro. Visitamos docenas de casas, cúpulas y zomos, cientos de personas y tiramos más de 50 rollos de película (sobre todo en Nuevo Méjico y Colorado). De camino a casa tomamos la Autopista 50 a través de Nevada. Esta vía pasa por una serie de puertos de montaña que descienden a lo que parecen ser lechos de lagos prehistóricos. Nieve sobre la arena y la artemisa, aire limpio, sol brillante, colores intensos. Cada vez que coronábamos uno de estos puertos de montaña podíamos divisar delante 50 kilómetros de carretera despejada. Ni un coche a la vista.

Mientras descendíamos al cuarto lecho de lago divisamos ante nosotros, en la carretera, una figura solitaria. Al pasarla nos volvimos para ver su cara. Jack dijo, "creo que..." al mismo tiempo que yo ya estaba pisando el freno. Dando la vuelta fuimos a decir a Armand Basset si quería que lo llevásemos:

No, nunca dejo que me lleven.

¿Comida? Envases tirados junto a la carretera. Los hay de toda clase de cosas. Acabo de encontrar algo de chocolate con leche, bastante para llenarme los dientes. Disfruto todo lo que encuentro. ¿Tenéis mantequilla de cacahuete? Me encanta la mantequilla de cacahuete.

¿Cuánto tiempo llevas caminando?

Unos diez años. Hace algunos años no tuve nada mejor que hacer. Calculo haber andado el equivalente a seis veces la vuelta al mundo. 

¿Dónde duermes? (temperatura de -7ºC por las noches)

Bueno, a veces hace verdaderamente frío. Las dos últimas noches fueron muy frías. Pero generalmente está bien... generalmente está bien...

Fíjate en la diferencia en  nuestra forma de viajar. Tenemos el coche, sacos de dormir, comida, dinero; y tú llevas todo en esa bolsa...

Estamos igual. Vosotros vais de camino, yo voy de camino... Bien, gracias por la mantequilla de cacahuete. Hoy es un día realmente bueno. He pasado un par de días malos pero voy a seguir para adelante, ya hace sol y voy a disfrutarlo...


lunes, 30 de abril de 2012

59. LAS TERMAS DE VALS. SUIZA.



Hace unos días encontré por casualidad en internet la referencia a una nota que escribí sobre Peter Zumthor para la revista Diseño Interior. Ahora que recuerdo fue un "encargo" (!). Querían hacer algo así como un pequeño dossier de cinco o diez arquitectos de moda y me pidieron que eligiera uno. Fue por el año 2000. Lo transcribo tal cual lo encuentro en el disco duro.



ZUMTHOR, O LA ESPERANZA


Para los descreídos del star-system de la arquitectura que se reproduce una y otra vez en papel couché con selecciones como la que el lector tiene entre sus manos, la figura de Zumthor podría representar, al menos, un mínimo halo de esperanza en el futuro de este arte, en otro tiempo espléndido de presencia urbana y de signos trascendentes y ahora, sin embargo, hermano pobre de la sociedad del espectáculo.

Así lo entendía Félix de Azúa cuando, en una de las columnas con las que semanalmente construye un templo de sabiduría en medio del marasmo informativo, se refería a Zumthor con estas palabras: “A pesar de la presión que soportan para convertirse en unos irresponsables, algunos arquitectos no se rinden” (EL PAIS 21 de abril de 1999).

Desde Zumthor para atrás hay que remontarse a Robert Venturi para encontrar a otro arquitecto que diera esperanzas. Pero parece evidente que su ausencia en la selección que ha hecho esta revista es síntoma de que las esperanzas puestas en él se agostaron con los insospechados monstruos que produjeron quienes no le entendieron bien. Venturi quiso sacar a la arquitectura moderna de su misticismo formal -o funcional, tanto da-,  y ha acabado por ser el padrino de la arquitectura de feria. Vaya desde aquí una flor sobre su Complejidad y Contradicción en la Arquitectura.

Pero la esperanza puesta en Zumthor radica a mi entender mucho más en sus declaraciones que en sus edificios. En la memorable entrevista que Anatxu Zabalbeascoa le hacía para la página de Arquitectura de EL PAIS, publicada el 28 de noviembre de 1998, la primera afirmación que hacía la periodista era que “jamás ha entendido que se le catalogue como minimalista”, es decir, de místico de las formas (o de la ausencia de éstas), o en otras palabras, de “esteta”. Más adelante rubricaba su posicionamiento diciendo “yo no soy un intelectual, soy más un carpintero que dice la verdad”.

El 15 de abril del año pasado le ví en Barcelona ante el gigantesco auditorium de Construmat explicando el proyecto del pabellón de Suiza de la Expo de Hannover. Para ser un carpintero me sorprendió enormemente su facilidad de palabra y su saber estar ante un público tan masivo. Pocas veces he asistido a una conferencia de arquitectura tan interesante. Para completar la excelente puesta en escena me fijé que las mangas de su chaqueta eran desproporcionadamente largas y que hacían de él una figura singular. En la fotografía de agencia en la que se le ve recoger el premio Carlsberg de manos de la reina Margarita de Dinamarca también se puede apreciar que las mangas de su americana son enormes.

Hay algo raro en que un gran arquitecto vista de un modo tan estrafalario. Yo ví en Zumthor el semblante de la Europa más tranquila, amable e intelectual, fruto de la riqueza de uno de los paises más ricos de esta Europa. Anatxu en su entrevista apuntaba también, a modo de sospecha, hacia cierto elitismo, pero a mí eso me preocupa menos. A mí me da mas miedo que la fragancia -¿presencia?, ¿signos?- de sus edificios (que no he tenido aún la suerte de visitar), sea más bien producto de una excelente operación de puesta en escena.
            
Con todo, la esperanza es lo último que se pierde. 

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Hasta aquí aquella nota. Me entero ahora por internet que le dieron el Pritzker en el 2009, pero a mí eso me trae al pairo excepto por la foto que he encontrado de la ceremonia de la entrega, que fue en la ahora fétida Buenos Aires. Zumthor seguía con la misma chaqueta de mangas larguísimas y una gran pose de predicador (o comediante). 



Fruto de aquellas últimas esperanzas en la arquitectura fue el viaje que organicé para el Colegio de Arquitectos de La Rioja hasta las termas de Vals. Fue en septiembre del 2002, dos años después de escribir las líneas de arriba. La gente que se apuntó quedó muy contenta: en primer lugar porque como arquitectos que en su mayoría eran, cualquier mitomanía les encanta, y segundo lugar, porque no las vimos sino que las usamos, que es como mejor se ve un edificio. La pena fue que por la necesaria discreción en un lugar de baños, no dejaban hacer fotos en el interior. Pero hay tantas por la red que poco importa. La más famosa, la más conocida, la que yo siempre he usado en mis clases es esta,


es decir, más o menos la misma que he puesto como presentación pero con agua y con chica esbelta en bañador. No creo que la hubiéramos mejorado nosotros. Lo que dice esa foto, y la de arriba, es que el edificio de Zumthor es básicamente una textura, un revestimiento. Novedoso, hermoso, y al parecer, carísimo. Con la de toneladas de papel y tinta que se habrán escrito sobre Zumthor no creo que nadie haya dicho a cómo sale el metro cuadrado de ese revestimiento. Para mí que es el dato más importante. Junto con el paisaje. Y como del coste del revestimiento no sé nada, es del paisaje de lo que voy a hablar, porque a mí me gustó más el valle que el edificio.

No digo que el edificio esté mal, como cueva interior es muy bueno, pero por fuera no es para echar cohetes. La gran arquitectura es aquella que crea un paisaje o una ciudad, y los alrededores de las termas de Zumthor son una catástrofe:


De aquella primera visita con el viaje del Colegio de Arquitectos aún recuerdo que las luces de neón de la  entrada a las termas nos produjo la impresión de un puticlub. Pero todo quedó compensado con el baño y con el grandioso espectáculo de la primera nevada otoñal:



Arquitectónicamente hablando, yo me quedé prendado de los almacenes de paja que había salpicados por todo el monte. Desde la ventana de la habitación de la residencia con pinta de hospital donde dormimos se veían así.


En el verano del 2008 viajé nuevamente a Vals (la foto soleada de más arriba es de entonces) y volví a mirar entusiasmado hacia las laderas de hierba con sus almacenes de paja. Recuerdo que había gente recolectando hierba en familia, más o menos como lo habrían hecho desde siempre.


La tarde amenazaba tormenta y si en el baño de la primera visita pudimos disfrutar de la caída de copos de nieve en la piscina exterior, en la visita de verano el espectáculo de rayos y truenos no fue menor. Como no lo puedo contar con imágenes hechas desde dicha piscina, valga esta foto tomada en la carretera cuando la tormenta se estaba pasando y regresábamos a casa:


La arquitectura es una buena disculpa para viajar a lugares que de otro modo no conoceríamos. Pero el éxito de público en Vals por las termas de Zumthor no creo que esté haciendo mucho bien al pueblo. Aquí un par de ejemplos, cada cual en su estilo.



Y como no podía ser de otro modo, un mínimo muestrario de algunas fotos de la cueva de Zumthor que he encontrado por internet y un par de comentarios: Rosalía me hizo notar lo maravillosa que es la luz mínima de esas bombillitas. Y Ramón Ruiz Marrodán me dijo: igualito que las termas de Arnedillo, que parecen un muestrario de materiales.