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viernes, 23 de noviembre de 2012

64. UNA CABAÑA BAJO LA NIEVE PARA HUIR DE LA NAVIDAD



No siempre voy a hablar aquí de las ciudades o edificios que he visto y vivido. También caben algunas arquitecturas con que las que sueño (véase también el post 45). Según se acerca la navidad y vuelvo a sentir el pánico que me provoca todo ese entramado mediático, social, sensiblero, familiar, comercial, etc. que se nos viene encima otra vez más, pienso si la arquitectura no me podría echar una mano.

Y claro que sí. La arquitectura, la buena, la de siempre, la grandiosa arquitectura siempre puede ayudarnos a vivir. Y en este caso, si nos fijamos bien, lo curioso es que el hallazgo estaba dentro del mismo paquete kitsch navideño. Buscando ideas para huir de la navidad había dado en pensar si lo mejor no sería ir a Tailandia o a una playa del Caribe para estar debajo de un cocotero. Pero un cambio de temperaturas tan radical estoy seguro que no le vendría bien al cuerpo en esta época del año. Jet laj y salto de  invierno a verano no creo que los pudiera soportar. Pero buscando justo por el otro lado, es decir, por el lado más frío, me he topado con las imágenes más cursis de la navidad, las de las cabañas bajo la nieve perdidas en el monte.



Un lugar al que poder llegar andando, un lugar en las montañas, lejos de la gente que tiene perros enjaulados que ladran todas las noches de invierno, lejos de las calles y supermercados donde no paran de sonar machacones villancicos, un lugar semienterrado por la nieve y cerca del cielo. Sin huella alguna de algún arquitecto (mirad que cosa más horrible..., no me extraña que venga en la página objetoslujosos.com ja ja ja/perdonad por ponerlo pero no es cuestión de tener que ir a CASCOTES y volver):


Si junto a esa cabaña hubiera una montaña tan grande y hermosa como la de esta foto, el resultado sería perfecto:


Pero no me pondré exigente. En la arquitectura nunca hay que ser totalitario. Con dar con un lugar con las condiciones que he puesto arriba y que no haya Arquitectura de Arquitectos alrededor ya me vale. Cualquiera de estos otros  modelos me vendría bien:








Creo que este año no me va a dar tiempo a hacérmela. Me conformaría de momento con que me la dejaran en alquiler... (si sabéis de alguna que cumpla las condiciones, avisad). En todo caso, hay una cosa de la que estoy seguro y es que de donde no me la va a quitar nadie es del lugar de mis sueños.

Desde el 23 de noviembre, para todos los lectores de edificiosLHD (y blogs asociados) ¡feliz Navidad 2012!






domingo, 29 de noviembre de 2009

17. LA CABAÑA DE JULIO VILLAR

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Hace catorce años la revista Archipiélago que dirigía José Angel González Sainz me invitó a participar en un número dedicado al transporte. La revista Archipiélago, recientemente desaparecida, estaba entonces en plena juventud, llena de ideas y energías. Entre los artículos que compondrían el número se solía incluir una entrevista a algún experto en la materia, y hablando sobre el asunto en su viejo piso de Catelldefels a orillas de la ruidosa autovía, le propuse al director hacerle esa entrevista a Julio Villar, el conocido navegante del Mistral, el hombre que había dado la vuelta en mundo en un pequeño velero de 7 metros, y que lo había contado en su delicioso libro ¡Eh Petrel!. Pero no era por ese libro tan conocido por el que yo quería estar con él, sino por otro mucho menos divulgado y a mi parecer mucho más interesante que publicó unos años después en la misma Editorial Juventud, y que llevaba por título VIAJE A PIE (Barcelona 1986). Yo lo había leído en la primavera de aquel 1995, y además de que su contenido podía encajar con nuestro espíritu crítico sobre la alocada movilidad de nuestros días, su lectura me había generado grandes deseos de conocer al autor.

Hombre aventurero o medio hippy, no fue fácil dar con él, pero por el propio libro y algunos recortes de periódicos sabía que se había instalado en algún lugar de L’Ametllá de Mar, provincia de Tarragona, y para allí me fui con mi fiel escudera en un día caluroso del verano de aquel mismo año. Tengo apuntado en mis cuadernos de notas que le preguntamos a un guardia del puerto, a dos policías municipales, a la mujer de Víctor (el secretario del juzgado), y a un tal Roberto (que tenía una tienda de modas con una fachada de piedra), y con los datos de unos y otros nos echamos hacia el monte por unas pistas de tierra que a punto estuvieron de acabar con los bajos de nuestro Seat Ibiza. Tras varias dudas y alguna parada a preguntar en las escasas masías habitadas por donde pasamos, dimos finalmente con una especie de casa/cabaña que parecía autoconstruida y que bajo el sol achicharrante de julio era el único lugar habitado entre los almendros y los olivos de aquel monte bajo.



Tenía como nombre SAGARMANA, que puesto ahora en google remite a algún tipo de dicho del Himalaya.

No había nadie allí, así que nos sentamos un rato a contemplar el lugar, a dejarle una nota con un número ya editado de Archipiélago (la revista de crítica de la cultura que le había buscado pero en la que ya no saldría) y hacer unas pocas fotos de la cabaña. Sentí cierta sensación de fracaso pero entre las cosas que le puse en la nota le escribí que "el destino sabrá".

Por un artículo de este mismo año encontrado en internet proveniente de un suplemento de náutica veo que aún vive allí. Y a falta de haberle conocido en persona, he visto un par de vídeos bastante malos en youtube donde una jovencita risueña le hace una entrevista bastante sosa. Una pena, porque ese hombre es un ser extraordinario. Tan extraordinario como el lugar que se construyó para habitar sobre la poética de sus dos libros.



miércoles, 28 de octubre de 2009

16. LA CABAÑA en TODTNAUBERG de MARTÍN HEIDEGGER

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Poco antes de salir hacia el sur de Alemania para pasar las vacaciones del 2008 cerca del Bodensee , di por casualidad con un librito sobre la cabaña de Heidegger editado por GGili. No bien lo hube ojeado en la misma librería ya vi que el libro tenía muy poca sustancia, pero de todos modos lo compré, más que nada como guía de excursión. Unos datos en internet hubieran sido mucho más baratos y menos plomizos pero hasta la desaparición definitiva de los libros aún quedan unos años.

Como no podía ser de otro modo, el librito en cuestión era la versión reducida de la tesis doctoral (¡nada menos!) de un arquitecto y profesor de arquitectura de Cardiff, o sea, Gales, Gran Bretaña, y todo él estaba escrito en el doble tono reverencial suscitado, en primer lugar, por el influjo del habitante de la cabaña, y en segundo lugar, por el academicismo propio de las tesis doctorales.

En relación con Martín Heidegger alguien debería más bien escribir un tratado sobre sus artes del hechizo (o incluso de hipnosis) sobre sus discípulos, alumnos y estudiosos, porque por todo lo que he leído en torno a su figura, al parecer emanaba un respeto inusual. El mismo respeto que te da el no entender ni papa de sus libros, especialmente del famoso Ser y Tiempo en la traducción del asturiano mexicano José Gaos. (Debe ser muy bueno todo esto, -decíamos los irreverentes estudiantes de arquitectura cuando algunos esforzados profesores trataban hacer semiótica con la misma-, porque no entendemos nada). Que yo sepa, sólo a los valientes Thomas Bernhard (“Heidegger era un charlatán del mercado filosófico”) o Eduardo Gil Bera (“teólogo vergonzante”) les he oído faltarle al respeto con gracia y fundamento. Los periodistas no han dejado de dar vueltas a su filonacismo a ver si así se curaban de la devoción general de sus discípulos, pero ni por esas.

Por supuesto que he hecho más intentos de acercamiento a los textos de Heidegger más allá del Ser y el Tiempo, y como arquitecto que uno es no podía dejar de leer, releer y citar cuanto pudiera, el tan cacareado Bauen Wohnen Denken (Construir Pensar Habitar), pero las más de las veces (Caminos del Bosque, De Camino al Habla, Conferencias y Artículos, Introducción a la Metafísica, o Hölderlin o la esencia de la Poesía, y algún otro más que no recuerdo) no he hecho sino sufrir verdaderas fatigas lectoras para extraer poco más que algunos giros lingüísticos o efímeras expresiones poéticas sobre las más grandiosas y abstractas palabras. No sé, igual me ha quedado algo más de todos esos esfuerzos, pero como digo, no sabría decir muy bien donde los tengo.

En todo caso, como gozo de gran curiosidad por poner lugar, cara y vida a los grandes nombres de la historia y de los libros, la oportunidad de visitar la cabaña de Heidegger, en donde según los datos aportados por su doctorando arquitecto, no se retiraba a disfrutar de la naturaleza (como hacemos casi todos) sino a pensar desde ella, desde sus fuerzas primigenias, etc (v. pag 66), era todo un caramelo para mis vacaciones.

Y así fue. La tarde del viernes 25 de julio del 2008 nos llegamos hasta el pequeño pueblecito de Todtnauberg (un conjunto de casas desordenadas en el paisaje de la Selva Negra), aparcamos en lo que creímos era el albergue juvenil del pueblo (ni las indicaciones del libro del galés resultaron útiles como guía de viaje) y fuimos paseando monte arriba por los “caminos del bosque” hasta dar con los escondidos accesos (únicamente peatonales y hasta yo diría que montañeros) de la famosa cabaña.




Hacía un bochorno del carajo y el sol picaba de lo lindo así que como sus herederos no “moraban” esa tarde en la casa, hicimos mangas y capirotes de las advertencias de Privateweg y Durchgang verboten y nos aposentamos en los alrededores de la misma para ver si así se nos ensanchaba el entendimiento de la existencia. Sí, ya sé que legalmente eso está muy mal, pero yo me niego a reconocer como privado algo tan evidentemente público. Si buena parte de los pensamientos de Heidegger salieron de esa casita, y yo ya he pagado en cientos de horas el esfuerzo por desentrañar esos pensamientos, algo de esa cabaña era mía, qué caramba. Por lo menos, la media hora que pasamos sentados alternativamente en la escalerita de la puerta, pues por no tener, la casa no tiene ni un maldito banco exterior para sentarse fuera. Se ve que todo en la filosofía es interior, muy interior y profundo.



Como esquiadores que somos, lógicamente nos atraía mucho la vista hacia esa pista que se ve a la izquierda según se mira desde la puerta de la casa.



Pero nos imaginamos que en pleno invierno, viendo y oyendo la algarabía de esquiadores subiendo por los arrastres y bajando por la pista, pocos pensamientos profundos sobre la existencia se nos iban a ocurrir.




Como queriendo evitar el goce y la distracción de las amplias panorámicas, unos pocos árboles delante de la puerta cierran la vista directa de la casa hacia el valle, aunque... no consiguen evitar que por entre sus ramas se cuelen los innumerables ruidos que ahora producen todo tipo de artefactos mecánicos. En el poco rato que allí estuvimos, los tractores, las motosierras y una máquina machacona del caserío más cercano no pararon de llenar el ambiente con sus ruidos, y aunque en los tiempos del filósofo no debía de haber tantos motores, seguro que algunos de ellos, incluso menos silenciados que los de ahora, llegarían hasta la cabaña.



Con el calor que hacía, obviamente nos acercamos a la rústica pero cuidada fuentecita en madera de la casa (única instalación de fontanería de la misma) a beber agua y refrescarnos. O a beber (metafóricamente) de las mismas fuentes de la sabiduría que el gran filósofo. El excusado, según los planos de la casa, está detrás de la misma, y puesto que estaba cerrado y no hubo falta, quedamos mismamente excusados de su visita.



A menos que el autor o la editorial me regañen por el escaneo (en el copyright dice que cualquier reproducción está prohibida salvo excepción prevista por la ley (¿?) / y seguro que estoy en la excepción...) pongo aquí la planta de la casa.



Y la foto con las coordenadas y el localizador de Google Earth (ahí sí que no me pillan los del copyright, ¡Viva Google Earth!)



http://maps.google.es/maps?ll=47.858755,7.9504019&z=15&t=h&hl=es

Que Vds “filosoffen” bien.