miércoles, 22 de diciembre de 2010

43. BAR ACUARELA. EL BURGO DE OSMA. SORIA

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Como decía Hölderlin, allí donde crece el peligro, crece también lo que nos salva. Aunque por poco nos vamos de El Burgo de Osma sin encontrarlo: un buen bar donde comer de tapas para continuar viaje. Está escondido en plena calle Mayor bajo la apariencia de una taberna cualquiera y con un cartel de que llevan pizzas a domicilio que no invita precisamente a entrar; pero como en los demás que miramos no había nada apetecible en la barra y como la relación apariencia decorativa-calidad de bar no siempre es directa, en cuanto abrimos la puerta, vimos las tapas del bar Acuarela, y nos atendió su amable camarero rumano, nos dijimos: este es el lugar (¡el lugarLHD!).

No fue difícil entablar conversación con Daniel, que así se llama el guapo camarero rumano, ni expresar nuestra satisfacción por la calidad de las tapas, obteniendo a cambio el secreto de que los dos dueños del bar son...¡vascos! Ah, ah ah. El obligado Ribera del Duero estaba rico y ante sus efectos y nuestro aprecio, Daniel, que ya empezaba a parecerse según mi socia al mismísimo Jude Law de My Blueberry Nights, nos invitó a uno más por su cuenta y a los cafés (estupendos también).

Como la vida de los bares y sus camareros suele ser efímera, no me comprometo a nada, pero en la dura visita a este pueblón soriano de "interés turístico" lo único que lo salvó (la catedral estaba cerrada) y nos devolvió a la vida, fue la visita al Bar Acuarela: calle Mayor 49, justo enfrente (como se ve en la foto) de la embocadura de la calle Obispo Rubio Montiel. El del barril de la foto.
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miércoles, 15 de diciembre de 2010

42. EL PABELLON DE LEDOUX EN LOUVECIENNES. París. Francia

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Desde hace algún tiempo tengo una especial tendencia a visitar, bien realmente o bien con google e internet, los lugares o escenarios reales de las historias que leo. Trato de compensar con ello esa otra tendencia tan propia del turisteo de nuestro tiempo que consiste en ver lugares y lugares sin enterarse ni saber nada de ellos. 

Cuando este lunes leí en el divertidísimo blog de Eduardo Gil Bera la historia del robo de las joyas de la du Barry acaecido en su "castillo" de Louveciennes, me puse a repasar los palacetes de la zona norte de Versalles que visité en el verano del 2001 con la idea de unir aquella posible visita y esta historia tan amena, pero se ve que me llamaron más la atención entonces el de Germain en Laye o la Maison Lafitte, y que éste de la du Barry se me escapó de ver. No importa mucho porque gracias a la documentación que hay en internet he hecho el viaje con gran comodidad, y de paso, he vuelto a las páginas de Emil Kaufmann (De Ledoux a Le Corbusier, p 42, y Tres arquitectos revolucionarios, p 163) o a las de la Arquitectura Moderna de Watkin y Middleton (p 148) que sí que había visitado en su día con poco provecho para mi memoria. Seguramente, porque los textos sobre los así llamados arquitectos revolucionarios estaban siempre ilustrados con los bonitos dibujos neoclásicos y nunca con fotos concretas de los edificios o los lugares. Vayamos pues para allá.


Pones Louveciennes en el GE y te sale esta zona al norte de Versalles, Oeste de París y sur de Germain en Laye, e inmediatamente te llama la atención ese gran parque barroco sin palacio de interesantísima historia que es Marly-le-Roy al que habrá que ir algún otro día. No, el chateau de la favorita de Luis XV no estaba ahí sino donde he puesto el punto amarillo que, ampliándolo, se ve así:


La casa que le regaló el rey para sacarla de Versalles, donde su relación con María Antonieta se había vuelto insostenible, es ese caserón cuadrado de la derecha del que hay foto en Panoramio:


Pero como es bastante feote, no tiene vistas sobre el Sena y París, y a la du Barry lo que le gustaba es lo mejor de lo mejor y gastar a espuertas el dinero de su querido, Ledoux le hizo esa monada que se ve a su izquierda y del que la foto nocturna de arriba da buena cuenta. Pero por seguir con la tradición neoclásica pongamos aquí para ilustrarlo los planos, fachadas principal, trasera, y sección de tan coqueto edificio.









Miento: no pongo los planos del edificio por seguir con la tradición de los libros sino porque en Panoramio ¡nadie ha puesto ni una foto exterior del pabellón de Ledoux! Eso sí, como lo han restaurado y lo usan como salita de conciertos y lo alquilan para bodas o cócteles de empresas he dado con una página que te permite hacer un completo y estupendo recorrido por su interior de donde, a las pruebas me someto, he obtenido la única foto del exterior.

Sobre las vicisitudes del conjunto hay página en la wiki, Castillo de Louveciennes, y sobre la entretenida biografía de la promotora he dado con estas dos, una en la wiki en su aburrido estilo, y otra de más cotilleo y anecdotario (aunque copia y pega cosas de la wiki) en un blog un tanto extraño: Madame du Barry. Todo muy instructivo.

Del estudio del plano y apertura de las fotos parece que el "camino de la máquina" que baja al Sena desde la trasera del viejo caserón (la máquina que llevaba agua del Sena a las fuentes de los jardines privadísimos de Luis XV en Marly) pudiera ser un buen paseo, aunque una vez conocida la historia gracias a Eduardo, lo más divertido de la visita será imaginar dónde escondía las joyas la segunda y última favorita del rey y por donde se perdió el suizo Badoux para que los ladrones se las limpiaran sin mayores destrozos inmobiliarios.

La visita podría continuar con las vicisitudes de las pinturas de Fragonard para la decoración, ahora en Nueva York y Estocolmo, pero como eso es mucho lío para este blog y para una sola visita, mejor cerrar con un par de retratos de la guapa y feliz dueña,



y con una pintura conmemorativa de la cena de inauguración en el salón principal.



Qué aproveche (la gran arquitectura, claro).
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jueves, 4 de noviembre de 2010

41. TRES LUGARES EN LA RIOJA

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Carlos Muntión, creador y director de la revista riojana Piedra de Rayo, me llamó a finales de la primavera para pedirme que eligiera mis tres lugares favoritos de La Rioja y le mandase alguna foto y un breve comentario de ellos. Su plan era hacer un número de la revista con los lugares elegidos por sus amigos y colaboradores, pero como resultó que cada cual entendió el encargo de forma distinta y el refrito no parecía tener mucho sentido, el proyecto se quedó en eso.

Yo tampoco sabía muy bien en cual de mis blogs ponerlos luego (para que no se me perdieran u olvidaran), porque en vez de los lugares construidos que habitualmente traigo aquí (edificios) mi elección tuvo que ver con tres puntos concretos de la geografía o la naturaleza riojana.

De todos modos, como los lugares me interesan mucho más que los edificios, o como éstos sólo me interesan por su capacidad de señalar, crear y dignificar lugares, creo que esos tres articulitos quedan bien en este blog y hasta es posible que este nuevo enfoque que le dan pueda ayudar a mejorarlo.



GEMBRES



Empeñados en buscar belleza en el campo, los montes, o la Naturaleza, no nos damos cuenta de que vemos en ella, o bien productos artificiales (las fincas agrícolas, los caminos, los bosques de vegetaciones seleccionadas, etc.), o bien las formas de la ruina y del paso del tiempo, es decir, las huellas que van dejando la lluvia, la erosión y el abandono. Visto así, un monte es el resultado de un proceso constructivo orogénico o geológico más o menos rápido, y... millones de años de ruina. 

Yo nunca me había hecho estas reflexiones cuando miraba desde mi pueblo las dos peñas de Gembres, así que en vez de ruina y deterioro siempre me parecieron dos torres clavadas en el monte,  dos edificios recién hechos por la mano del hombre. También el monte de Cellorigo, un poco más al Oeste de las Peñas de Gembres, se me aparecía como un gran castillo almenado, por lo que bastante antes de que aprendiera eso de que ahora la Naturaleza imita al Arte, yo ya lo imaginaba viendo los montes más cercanos. Las Peñas de Gembres no eran sólo las formas caprichosas de un monte sino unos edificios tan singulares de nuestro pueblo como la torre de la iglesia o el castillo.

Ahora que lo digo así, cada una de ellas podría ser el reflejo de estos dos grandes edificios de piedra de mi pueblo, aunque no a simple vista: cuando se miran las dos Peñas de Gembres desde Anguciana piensa uno que, etimológicamente, su nombre tendrá que ver con la palabra “gemelas”, porque su volumen y su altura son prácticamente similares. Sin embargo, cuando se aproxima uno a ellas escorándose hacia Cihuri o Sajazarra, la peña de la izquierda se afila como la torre de la iglesia mientras que la peña derecha se ensancha como la torre del Castillo. 




Más allá de los juegos de la imaginación sobre las relaciones entre las obras de la naturaleza y las del hombre, me resulta emotivo contar que las Peñas de Gembres han llegado a formar parte de mi imaginario hasta el punto de que en cierta ocasión entraron también en el reino de mis sueños, y no precisamente en los de la escalada. Obsesionado y dolido por tanta destrucción del patrimonio arquitectónico de nuestra provincia una noche tuve la pesadilla de que una empresa de extracción de grava había iniciado el derribo de las Peñas. En uno de los fotogramas del sueño llegué a ver cómo las cintas transportadoras del mineral molturado llegaban hasta la mismísima plaza de mi pueblo.

Tengo que decir con cierta tristeza, que parte de la pesadilla se ha hecho realidad: la plaza de Anguciana la han pavimentado este año, no exactamente con caliza molturada, pero sí con unas enormes losas de granito cuyo coste clama al cielo. Así que el único consuelo del despertar es comprobar que las Peñas de Gembres todavía siguen en pié.




EL BARRANCO DE SANTA LUCIA




A los tradicionales deportes de subir cimas y meterse en cuevas se ha unido últimamente el del descenso de barrancos con esa sensación de movimiento y peligro que tiene que provocar el discurrir por las aguas salvajes que pasan entre las paredes de las gargantas. Por desgracia (o mejor, por suerte) el Barranco de Santa Lucía no entrará en el circuito de descenso de barrancos pues excepto durante unas pocas horas al año, justo después de una tormenta en que bajan a turbión, por el lecho de su profunda hondonada en V tan solo se ve un hilillo de agua.

El barranco de Santa Lucía pertenece más bien a una serie de lugares riojanos donde la erosión de las aguas crea unas heridas y pone al descubierto unas carnes tan rojas como las nuestras o, en general, como las de los mamíferos. El barranco de Santa Lucía muestra, como algunos otros lugares de esta región, que bajo una fina piel verdosa la tierra tiene el color de nuestra sangre y quizás también sus deseos y pasiones.


En los escasos cuatro kilómetros que tiene se pueden diferenciar tres zonas. En su nacimiento se hace patente más que en ninguna otra parte la sensación de herida o de tajo. Justo un poco más abajo del pueblo de la Villa, bajando por el camino que va a Santa Lucía, las agrestes erosiones superficiales de la ladera Norte del Cerro del Castillo dan lugar a una profunda hendidura que acongoja por dos razones: la primera por la sorpresa del tajo; y la segunda, ay, porque aún hay gente en la zona tan guarra e incivilizada que tira en ese punto sus escombros y basuras.



Un poco más abajo de esa herida infectada, se adivinan las trazas de un camino que desciende al mismo fondo del barranco. Es un punto excelente para adentrarse en su interior y recorrerlo longitudinalmente, al menos hasta otro camino que lo cruza a la altura del pueblo de Santa Lucía. Es un sendero salvaje con no demasiadas emociones o dificultades pero que por estar por debajo de la piel de la tierra nos permite durante un rato sentir de cerca sus palpitaciones interiores.

Cuando el barranco llega a Santa Lucía recomiendo subir  por el camino de enfrente para admirar la gran fachada rojiza sobre la que parece asentarse el pueblo. Si eso se hace al atardecer de un día de primavera, el intenso color rojo de la tierra y el juego de luces y sombras de las pequeñas cárcavas perpendiculares al barranco ofrece un cuadro bellísimo.


Desde ese punto hasta su desembocadura en el Jubera hay aún otros dos kilómetros por recorrer. Las mejores paredes se sitúan esta vez en las curvas del lado norte, por donde rezuma el agua que se filtra de la gran finca de “la Lomba” hasta bien entrado el verano.

Si no fuera por el peligro que tienen las declaraciones hechas por la Administración yo sugeriría protegerlo y declararlo“Parque Natural”; pero mejor pasar la voz y visitarlo en el silencio y soledad que ofrece durante todos los días del año. 






BOCA DE OJA




Uno de los momentos más felices del comienzo del verano de aquellos años de nuestra infancia era estudiar cómo habían dejado el río de Anguciana las crecidas del invierno, y cuáles iban a ser los pozos favoritos para bañarnos ese año. Los caprichos del movimiento de la glera bajo las furiosas aguas de las avenidas del río y sus choques o remolinos con alguno de los accidentes casuales que encontraban a su paso, como unos árboles caídos o unos gaviones de protección recién hechos por el Ayuntamiento, hacían que cada año el río fuera nuevo y distinto al del año anterior.  Bien es cierto que las losas de arenisca de su margen izquierda aseguraban tres o cuatro puntos fijos donde seguramente habría “pozo”, como en Zarra, Viñas Viejas o Taranco, pero como esos lugares se los sabía todo el mundo e iban a estar muy concurridos, nosotros preferíamos los de temporada y descubiertos por nosotros mismos.


Como todo el mundo sabe, el río Oja y el río Tirón se juntan un poco más abajo del paso de este último por Cihuri, o también, un poco más arriba del punto en que ambos, con sus aguas ya juntas, pasan por Anguciana. Pues bien, nuestra exploración se solía acabar justo en ese punto, en boca de Oja, donde el choque entre ambas aguas aseguraba que también allí habría siempre un pozo. Un pozo, a la sazón muy divertido, ya que al traer el Oja las aguas un poco más frescas que las del Tirón, el baño tenía (y tiene) el aliciente del  jugueteo térmico.

Hace un par de años traté de repetir aquella experiencia infantil recorriendo el río de arriba abajo y casi se me rompe el alma. Por una parte, el Oja sigue siendo un río salvaje y sin represar en cabecera, y por otra, el pequeño embalse de Leiva tampoco le ha quitado los bríos estacionales al Tirón, así que todavía nuestro río puede seguir haciendo de las suyas a la altura de Anguciana. Ahora bien, a su paso por el pueblo lo han encauzado en línea recta con unos gigantescos pedruscos traídos de no se sabe donde que causan auténtico dolor. Y allí donde no pasa por el pueblo, el abandono de las orillas por la ausencia de pastoreo y el descuido de las salciñas y los árboles caídos, hacen que el río parezca una ruina. Imposible por tanto de recorrerlo y de bañarme en algún pozo recoleto y solitario, no me quedó otra opción que ir al siempre seguro pozo de Boca de Oja. El del jugueteo de las aguas a diferentes temperaturas. 


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viernes, 29 de octubre de 2010

40. LA CASA FAMILIAR EN ANGUCIANA, La Rioja.

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No me urgía traer aquí, entre las casas de mi vida, la casa familiar de Anguciana, porque la tenía por un valor seguro e imperecedero. Pero como habrá podido ver el lector de Cascotes, el asedio a que ha sido sometida últimamente por el “diseño” de los alrededores (ingeniería de tráfico en la carretera, y pavimentación y mobiliario de arquitectos en la nueva plaza, Cascotes 146 y 155) me ha hecho pensar mucho en ella, seguramente porque lo mejor de esa casa era su ubicación, es decir, “sus alrededores”.

Aunque ahora todos la tengan por la casa de los Diez del Corral en Anguciana, nada más falso porque la casa era de los Angulo, concretamente de una hermana soltera de mi abuela, Milagros Angulo, y según tengo oído, debió de ser su padre, Ricardo Angulo, quien le dio el empaque con que ha llegado a nuestros días a base de unir dos o tres viejas casas rurales, regularizar la posición de sus tres balcones a la plaza y construir una gran galería al sur. Cuando yo era un renacuajo, la solterona tía Milagros moraba en solitario en esa inmensidad de habitaciones acompañada por su sobrina y hermana de mi padre, Pilar Diez del Corral Angulo, también soltera, quien a la postre heredaría la casa. La tendencia de mi pade a no perder las raíces con su pueblo fue lo que hizo que poco a poco fuéramos entrando nosotros a habitar esa casa, bien pasando los veranos con las dos tías, o como en mi caso, quedándome en solitario o con algún otro hermano a pasar los inviernos y estudiar así mis primeras letras en la escuela del pueblo.

Pero vinculaciones familiares aparte, lo que me interesa ahora es mirarla con “ojos de arquitecto” para descubrir todos esos valores que ahora ignoran o desprecian “los arquitectos”. Y como por razones obvias no voy a descubrir su interior más que a rasgos generales, la mirada que quisiera compartir con los amantes de la arquitectura que aquí vienen, es la del exterior, y hacerlo en un doble sentido: en la forma en que se ve la casa desde el pueblo y en la forma en que se ve el pueblo desde la casa. Es decir, la enorme sensación de presencia y de vida en el pueblo que posee esa casa.


Sin ser gran cosa, la fachada es como un orgulloso esfuerzo de poner orden y geometría donde no lo había. Y esa es para mí, o esa ha sido siempre para mí, la arquitectura, la gran arquitectura.

Por dentro las cosas no son tan claras porque no hay ni una habitación que tenga los ángulos rectos. Escandalizado hace muchos años porque siendo arquitecto yo no hubiera levantado una planta fidedigna de la misma, me puse a ello, y tengo que confesar que ante las irregularidades de las cotas acabé por desistir. La única medida que en verdad me interesó es la de las alturas de los techos, inusualmente baja en sus dos plantas vivideras (se toca el techo con la mano), y similares por tanto a las casas de Wright o Le Corbusier. La planta baja, donde estaban el granero y las cuadras, o la planta bajocubierta, caótico desván, tienen alturas superiores, cumpliéndose así el pattern (Alexander) de “variedad en la altura de techos”


Otro gran gesto de ordenación arquitectónica por parte de su artífice fue la construcción de la doble galería al sur, verdadero captador de energía solar para caldear la casa (¡ahora se diría que sostenible!).

De esa galería ya hablé y puse una foto en el LHD a propósito de la ilustración del pattern “sol dentro”  donde también apunté que, sin embargo, el constructor se quedó un poco corto en la anchura de la misma no llegando al pattern que propone Alexander para las así llamadas “habitaciones exteriores”. La galería de la casa de los Medranos en Anguciana tenía una anchura mucho más útil y la de mi casa en Logroño (foto en la mencionada entrada del LHD) también.



Bien como captador de sol, pero floja como habitación exterior, lo mejor de la galería es su presencia en el jardín. Porque esa es otra pieza maestra de la arquitectura de esa casa, el jardín de “tapias altas” (otro de mis patterns favoritos de Alexander).

Hace unos cuantos años leí en alguna estúpida normativa urbanística redactada por arquitectos la expresa prohibición de hacer jardines con tapias altas. Menuda memez. Seguro que quien redactó esa normativa no había estado jamás en un lugar como el jardín de mi casa de Anguciana, un verdadero oasis en el mismo centro del pueblo gracias también a la colaboración jardinera de mi padre que cuando empezó a coger las riendas de la casa le dio sombra con tres hermosas acacias y lo forró de enredaderas.




Otro de los patterns de que hizo gala en su día fue el de “banco a la entrada de la casa”, en concreto, bancos, dos, por aquello del empaque geométrico.


Desaparecieron con un arreglo de la fachada y con las posteriores aceras de la plaza. Pero quién iba a imaginar a dónde iríamos a parar en esto de los bancos... (v. Cascote 155)

Pero vayamos ya a las vistas desde la casa porque es gracias a ellas donde se siente verdaderamente la presencia del pueblo en su interior. Sus seis balcones, abiertos a la zona triangular de la plaza siempre la han mirado como de soslayo y por eso el foco de atención de la fachada norte siempre tira a lo alto del campanario de la iglesia, y en concreto a la contemplación del nido de las cigüeñas.



Y ya que traigo otra vez a colación la presencia de los animales en la vida del pueblo, no está de menos contar que desde siempre las abejas han elegido uno de los balcones centrales de nuestra casa para enjambrar, y que ahí siguen:


El lateral izquierdo de la casa (según se mira de frente) posee unas medias ventanas que se abren al que fuera uno de los puntos más singulares y lleno de vida del pueblo, el desaparecido badén, lugar que mereció por ello una entrada propia en el blog de Anguciana. Y esta es la vista que puse allí.



Pero la vista más secreta y oculta que se tiene desde la casa, es la que ofrece un ventanuco del desván abierto a un patio situado en su medianil oeste. Como es la habitación más escondida de la casa, siempre fue mi preferida para refugiarme allí a leer y, de paso, a contemplar casi a hurtadillas, las almenas de la que durante un par de generaciones fuera, en efecto, la casa de los Diez del Corral cuando el bisabuelo Justo se casó con la señora del Castillo, doña Pilar Blanco de Salcedo.


Bueno, seguro que me dejo en el tintero un montón de cosas, pero nada me apetece más: pues si hay un pattern que verdaderamente me gusta en materia de arquitectura y que se cumple a la perfección en la casa de Anguciana, es el de ser una casa con innumerables cosas que contar, Un casa siempre “con misterios”.


martes, 13 de julio de 2010

39. EL PUENTE DE BROOKLYN. Nueva York.

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La reciente (y milagrosa) publicación en Logroño de El Mito de la Máquina de Lewis Mumford (ed. Pepitas de Calabaza) y el anuncio de la editorial de que también prepara la reedición de El Pentágono del Poder y La Ciudad en la Historia me han hecho revolver entre mis primeros cuadernos de notas de lecturas de arquitectura para reencontrarme con el libro a través del cual conocí a Lewis Mumford: “Las décadas oscuras”.

Transcribo aquellas notas de 1972 porque el ejemplar que leí era de la biblioteca de la Escuela: “Estudia el desarrollo de la Historia de la Arquitectura y las artes visuales en Estados Unidos durante el periodo que va desde 1865 a 1895. Mumford estructura su libro presentando distintas facetas de la cultura americana en el transcurso de estos años. Comienza con un panorama general donde analiza el momento histórico de Estados Unidos posterior a la Guerra Civil, las consecuencias de la misma y el estado social y psicológico en que la población desarrollaba sus distintas actividades, época que denomina “las décadas oscuras”, o bien el “renacimiento enterrado” por la cita de Aguste Rodin: “América ha tenido un Renacimiento y no se ha dado cuenta”.

Pero la cita que mejor expresa ese momento histórico es de Emerson: “Esperábamos que en la paz, después de semejante guerra, se produciría una gran expansión espiritual del país, grandes perspectivas en toda dirección, verdadera libertad en materia de política, de religión, de ciencia social, de pensamiento. Pero la energía de la nación parece haberse agotado en la guerra. Es la antigua historia. Y es que después de una guerra no hay juventud”.

Aparte de las notas escritas, de ese libro me habían quedado en la memoria tan sólo un par de vivos recuerdos: el de una perla del propio Mumford que casi sabría decir de memoria pero que gracias a esas notas puedo transcribir fielmente: “El axioma más corriente de la historia es que cada generación se rebela contra sus padres y hace amistad con sus abuelos”; y la narración en tono épico de la construcción del puente de Brooklyn por John A. Roebling y su hijo Washington A. Roebling.

No tengo el libro a mano y me temo que estará descatalogado pero muy a gusto lo releería ahora para ilustrar otro par de fotos e incluso una ilustración que pongo aquí bajadas de internet de entre las muchísimas y bellísimas que se le han hecho.





Más en falta eché tener el libro en mis manos las dos veces que lo visité, una en 1990, de la que es muestra esta foto:



y otra en el 2003, algo más acompañado:



Recuerdo ahora aquel dicho de Borges celebrando a las ciudades que habían sido cantadas por un gran poeta o referidas por un gran verso. En el caso de los edificios es bastante más difícil encontrar un poeta o un buen verso y en la mayor parte de las visitas nos tenemos que conformar con los elementales datos de las guías. Pero hay lugares con suerte que tienen un gran texto detrás y que es imperdonable no leer. Y uno de ellos es el Puente de Brooklyn y la narración épica de su construcción en “las décadas oscuras” por Lewis Mumford.



(Una recomendación turística para acabar: si visitáis el puente sin tener fresca esta lectura y queréis consolaros, o si lo visitáis con ella y queréis celebrarlo de veras, no dejéis de ir a cenar al River Café, restaurante sobre el East River estratégicamente situado debajo del puente en el lado de Brooklyn. La vista nocturna desde allí es conmovedora, y esta foto encontrada en internet es una muestra:)

jueves, 8 de julio de 2010

38. RESTAURANTES CON FOTO DE EQUIPO

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A principios del mes pasado, Klaus Peter Goebel, director de la Architektur Inner Schüle de Stuttgart, que compartía jurado conmigo en París, me llevó a cenar a un sitio al que por lo visto le tenía cierto cariño.



La cena estuvo muy bien, el vino de la zona de Marsella, interesante, la conversación amenísima y los saludos con los comensales de las mesas vecinas (muy propio entre extranjeros en París) divertidísimos. Tras pagar la cuenta, Klaus me dio la tarjeta del restaurante que mostraba un par de fotos del grupo humano –cocineros, camareros, dueños, etc.- en dos momentos muy alejados de su historia.

La tarjeta me recordó la primera vez que vi algo así. Fue tras una alegre cena en la bonita localidad turística de Lindau, en el lado alemán del lago Constanza (Bodensee).



Viajábamos entonces con las hijas y con amigos de Logroño en plan muy económico, por lo que cenar por poco dinero en un restaurante que ofrecía una tarjeta con la foto del grupo humano que lo llevaba me pareció todo un lujo.



Que un lugar se represente no por las fotos o planos sino por la gente que lo mantiene con vida y da servicio es toda una lección para un arquitecto. Y por eso les doy a ambos los cinco tenedores LHD.

Dejo aquí puestas las localizaciones por si pasáis cerca y os apetece comer en ellos.

El Petit St Benoit está en el número 4 de la calle del mismo nombre, calle que arranca junto a la iglesia de St Germain des Pres. La zona, por otra parte, es animadísima.




El Alte Post de Lindau está en la Fisherstrasse 3, a un paso de la Marktplatz. Veo ahora en Google Earth que es el restaurante de un Hotel (el Gasthof), pero por el recuerdo que tengo y otras experiencias de restaurantes de hoteles en Alemania puedo asegurar que es algo que no tiene las connotaciones negativas de aquí.




Buen provecho.

martes, 29 de junio de 2010

37. LA ESTACION DE FERROCARRIL DE LOGROÑO.

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La van a tirar durante este verano. Esta vez son los social-regionalistas.

Ya escribí que el huevo frito ajardinado que construirán en su lugar no le llega ni a la suela del zapato (EL MEJOR Y DE LARGO). Y eso duele mucho más que el derribo.

Del dolor en esa estación podría escribir alguna cosa que me haría llorar. La dejo muy dentro de mí y cuento en cambio que cuando el verano pasado Javier Fernández de Castro me pidió que le diera algún dato sobre ella para un libro que le había encargado ADIF (sobre estaciones a derribar, supongo) se me olvidó contarle que uno de los mejores recuerdos que tengo de ella fue el recibimiento que mi mujer, mis hijas y yo (2 clarinetes, saxo y tuba) le hicimos a José Angel González Sainz tocando el Washington Post a su llegada a Logroño. No recuerdo la fecha (ese día no hubo fotos, que bastante teníamos con sujetar los instrumentos) pero creo que fue a finales de los noventa.

 

 



Pongo en compensación una foto de José Angel, que aunque tomada en internet, me permite recordarle con el mismo gesto con que esperó a que acabáramos la pieza musical: serio y de pie ante nosotros mientras se iba su tren con el revisor mirándonos atónito desde una de sus escaleras y con la puerta abierta.



Y por supuesto, pongo también aquí el Washington Post en una versión algo más académica que la nuestra, pero que vale para despedir, con todo mi cariño y todos los honores, a la propia estación (perdón por el pequeño corte publicitario que ponen al comienzo de la pieza/ se puede uno tapar los oídos hasta que se vea moverse el segundero):



 






Digamos de paso que la hizo el arquitecto local José María Carreras Castellet entre 1947 y 1958.