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miércoles, 1 de abril de 2015

83. LA PLAZA DE BETLAN. VALLE DE ARÁN



La fotografía ha devenido para mí en una de las herramientas más poderosas para crear lugares. Cuando visité en septiembre de 1978 todos y cada uno de los pueblos del Valle de Arán (viaje del que ya he hablado aquí en un post sobre Caneján) hice muchas fotos en blanco y negro, y fue después, al revelarlas, cuando descubrí la magia de ciertos espacios y arquitecturas que seguramente me habían pasado desapercibidos durante el viaje. Uno de ellos fue la pequeña plaza (o más bien aparcamiento) que hay a la entrada de Betlán, uno de los pueblecitos más pequeños del Mig Arán. Según entramos al pueblo aparcamos nuestro abollado Citröen dos caballos justo a la derecha, tras la iglesia, y seguramente, cuando acabamos la visita al caserío y regresábamos al coche hice esta maravillosa foto en que la iglesia y una casa con una placa circular (¿algún edificio público?) elevadas ambas sobre un plinto de mampostería con sendas escaleras para acceder a ellos, flanqueaban la entrada a la plaza como si se tratara de los torreones de una muralla.


En el verano de 1990 volvimos a Betlán con las hijas y un nuevo coche, el Seat Ibiza rojo que se ve en la foto. Catorce años después no tenía más que un vago recuerdo de la foto anterior así que no fue mi intención repetirla, sino evocarla. En aquella segunda visita, sin embargo, reparamos en una casita que había en el lado derecho de la plaza (según se ve la foto) o en el lado izquierdo según se entra a ella con el coche.


Era tan rústica y deliciosa que durante algún tiempo la convertí en la casa de mis sueños. Justo en aquel año 1990 decidí abandonar el ejercicio profesional como arquitecto, pero como aún tuve algún encargo más de viviendas unifamiliares, recuerdo que, de haberlos aceptado les hubiera propuesto alguna solución basada en este modelo.


Cinco años más tarde tuvimos ocasión de disfrutar de una semana de esquí en Baqueira Beret y como habíamos cambiado nuevamente de coche (ahora un gran Volswagen Passat blanco) no me resistí a la tentación de ir a "bautizarlo" (fotografiarlo) en el mismo lugar que los dos anteriores.


Lo triste de aquella visita (ay ay ay...) es que la casita de mis sueños había sido desollada viva, y ni los bobarriles ni la carpintería tenían los colores y el encanto de cinco años atrás. El mítico lugar a donde llevo a bautizar mis nuevos coches ya no era el mismo.


Cuando hace unos pocos años volví con nuestro siguiente coche, un Audi gris, y lo aparqué donde había estado el Citröen dos caballos, me encontré que los cipreses del cementerio competían ya en altura con la pequeña iglesia y que habían talado el árbol que había ido creciendo entre el Seat Ibiza rojo y el Passat blanco. A los plintos de las dos "torres" de la plaza les habían colocado barandillas metálicas, habían construido una urbanización nueva de viviendas por detrás del edificio de la derecha, había habido siembra de farolas y hasta el parking ya no era todo para mí.

No sé cuantos coches más me quedarán antes de que me metan en el fúnebre y definitivo, pero por mucho que alteren y estropeen este mágico lugar, pienso volver siempre allí a bendecirlos. A menos que (ay ay) me la conviertan en... "peatonal" (!).

domingo, 1 de marzo de 2015

82. LAS SALINAS DE AÑANA. ALAVA



En el verano del 2001 intercambiamos casa con una familia francesa que vivía en Bois D'Arcy, un pequeño pueblo cercano a Versalles desde el que íbamos en bici hasta sus jardines a tomar el picnic en el extremo del estanque del gran parque del palacio como si fuéramos príncipes. Pero no es de Bois D'Arcy y de la bonita casa que nos dejó aquella familia francesa de lo que toca hablar hoy aquí sino de la razón por la cual nos habían propuesto intercambiar la casa: venir a ver las Salinas de Añana de Alava (!). Por lo que nos contaron, las habían visto en un programa de televisión y se quedaron tan impresionados del lugar que decidieron venir a pasar las vacaciones al norte de España, y como la cercanía de de nuestra casa en La Rioja era la opción más favorable, pues fue la que tomaron.


Lo gracioso del caso es que cuando nos contaron el motivo de su viaje nosotros no teníamos ni idea de la existencia de este lugar ni habíamos estado en él, así que en el otoño del año siguiente, en concreto el 10 de noviembre del 2002, decidimos hacer una pequeña excursión para verlo, y a fe que no nos decepcionó.


Llegar hasta Salinas de Añana es bastante fácil porque está muy cerca de la salida que tiene la AP-68 en Pobes, poco antes del paso de Subijana. Desde allí, por una carretera comarcal en dirección Oeste, se llega en seguida al pueblo.


Las salinas consisten en la explotación inmemorial (dicen que desde los romanos) de un manantial salino que emerge en un pequeño barranco situado al sur del pueblo. El agua se conducía por gravedad hacia unos bancales artificiales situados a ambos lados del barranco construidos con unos sencillos entibados de madera. Un camino ascendente situado en la ladera sur del barranco permite contemplarlo en su totalidad, llegando hasta la parte más alta para dar la vuelta y regresar por el pueblo.


Las fotos que muestro aquí siguen más o menos el recorrido por ese camino mencionado:





En noviembre del 2002 la mayor parte de las salinas estaban abandonadas y el paisaje tenía un bellísimo aspecto de ruina industrial. En algunas, sin embargo, seguía habiendo agua sobre las pequeñas parcelas y si no recuerdo mal, ya había entonces alguna iniciativa de reconstrucción de algún entibamiento para su uso turístico que, obviamente, preferimos ignorar.


Mis últimas noticias son que el uso turístico va en aumento y que con el cuento que ahora se le echa a todo lo relacionado con la gastronomía hasta se ha vuelto a montar alguna explotación de sales vendiendo bolsitas a un precio escandaloso.

Sea como fuere, yo creo que la visita y la vuelta por el camino que se ve justo enfrente de esta última foto, vale la pena. Así que si lo descubren gracias a este blog recuerden que nosotros lo descubrimos de una manera aún más extraña.


viernes, 23 de enero de 2015

80. LA PLAZA DE ORTIGOSA DE CAMEROS. La Rioja



Había acabado yo primero de arquitectura en Barcelona, un curso selectivo de dibujo, matemáticas y física en el que poco o nada de arquitectura había aprendido, y en aquel verano de 1971 tuve la suerte de que unos amigos de mis padres me invitaran a pasar unos días de vacaciones en Ortigosa de Cameros donde tenían una casa al lado de la plaza. Con aquella formación académica que había adquirido no  recuerdo que la singular configuración de su plaza me impresionase mucho. Más bien tengo entrañables recuerdos del primer piso del casino donde reproducíamos en sus tableros de ajedrez las partidas del campeonato del mundo que en aquellos días jugaban Fisher contra Spassky. Pero años después, cuando empecé a bregar con espacios públicos en mi etapa profesional como arquitecto municipal de Nájera, la sencillez geométrica y la limpieza conceptual de aquella plaza fue brotando de mis recuerdos sin apenas darme cuenta. La arquitectura, la buena arquitectura, no se aprende en las Escuelas. Emerge de los recuerdos de uno mismo cuando ha estado en contacto con ella.


Como todo espacio rural que se ha ido configurando sin proyecto urbanístico alguno, la plaza de Ortigosa parece haberse hecho a sí misma ante la sorpresa de un lugar casi llano en un entorno de pendientes laderas. Las casas más importantes del pueblo, el casino o el ayuntamiento se fueron instalando allí hasta que ese gran espacio necesitó de una urbanización o una significación especial y algún consistorio desconocido (y de méritos no reconocidos) emprendió la construcción de una simple plataforma central bordeada de un banco corrido en cuyo interior se veneraba la gigantesca presencia de un olmo centenario.


Alrededor de esa ínsula pública perfectamente horizontal las calles podían seguir con las pendientes necesarias para dar entrada a las casas estableciéndose así un diálogo armonioso entre lo público y lo privado en el que la arquitectura doméstica rural llegó a cotas de una nobleza verdaderamente urbana.


El olmo centenario se murió y los cimientos de la plataforma del rincón donde estaba se resintieron un poco, pero afortunadamente un olmo nuevo se ha vuelto a plantar en el mismo lugar, justo a la izquierda de la entrada principal.


Por entre el casino (a la izquierda) y la casa de la derecha que tras una más que dudosa "restauración" ahora hace de Ayuntamiento, veo la casa con fachada de ladrillo de Isabel y Eliseo donde estuve aquellos días y a quienes siempre les estaré agradecido por esta singular experiencia arquitectónica.


El mismo patrón de plaza lo podemos encontrar en el espacio de llegada a la cercana aldea de Montemediano, con la suerte de que todavía vive su olmo centenario. La modestia de la aldea y la ausencia de un caserío más desarrollado no dio allí para una barandilla metálica, pero la idea simbólica de plaza pública es la misma.


A la vista de las esperpénticas plazas que se han hecho en muchos pequeños pueblos durante estas décadas de abundancia de dinero público, despilfarro hortera y "originalidades" arquitectónicas, qué oportuno me parece rescatar de mis recuerdos esta pequeña lección. Este sencillo patrón.


miércoles, 29 de mayo de 2013

71. BRIEVA. LA ESCALERA DE HIERBA




Una alumna de tercero de diseño de interiores, Berta Ruiz, me trajo ayer esta foto de una escalera en Brieva de Cameros, La Rioja. Es de un fotógrafo llamado "jones 60" y se puede ver con más detalle en el Panoramio asociado a Google Earth. Para entender mejor su tamaño y ubicación la he buscado con Google Earth pero lamentablemente la definición de la foto aérea en esa zona es muy deficiente y no he podido tomar una vista en planta. Pero es igual, lo importante es haber encontrado esta maravilla, o mejor dicho, que me hayan encontrado esta preciosidad gracias a mis clases en la Escuela. Yo cada vez valoro más a las personas que me enseñan cosas bonitas y me gustaría decir siempre, con cada una de esas cosas, quien me la mostró. (A propósito de ello no hace mucho que me sentí obligado a decir  en clase que Il Redentore de Palladio, edfLHD n57, se lo debía a Moneo, para que veáis que no le tengo tanta manía como dicen y que cuando tengo que agradecer, agradezco).

A falta de una foto aérea que la ubique mejor en el lugar, encuentro esta otra foto con ojo de pez del mismo "jones 60" que la relaciona con el gran espacio de la plaza "de cuya pavimentación... ay, prefiero no acordarme..." como diría un Quijote, o no mirar mucho.


En una página de turismo encuentro otra buena foto, metidos ya en ella:



Y una más, del infatigable fotógrafo panoramioco Carlos Sierio del Pozo, que nos descubre un descansillo en la parte alta.


Aunque me alegro muchísimo de su descubrimiento, también me sorprendo de que nadie me la hubiera mostrado antes o de que no la hubiera descubierto yo mismo. Es tan hermosa, que me parece inaudito que no figure entre las grandes bellezas de nuestra región (¡con lo dada que es esta región a proclamar sus bellezas para que vengan y vengan turistas!). Bueno, pues al menos, ya está en edfLHD, que no es poco mérito, y prometo ir a verla en cuanto pueda.

Para apreciar la belleza de lo cercano, a veces hay que irse muy lejos. En cuanto vi la foto que me enseñó Berta, me acordé de la escalera artificial de hierba que construyó Alvar Aalto para acceder al salón principal del Ayuntamiento de Seinajoki en Finlandia y que visitamos en junio de 1998:



El terreno es tan llano en Seinajoki, que para realzar la sala de los plenos, Aalto se inventó ese desnivel y esa escalera. Ahí está a la izquierda del eje principal del centro cívico.


Lo mismo o parecido hizo en el Ayuntamiento de Saynatsalo, aunque el recurso en esta ocasión fue ascender a un patio interior que fuera como un oasis en el infinito bosque llano de la zona.


Y aunque por un lado puso una escalera de piedra, por el otro acceso recurrió a la de hierba:


Cuando lo visitamos en junio de 1998, estaba completamente levantada para su restauración así que estas fotos las he tomado de internet.




A un nivel más doméstico, el propio Aalto había colocado unas escaleras similares en la entrada posterior de su casa en Muuratsalo:



En esta ocasión no tuvo que inventarse el desnivel porque el terreno ahí está en pendiente, como en Brieva, es decir, que la escalera es más honesta, menos artificial.

Volvemos así a nuestra preciosa escalera riojana, tan sencilla y natural que parece que nadie la hubiera hecho, que estuviera ahí desde siempre. Y lo hacemos con la última foto que he encontrado, una foto tan artística que parece un dibujo a plumilla. Es una foto de "brodriz", quien por lo que veo en su flickr pertenece a esa legión de fotógrafos riojanos empeñados en que la fotografía convierta en bello cualquier cosa:


La escalera de Brieva no necesita de esos esfuerzos. Es bella en sí misma cualquiera que sea la forma de fotografiarla.


viernes, 16 de abril de 2010

27. CANEJAN, Valle de Arán, Lérida, España.




Cuando aún tenía yo afición (afecto) por la arquitectura de nuestro tiempo, sentía también cierta devoción por los orígenes de la arquitectura: ya se sabe, los mitos fundacionales, los dibujos de Laugier sobre la cabaña y todo eso. Es lógico que años después, cuando aquel afecto se ha trocado en decepción, la devoción por la arquitectura primitiva se haya convertido casi en una necesidad. La visita que cuento hoy aquí es de los primeros tiempos. Pero el blog es cosa de ahora.

Caneján es el pueblo del Valle de Arán más próximo a Francia en la salida del río Garona hacia el norte. Pero en vez de estar junto al río, se encarama a la ladera del último valle secundario del propio Arán, el valle del río Torán. Para situarnos, la perspectiva aérea que he tomado desde el Oeste sobre el mapa que nos ofrece Google Earth, es inmejorable.


Vemos serpentear el valle principal con la línea de los tres miles separándolo de España mientras que tras la línea de cumbres de la izquierda, algo más baja, estamos ya en Francia. Deudores del Garona vemos por la derecha el valle de Arties y el de la Artiga de Lin y por la izquierda, el Varrados y el que ahora nos interesa, el del río Torán. No cabe duda alguna de que el Valle de Arán es una unidad geográfica extraordinaria.

Pues bien, cuando fuimos allí de viaje de novios Rosalía y yo en 1978, recordaba del trabajo de 1974 para el COAC que sólo en Caneján quedaban unas casas (o bordas) con cubiertas de paja.

Para entonces ya había estado en el Cebreiro visitando las célebres pallozas de planta circular (orgánica) y por supuesto había sentido la misma emoción que me transmitieron los croquis del poblado de Moaña de Torres Balbas, o las clases de Rafael Moneo sobre esa proximidad formal entre el útero materno y la primera arquitectura. Pero aún no había visto nunca cubiertas de paja sobre ese nuevo estadio de la arquitectura en la que ya había aparecido el ángulo recto.

Nos adentramos con nuestro Citröen 2CV por el encajonado valle del río Torán con aquellas extraordinarias torrenteras al fondo,



y en el primer recodo avistamos la forma en la que el pueblo se asentaba en la ladera orientada a naciente.



Las pocas bordas que quedaban con tejado de paja estaban, sabía yo, en el camino que llevaba de Caneján a Bordius, justo a la derecha del pueblo.



Y una vez que aparcamos en el pueblo, para allí nos fuimos en la agradable pero distante compañía de una pareja de aldeanos.















Nuestros guías continuaron camino adelante y nosotros nos quedamos a contemplar largo rato esas reliquias arquitectónicas del neolítico y a hacernos fotos.






Siguiendo el camino por el que se fueron los lugareños, hubiéramos podido llegar a Bordius, pueblo abandonado en el que Soler y Santaló tomó a principios de siglo una foto en la que, no ya las bordas, sino las mismas casas tenían tejados de paja. Esa foto la publicó y puede verse en el libro LA CASA POPULAR EN ESPAÑA que escribió Fernando García Mercadal en 1930, que es la que pongo aquí (facsímil en colección Punto y Línea de la ed GG, Barna 1981):


Ya que en su día no fuimos hasta las ruinas del despoblado de Bordius, lo he hecho ahora con Google Earth:


No hemos vuelto a Caneján desde entonces y eso que tuvimos un amigo, colega de Rosalía en el MIR (el doctor Cristian Fallos se llamaba), que tenía allí una casa de un abuelo suyo que había sido medio contrabandista y que nos invitó a visitarle. (Con Cris hice un par de excursiones montañeras por la Rioja que espero contar en Montes).

Guardo también del pueblo de Caneján esta hermosa vista tomada cuando volvíamos de aquella especial comunión con esas bordas de tejado de paja que nos permitieron volver al neolítico gracias al motor de un 2CV y a nuestra ilusión.


Por las fotos que encuentro en Panoramio parece que los tejados de esas bordas han sido ya sustituidos por otros de chapa más modernos y que el pueblo está tomando el aire vulgar de cualquiera de los pueblos del valle,




así que es muy posible que no quiera volver por allí y que prefiera dejar en este blog el recuerdo de aquel gran momento.

Aunque no hay que ser derrotistas: río arriba hay una gran excursión del alta montaña hasta Montgarri que me gustaría muchísimo hacer. Eso sí, de llevarla a cabo, su historia ya no la pondré en este blog, sino en el mencionado MONTES.