domingo, 29 de noviembre de 2009

17. LA CABAÑA DE JULIO VILLAR

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Hace catorce años la revista Archipiélago que dirigía José Angel González Sainz me invitó a participar en un número dedicado al transporte. La revista Archipiélago, recientemente desaparecida, estaba entonces en plena juventud, llena de ideas y energías. Entre los artículos que compondrían el número se solía incluir una entrevista a algún experto en la materia, y hablando sobre el asunto en su viejo piso de Catelldefels a orillas de la ruidosa autovía, le propuse al director hacerle esa entrevista a Julio Villar, el conocido navegante del Mistral, el hombre que había dado la vuelta en mundo en un pequeño velero de 7 metros, y que lo había contado en su delicioso libro ¡Eh Petrel!. Pero no era por ese libro tan conocido por el que yo quería estar con él, sino por otro mucho menos divulgado y a mi parecer mucho más interesante que publicó unos años después en la misma Editorial Juventud, y que llevaba por título VIAJE A PIE (Barcelona 1986). Yo lo había leído en la primavera de aquel 1995, y además de que su contenido podía encajar con nuestro espíritu crítico sobre la alocada movilidad de nuestros días, su lectura me había generado grandes deseos de conocer al autor.

Hombre aventurero o medio hippy, no fue fácil dar con él, pero por el propio libro y algunos recortes de periódicos sabía que se había instalado en algún lugar de L’Ametllá de Mar, provincia de Tarragona, y para allí me fui con mi fiel escudera en un día caluroso del verano de aquel mismo año. Tengo apuntado en mis cuadernos de notas que le preguntamos a un guardia del puerto, a dos policías municipales, a la mujer de Víctor (el secretario del juzgado), y a un tal Roberto (que tenía una tienda de modas con una fachada de piedra), y con los datos de unos y otros nos echamos hacia el monte por unas pistas de tierra que a punto estuvieron de acabar con los bajos de nuestro Seat Ibiza. Tras varias dudas y alguna parada a preguntar en las escasas masías habitadas por donde pasamos, dimos finalmente con una especie de casa/cabaña que parecía autoconstruida y que bajo el sol achicharrante de julio era el único lugar habitado entre los almendros y los olivos de aquel monte bajo.



Tenía como nombre SAGARMANA, que puesto ahora en google remite a algún tipo de dicho del Himalaya.

No había nadie allí, así que nos sentamos un rato a contemplar el lugar, a dejarle una nota con un número ya editado de Archipiélago (la revista de crítica de la cultura que le había buscado pero en la que ya no saldría) y hacer unas pocas fotos de la cabaña. Sentí cierta sensación de fracaso pero entre las cosas que le puse en la nota le escribí que "el destino sabrá".

Por un artículo de este mismo año encontrado en internet proveniente de un suplemento de náutica veo que aún vive allí. Y a falta de haberle conocido en persona, he visto un par de vídeos bastante malos en youtube donde una jovencita risueña le hace una entrevista bastante sosa. Una pena, porque ese hombre es un ser extraordinario. Tan extraordinario como el lugar que se construyó para habitar sobre la poética de sus dos libros.