miércoles, 7 de marzo de 2012

58. SANTA MARIA DE LA PISCINA, PECIÑA, ALAVA.



Si tuviera yo mucho a respeto a los números tendría que haber guardado esta entrada para una ocasión singular, por ejemplo, el número 100 de los edificios LHD o algo así, pero como en esto de los blogs voy a golpe de impulso y me trae sin cuidado cuantos llevo, se me ha ocurrido ponerla este mes como si fuera un edificio más, un edificio cualquiera, y de eso nada. Este es uno de los edificios más significativos de mi vida porque está unido a un recuerdo tan íntimo y personal, que para hablar de él tengo que pelearme con mi pudor, asunto que a los lectores, seguramente, os traerá sin cuidado.

Aunque para involucraros un poco también podría plantear el tema al revés: ¿os acordáis exactamente del lugar en el que le disteis el primer beso a quien iba a ser el amor de tu vida? ¿Hubo un lugar para ese momento tan significativo, u os besasteis en un sitio cualquiera, por ejemplo, en el interior de un coche en una calle sin nombre o en un parking ya desaparecido? Yo supongo que la diferencia entre vivir la arquitectura o no vivirla debe de estar unido a estas cosas, a estos recuerdos. Savater decía en cierta ocasión que la arquitectura sólo le interesaba como escenario de nuestras vidas. Y va a tener razón. Bueno, pues ya sabéis por qué este edificio es tan significativo para mí. Y para ser más exactos, el  umbral de su puerta principal.


Lo que tiene gracia es que desde entonces no he vuelto por allí, y que sólo sé que aún esta en pié y es lugar venerable porque no he tenido noticia de su ruina y porque lo he encontrado tal que así en el google earth + sketch up:


Ya veis qué lugar tan solitario y bonito, un carasol de la Rioja alavesa con los montes de la Herrera detrás. 

No es que yo escogiera el lugar para acto tan emotivo, ya sería la repera. Un primer beso de un amor sin fin es algo imprevisto, algo que te sucede, y la suerte es que te toque en un lugar inolvidable. 

Mi relación con la ermita de Santa María de la Piscina venía de uno o dos años atrás. Al catedrático de Historia de la Arquitectura de la escuela de Barcelona, el famoso Bassegoda, se le ocurrió que para aprobar su asignatura teníamos que dibujarle las plantas y alzados de alguna ermita que él no tuviera en su archivo, y como mi lugar de procedencia estaba a muchos kilómetros de Barcelona, lo tuve fácil 

Y tan fácil, porque no sé si fue por casualidad, o porque en aquella época tan caótica en la Escuela lo que más nos gustaba era aprobar copiando, resulta que cuando me llegué a la ermita de Santa María de la Piscina en el otoño del 74 o primavera del 75 (no lo sé precisar), me encontré que estaba en proceso de restauración y que el cantero de la obra tenía los planos encima del altar. 


Nunca mejor dicho, aquello fue coser y cantar. Un poco de papel sulfurizado puesto encima de los planos del arquitecto que estuviera dirigiendo la restauración (ni me molesté en apuntar su nombre), y para Barcelona. 

No guardo copia alguna de mis dibujos pero por suerte he conservado los negativos de las fotos que complementaron aquel trabajo de escuela y con el que, por supuesto, aprobé holgadamente. 

Como se ve en ellas, el estilo restauración ya estaba por aquel entonces muy asentado, y aunque aún no sabía que la reconstrucción del escudo era de la escuela violletiana y que la labra de las piedras nuevas eran de la escuela española, tanto me importa la una como la otra, porque si tengo en grandísimo aprecio a este edificio no es por su restauración ni  la mezcla de una escuela con la otra.



Creo que lo que más me gusta de aquellas fotos, ahora recuperadas, es ese rústico rebaño de ovejas que me acompañó en mi primera visita, y la descuidada sencillez del entorno.


Cuando volví a visitarla, la compañía fue de orden muy superior. Pero como digo, desde entonces no he vuelto por allí. Podéis ir vosotros y probar a ver si tenéis la misma suerte, o cuando menos, a recordarlo por mí,  porque el lugar se lo merece.