Hace unos días encontré por casualidad en internet la referencia a una nota que escribí sobre Peter Zumthor para la revista Diseño Interior. Ahora que recuerdo fue un "encargo" (!). Querían hacer algo así como un pequeño dossier de cinco o diez arquitectos de moda y me pidieron que eligiera uno. Fue por el año 2000. Lo transcribo tal cual lo encuentro en el disco duro.
ZUMTHOR, O LA ESPERANZA
Para los descreídos del
star-system de la arquitectura que se reproduce una y otra vez en papel couché
con selecciones como la que el lector tiene entre sus manos, la figura de
Zumthor podría representar, al menos, un mínimo halo de esperanza en el futuro
de este arte, en otro tiempo espléndido de presencia urbana y de signos
trascendentes y ahora, sin embargo, hermano pobre de la sociedad del
espectáculo.
Así
lo entendía Félix de Azúa cuando, en una de las columnas con las que
semanalmente construye un templo de sabiduría en medio del marasmo informativo,
se refería a Zumthor con estas palabras: “A pesar de la presión que soportan
para convertirse en unos irresponsables, algunos arquitectos no se rinden” (EL
PAIS 21 de abril de 1999).
Desde
Zumthor para atrás hay que remontarse a Robert Venturi para encontrar a otro
arquitecto que diera esperanzas. Pero parece evidente que su ausencia en la
selección que ha hecho esta revista es síntoma de que las esperanzas puestas en
él se agostaron con los insospechados monstruos que produjeron quienes no le
entendieron bien. Venturi quiso sacar a la arquitectura moderna de su
misticismo formal -o funcional, tanto da-,
y ha acabado por ser el padrino de la arquitectura de feria. Vaya desde
aquí una flor sobre su Complejidad y Contradicción en la Arquitectura.
Pero
la esperanza puesta en Zumthor radica a mi entender mucho más en sus
declaraciones que en sus edificios. En la memorable entrevista que Anatxu
Zabalbeascoa le hacía para la página de Arquitectura de EL PAIS, publicada el
28 de noviembre de 1998, la primera afirmación que hacía la periodista era que “jamás ha entendido que se le catalogue como
minimalista”, es decir, de místico de las formas (o de la ausencia de
éstas), o en otras palabras, de “esteta”. Más adelante rubricaba su
posicionamiento diciendo “yo no soy un
intelectual, soy más un carpintero que dice la verdad”.
El
15 de abril del año pasado le ví en Barcelona ante el gigantesco auditorium de
Construmat explicando el proyecto del pabellón de Suiza de la Expo de Hannover.
Para ser un carpintero me sorprendió enormemente su facilidad de palabra y su
saber estar ante un público tan masivo. Pocas veces he asistido a una
conferencia de arquitectura tan interesante. Para completar la excelente puesta
en escena me fijé que las mangas de su chaqueta eran desproporcionadamente
largas y que hacían de él una figura singular. En la fotografía de agencia en
la que se le ve recoger el premio Carlsberg de manos de la reina Margarita de Dinamarca
también se puede apreciar que las mangas de su americana son enormes.
Hay
algo raro en que un gran arquitecto vista de un modo tan estrafalario. Yo ví en
Zumthor el semblante de la Europa más tranquila, amable e intelectual, fruto de
la riqueza de uno de los paises más ricos de esta Europa. Anatxu en su
entrevista apuntaba también, a modo de sospecha, hacia cierto elitismo, pero a
mí eso me preocupa menos. A mí me da mas miedo que la fragancia -¿presencia?,
¿signos?- de sus edificios (que no he tenido aún la suerte de visitar), sea más
bien producto de una excelente operación de puesta en escena.
Con
todo, la esperanza es lo último que se pierde.
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Hasta aquí aquella nota. Me entero ahora por internet que le dieron el Pritzker en el 2009, pero a mí eso me trae al pairo excepto por la foto que he encontrado de la ceremonia de la entrega, que fue en la ahora fétida Buenos Aires. Zumthor seguía con la misma chaqueta de mangas larguísimas y una gran pose de predicador (o comediante).
Fruto de aquellas últimas esperanzas en la arquitectura fue el viaje que organicé para el Colegio de Arquitectos de La Rioja hasta las termas de Vals. Fue en septiembre del 2002, dos años después de escribir las líneas de arriba. La gente que se apuntó quedó muy contenta: en primer lugar porque como arquitectos que en su mayoría eran, cualquier mitomanía les encanta, y segundo lugar, porque no las vimos sino que las usamos, que es como mejor se ve un edificio. La pena fue que por la necesaria discreción en un lugar de baños, no dejaban hacer fotos en el interior. Pero hay tantas por la red que poco importa. La más famosa, la más conocida, la que yo siempre he usado en mis clases es esta,
es decir, más o menos la misma que he puesto como presentación pero con agua y con chica esbelta en bañador. No creo que la hubiéramos mejorado nosotros. Lo que dice esa foto, y la de arriba, es que el edificio de Zumthor es básicamente una textura, un revestimiento. Novedoso, hermoso, y al parecer, carísimo. Con la de toneladas de papel y tinta que se habrán escrito sobre Zumthor no creo que nadie haya dicho a cómo sale el metro cuadrado de ese revestimiento. Para mí que es el dato más importante. Junto con el paisaje. Y como del coste del revestimiento no sé nada, es del paisaje de lo que voy a hablar, porque a mí me gustó más el valle que el edificio.
No digo que el edificio esté mal, como cueva interior es muy bueno, pero por fuera no es para echar cohetes. La gran arquitectura es aquella que crea un paisaje o una ciudad, y los alrededores de las termas de Zumthor son una catástrofe:
De aquella primera visita con el viaje del Colegio de Arquitectos aún recuerdo que las luces de neón de la entrada a las termas nos produjo la impresión de un puticlub. Pero todo quedó compensado con el baño y con el grandioso espectáculo de la primera nevada otoñal:
Arquitectónicamente hablando, yo me quedé prendado de los almacenes de paja que había salpicados por todo el monte. Desde la ventana de la habitación de la residencia con pinta de hospital donde dormimos se veían así.
En el verano del 2008 viajé nuevamente a Vals (la foto soleada de más arriba es de entonces) y volví a mirar entusiasmado hacia las laderas de hierba con sus almacenes de paja. Recuerdo que había gente recolectando hierba en familia, más o menos como lo habrían hecho desde siempre.
La tarde amenazaba tormenta y si en el baño de la primera visita pudimos disfrutar de la caída de copos de nieve en la piscina exterior, en la visita de verano el espectáculo de rayos y truenos no fue menor. Como no lo puedo contar con imágenes hechas desde dicha piscina, valga esta foto tomada en la carretera cuando la tormenta se estaba pasando y regresábamos a casa:
La arquitectura es una buena disculpa para viajar a lugares que de otro modo no conoceríamos. Pero el éxito de público en Vals por las termas de Zumthor no creo que esté haciendo mucho bien al pueblo. Aquí un par de ejemplos, cada cual en su estilo.
Y como no podía ser de otro modo, un mínimo muestrario de algunas fotos de la cueva de Zumthor que he encontrado por internet y un par de comentarios: Rosalía me hizo notar lo maravillosa que es la luz mínima de esas bombillitas. Y Ramón Ruiz Marrodán me dijo: igualito que las termas de Arnedillo, que parecen un muestrario de materiales.