jueves, 12 de julio de 2012

62. LAS TERMAS DE CARACALLA



A poco que uno mire el índice de este blog se habrá dado cuenta que es tan caprichoso como la memoria y que su única estructura es la de mis desordenados recuerdos o lecturas. Es decir, que no se trata más que de un blog autobiográfico. A veces, a medianoche, en la duermevela, me pregunto a mí mismo por algún edificio que me haya despertado emociones singulares, y me vienen a la mente las cosas más raras. Por ejemplo, de aquel viaje a Roma en 1997, el año en que fui elegido decano del colegio de Arquitectos de La Rioja, hace unos días me regurgitaron LAS TERMAS DE CARACALLA. Pero, me dije, ¿qué podría contar yo de las Termas de Caracalla que no esté contado en los libros o en la red? Pues seguramente nada. Todo lo más podría poner en el blog las fotos de aquel viaje, algún enlace a web documentalistas, y recomendar a quien me lea que lo visite. Pero con estas explicaciones uno no se queda tranquilo porque después de que el edificio haya venido así del recuerdo, te preguntas por qué te causó emociones singulares, por qué te ha venido al recuerdo.

La última pregunta es la más fácil de responder: en mi reciente lectura de LA CIUDAD EN LA HISTORIA, veo haber subrayado que Mumford dice (pag 395) que el circo y el baño fueron, en realidad, la nueva contribución romana al legado urbano.

No hace mucho que también ponía yo aquí unos baños modernos, los de Zumthor en Vals, justo para denunciar su ausencia de urbanidad, pero ahora se me ocurre que la afición por los balnearios que se produjo en este país durante los últimos años de bonanza económica quizá tengan algo que ver con aquellos años de inmoralidad y decadencia del Imperio. En una cena de amigos montañeros, me contaron el otro día que los baños que hizo la hija de Moneo en Panticosa y que habían arruinado la gracia de aquel lugar, ya están cerrados y que todo aquel alegre paraje presenta un aspecto de lo más triste. La obra fue muy celebrada por la prensa progre y especializada. Solo de leer el reportaje de este tipo pagado por ELPAIS y los comentarios que le han endilgado los lectores ya os podéis hacer una idea del cuento. Iba a poner una ilustración pero mejor la dejo para Cascotes.

Vamos con las Termas de Caracalla tal y como las vi y como me sorprendieron, seguramente porque  no iba con una idea preconcebida, y porque pertenecen a ese género de arquitectura que es preciso visitar y no mirar en láminas o fotos.


Si uno mira las reconstrucciones virtuales que, por ejemplo, puede encontrar en uno de los mejores blogs documentalistas de arquitectura en lengua española, el moleskine arquitectónico del peruano Carlos Zeballos, ni de lejos programaría una visita a un edificio así. El aparato arquitectónico y decorativo que le atribuyen los reconstructores de imágenes por ordenador es más kitsch que el de las termas de la hija de Moneo, cada cual en su época. Pero cuando bajando del coliseo o del circo máximo y el palatino (ahora no recuerdo bien cual fue el orden de mis visitas) se encuentra uno con la cordillera de ruinas de las Termas, no puede uno sino sobresaltarse ante semejante paramento por muchos coches zumbando que le pasen por delante.

Digo bien, es como una cordillera, como una placa tectónica, como algo sobrehumano que seguramente tenga más que ver con mi blog de Montes que con ningún blog de arquitectura.

Desgraciadamente el moleskine arquitectónico no sólo es un blog documentalista. Hay que tener siempre gran precaución con los historiadores y periodistas porque cuando menos te lo esperas, te clavan su opinión, o aún peor, su doctrina biempensante. Pero esta vez le salió a Carlitos lo mejor de su educación arquitectónica y a la hora de opinar alabó la escala del edificio.

Sin embargo, miro atentamente las fotos que hice a mis acompañantes entre sus ruinas y me entran ciertas dudas sobre esa opinión.




No es la escala de los espacios o de sus lienzos lo que impresiona sino la escala del grosor de sus muros, es decir, lo que se expresa en la primera foto con la que he ilustrado este post. Y aún diría más: no es la escala de esos gigantescos muros lo que impresiona, sino el potencial plástico que adquieren en su ruina.

Si esos espacios o esos muros los vemos recubiertos de decoración, como en las reconstrucciones virtuales, realmente echan para atrás, pero al verlos en las nuevas formas que ha esculpido el deterioro se asemejan una vez más a esas montañas que han ocupado mi corazón en el lugar donde estaba la arquitectura.


Al contemplar años después esta bonita foto con mis hijas delante de las restos de lo que fuera el "caldarium"  no puedo sino pensar que tienen mucho más que ver con las Peñas de Gembres o la Brecha de Roland que con la obra de arquitecto alguno.

Por aquello de dejar algún dato urbano que no veo en los documentalistas, (o esta otra) finalizo con la imagen aérea de su ubicación a la vista de esas dos referencias más cercanas que decía, el Palatino/Circo Máximo y el Coliseo.