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No, no, tranquilos que no es mi idea contar la mili, dios me libre. Pero en el empeño de comentar aquí los sitios en que he vivido no podía dejar de lado un lugar tan especial como el campamento militar al que fui destinado en el famoso y extinguido “servicio militar obligatorio”.
Algo de “orden militar” ya llevaba yo encima tras mi paso por el PATRONATO que vimos dos post atrás. Pero aquel espléndido lugar y rico complejo de edificios lleno de unidad, poco o nada tenía que ver con el Campamento de Instrucción de Reclutas de Colmenar Viejo que habité en los tres primeros meses del año 1977, justo en plena transición española de la dictadura a la democracia.
Me habían comentado que por razones estratégicas o de seguridad los recintos militares están borrados en Google Earth pero, por suerte, este lugar de instrucción no debe ser objetivo importante para el enemigo y he podido acercarme hasta él con el famoso atlas cibernético y revivirlo. No tengo ni idea de cual será su uso actual y tampoco tengo mucho interés en saberlo.
En la foto de arriba puede verse la totalidad del recinto, situado al noroeste del pueblo de Colmenar Viejo. En el primer vistazo puede advertirse el completo desorden espacial o geométrico del mismo (quizás pensado así para despistar al enemigo...). El acceso está situado al Este junto a la carretera que lo comunica con el pueblo, y el orden interior de manzanas brilla por su ausencia. En eso tiene mucho más de “campamento” que de cuartel, más de implantación efímera que de pequeña ciudad. Pero de efímero nada, los pabellones son recios y si no recuerdo mal, construidos con granito de la zona. El desorden tiene más que ver con la incapacidad de diseño de los ingenieros militares que con su solidez constructiva.
Poco recuerdo de la utilidad de tanto pabellón como puede verse por ahí revuelto, pero salvo error que agradecería se me corrigiese, anoto a continuación los que tengo en memoria.
El señalado con el número 9 era el de mi compañía, la “novena”, nombre fatídico en lo musical pues nuestro himno era la antítesis de la famosa coral de Beethoven en la homónima Sinfonía. Los mandos nos exigían cantarlo cuando desfilábamos, pero la mayor parte de nosotros sentía tal vergüenza de la letra (y de la música) que nos ganamos más de un castigo por farfullarlo de mala gana. Afortunadamente muchas cosas he olvidado de la mili pero la letra del himno de la Novena Compañía aún me persigue:
La Novena Compañía
Toda llena de alegría
Nos ponemos a cantar
Con ardor ferviente y sano
Con el Cetmet en la mano
La mejor del CIR será.
La Novena cuando sale a desfilar
A las chicas con su garbo prenderá
Y a sus madres les dirán con ansiedad
Estos chicos tienen aire militar.
Cielo santo. Me pregunto si el compositor sería el mismo diseñador del CIR.
La Compañía era una simple nave corrida de dos pisos ocupada por literas de tres alturas, pasillo en medio y taquillas junto a las paredes. Es decir, un enorme dormitorio doble para ciento y pico reclutas. Un detalle que había olvidado pero que he podido recordar gracias a algunas cartas que escribí desde allí es que en el pasillo había televisiones encendidas en las horas de asueto. Horror sobre horror.
Es por eso que en tales momentos de descanso, en vez de ir al dormitorio solíamos apretujarnos en el atestado HS (Hogar del Soldado), otra nave inmensa situada al Sur del recinto donde cientos de reclutas rapados merendábamos a gritos y bebíamos botellines de cerveza.
El otro gran tejado que puede verse en la foto, justo encima de la Novena Compañía, era el gigantesco comedor. Pero..., ¡oh gran diseño militar!, la cocina (K) no estaba junto al comedor sino al Sur de nuestra Compañía por lo que los perolos del rancho tenían que ser transportados por los reclutas al aire libre.
Acabo con los restos de mi memoria señalando que los pabelloncitos situados al Oeste del recinto eran las Aulas (A) donde recibíamos las clases teóricas de defensa y ataque, es decir, de distinguir lo que era un “refugio” de un “abrigo”: uno de ellos (no recuerdo cual) era un lugar que te protegía del fuego y de las vistas del enemigo (por ejemplo, una roca) mientras que el otro te protegía de las vistas pero no del fuego (por ejemplo, un arbusto). Horas y horas nos pasamos con esa clase.
El último de los puntos señalados en el croquis de mayor detalle es el campo de la Jura de Bandera, una especie de gran plaza de armas asfaltada (PA) de la que creo tener alguna foto, porque para tan memorable ocasión los familiares sí podían llevar cámaras. El problema es que salieron muy mal y no tuve cuidado en guardarlas.
Más allá del Campamento propiamente dicho pero formando parte de mi memoria del lugar hay cuatro o cinco temas, imágenes o sensaciones que no puedo dejar de pasar por alto. La primera de ellas era el grandioso fondo que tenía detrás: la Sierra del Guadarrama. La fotografía que he encontrado en Panoramio exagera la proximidad mediante el procedimiento del teleobjetivo, pero lo cierto es que su presencia en tan desolado lugar era verdaderamente consoladora. Y más, con nieve, tal y como lucía en los meses de invierno en que me tocó estar allí.
Al pueblo solo salimos un par de domingos y lo recuerdo tan feo o más que el propio Campamento. Mi impresión será seguramente subjetiva porque formar parte de las oleadas de borregos que deambulaban por entre sus calles y su plaza no era algo que te levantara precisamente el ánimo pero la foto del edificio del Ayuntamiento que he encontrado en Panoramio no es tampoco como para elevarte la moral.
Mucha mejor impresión me dejaron los caminos hacia el Oeste por donde hicimos un par de marchas vespertinas/nocturnas. En esta foto tomada de Panoramio puede verse la belleza de un terreno en el que el célebre granito madrileño afloraba por doquier. La marchas nocturnas iban hasta la vía del ferrocarril Burgos Madrid, elemento que les daba un aire de Segunda Guerra Mundial o algo así.
El campo de tiro estaba situado justamente en el lado opuesto de las marchas, es decir, hacia el Este, justo debajo del Cerro San Pedro que da nombre al Campamento. El camino en los meses de invierno estaba completamente verde, era bonito y pasaba entonces por los decorados de un poblado construido como escenario para películas del Oeste americano. Ya no debe quedar nada de ese poblado porque he rastreado a ver si había alguna foto de Panoramio y no he conseguido ninguna. Pero la del Cerro vale la pena.
Si no fuera por la Sierra y los caminos, el CIR n1 podría ser un lugar para olvidar, o un Cascote, es decir, una arquitectura para... no dar jamás tu vida por defenderla, como enseñaban allí. Pero cuando no se puede salvar la arquitectura buenos son los Montes. A ver si hay suerte y ocasión y algún día subo al Guadarrama o al mismísimo Cerro de San Pedro (lo hice: ver Montes 197).
Bueno, pongo de remate la única foto que tengo del CIR. Aparte de la Novena Compañía puede verse detrás uno de los recios muros de los pabellones del complejo. Algo es algo.
No, no, tranquilos que no es mi idea contar la mili, dios me libre. Pero en el empeño de comentar aquí los sitios en que he vivido no podía dejar de lado un lugar tan especial como el campamento militar al que fui destinado en el famoso y extinguido “servicio militar obligatorio”.
Algo de “orden militar” ya llevaba yo encima tras mi paso por el PATRONATO que vimos dos post atrás. Pero aquel espléndido lugar y rico complejo de edificios lleno de unidad, poco o nada tenía que ver con el Campamento de Instrucción de Reclutas de Colmenar Viejo que habité en los tres primeros meses del año 1977, justo en plena transición española de la dictadura a la democracia.
Me habían comentado que por razones estratégicas o de seguridad los recintos militares están borrados en Google Earth pero, por suerte, este lugar de instrucción no debe ser objetivo importante para el enemigo y he podido acercarme hasta él con el famoso atlas cibernético y revivirlo. No tengo ni idea de cual será su uso actual y tampoco tengo mucho interés en saberlo.
En la foto de arriba puede verse la totalidad del recinto, situado al noroeste del pueblo de Colmenar Viejo. En el primer vistazo puede advertirse el completo desorden espacial o geométrico del mismo (quizás pensado así para despistar al enemigo...). El acceso está situado al Este junto a la carretera que lo comunica con el pueblo, y el orden interior de manzanas brilla por su ausencia. En eso tiene mucho más de “campamento” que de cuartel, más de implantación efímera que de pequeña ciudad. Pero de efímero nada, los pabellones son recios y si no recuerdo mal, construidos con granito de la zona. El desorden tiene más que ver con la incapacidad de diseño de los ingenieros militares que con su solidez constructiva.
Poco recuerdo de la utilidad de tanto pabellón como puede verse por ahí revuelto, pero salvo error que agradecería se me corrigiese, anoto a continuación los que tengo en memoria.
El señalado con el número 9 era el de mi compañía, la “novena”, nombre fatídico en lo musical pues nuestro himno era la antítesis de la famosa coral de Beethoven en la homónima Sinfonía. Los mandos nos exigían cantarlo cuando desfilábamos, pero la mayor parte de nosotros sentía tal vergüenza de la letra (y de la música) que nos ganamos más de un castigo por farfullarlo de mala gana. Afortunadamente muchas cosas he olvidado de la mili pero la letra del himno de la Novena Compañía aún me persigue:
La Novena Compañía
Toda llena de alegría
Nos ponemos a cantar
Con ardor ferviente y sano
Con el Cetmet en la mano
La mejor del CIR será.
La Novena cuando sale a desfilar
A las chicas con su garbo prenderá
Y a sus madres les dirán con ansiedad
Estos chicos tienen aire militar.
Cielo santo. Me pregunto si el compositor sería el mismo diseñador del CIR.
La Compañía era una simple nave corrida de dos pisos ocupada por literas de tres alturas, pasillo en medio y taquillas junto a las paredes. Es decir, un enorme dormitorio doble para ciento y pico reclutas. Un detalle que había olvidado pero que he podido recordar gracias a algunas cartas que escribí desde allí es que en el pasillo había televisiones encendidas en las horas de asueto. Horror sobre horror.
Es por eso que en tales momentos de descanso, en vez de ir al dormitorio solíamos apretujarnos en el atestado HS (Hogar del Soldado), otra nave inmensa situada al Sur del recinto donde cientos de reclutas rapados merendábamos a gritos y bebíamos botellines de cerveza.
El otro gran tejado que puede verse en la foto, justo encima de la Novena Compañía, era el gigantesco comedor. Pero..., ¡oh gran diseño militar!, la cocina (K) no estaba junto al comedor sino al Sur de nuestra Compañía por lo que los perolos del rancho tenían que ser transportados por los reclutas al aire libre.
Acabo con los restos de mi memoria señalando que los pabelloncitos situados al Oeste del recinto eran las Aulas (A) donde recibíamos las clases teóricas de defensa y ataque, es decir, de distinguir lo que era un “refugio” de un “abrigo”: uno de ellos (no recuerdo cual) era un lugar que te protegía del fuego y de las vistas del enemigo (por ejemplo, una roca) mientras que el otro te protegía de las vistas pero no del fuego (por ejemplo, un arbusto). Horas y horas nos pasamos con esa clase.
El último de los puntos señalados en el croquis de mayor detalle es el campo de la Jura de Bandera, una especie de gran plaza de armas asfaltada (PA) de la que creo tener alguna foto, porque para tan memorable ocasión los familiares sí podían llevar cámaras. El problema es que salieron muy mal y no tuve cuidado en guardarlas.
Más allá del Campamento propiamente dicho pero formando parte de mi memoria del lugar hay cuatro o cinco temas, imágenes o sensaciones que no puedo dejar de pasar por alto. La primera de ellas era el grandioso fondo que tenía detrás: la Sierra del Guadarrama. La fotografía que he encontrado en Panoramio exagera la proximidad mediante el procedimiento del teleobjetivo, pero lo cierto es que su presencia en tan desolado lugar era verdaderamente consoladora. Y más, con nieve, tal y como lucía en los meses de invierno en que me tocó estar allí.
Al pueblo solo salimos un par de domingos y lo recuerdo tan feo o más que el propio Campamento. Mi impresión será seguramente subjetiva porque formar parte de las oleadas de borregos que deambulaban por entre sus calles y su plaza no era algo que te levantara precisamente el ánimo pero la foto del edificio del Ayuntamiento que he encontrado en Panoramio no es tampoco como para elevarte la moral.
Mucha mejor impresión me dejaron los caminos hacia el Oeste por donde hicimos un par de marchas vespertinas/nocturnas. En esta foto tomada de Panoramio puede verse la belleza de un terreno en el que el célebre granito madrileño afloraba por doquier. La marchas nocturnas iban hasta la vía del ferrocarril Burgos Madrid, elemento que les daba un aire de Segunda Guerra Mundial o algo así.
El campo de tiro estaba situado justamente en el lado opuesto de las marchas, es decir, hacia el Este, justo debajo del Cerro San Pedro que da nombre al Campamento. El camino en los meses de invierno estaba completamente verde, era bonito y pasaba entonces por los decorados de un poblado construido como escenario para películas del Oeste americano. Ya no debe quedar nada de ese poblado porque he rastreado a ver si había alguna foto de Panoramio y no he conseguido ninguna. Pero la del Cerro vale la pena.
Si no fuera por la Sierra y los caminos, el CIR n1 podría ser un lugar para olvidar, o un Cascote, es decir, una arquitectura para... no dar jamás tu vida por defenderla, como enseñaban allí. Pero cuando no se puede salvar la arquitectura buenos son los Montes. A ver si hay suerte y ocasión y algún día subo al Guadarrama o al mismísimo Cerro de San Pedro (lo hice: ver Montes 197).
Bueno, pongo de remate la única foto que tengo del CIR. Aparte de la Novena Compañía puede verse detrás uno de los recios muros de los pabellones del complejo. Algo es algo.