Digo bien, la casa y no la ermita. Porque de la ermita ya se han ocupado los historiadores. Y del lugar, etnógrafos y periodistas. Cada año se celebra allí la romería de la caridad y se recuerdan las historias de la trashumancia o se renuevan las devociones a la Virgen.
Pero de la casa no creo que haya dicho nadie ni palabra y a mí fue la pieza de todo el conjunto que más me fascinó cuando por primera vez conocí Lomos de Orios. Bueno, si he de ser sincero, creo que, como a todo el mundo, lo primero que me impresionó fue esa espectacular escalinata en medio del monte que nunca había visto en ningún otro lado, pero una vez superado el susto toda mi atención se concentró en la casa. De pocas cosas me he sentido más orgulloso en mi corta carrera profesional de arquitecto como de haber estado en tratos con ella.
Recién instalado en Logroño como profesional liberal (enero de 1982) me llamaron del Ayuntamiento de Villoslada para que hiciera unos informes "técnicos" ("memorias valoradas" creo que se llamaron luego) para entrar en el famoso reparto de dineros que antes se llamaba Plan Provincial de Obras y Servicios y luego Plan de no sé qué, pero que eran (son) todo menos "planes", es decir, simples repartos de dineros a los pueblos desde la capital. Se trataba de pedir ochocientas mil pesetas a la Comunidad para arreglar "alguna parte" de la ermita que yo debería decidir y..., de paso, para ajustar las cuentas de algunos arreglos que... ya se habían hecho (ja ja ja, típica picaresca municipal).
Vivía en esa casa y ejercía de santero cuidando las vacas de la Virgen, nada menos que Luis Vicente Elías Pastor, de quien a estas alturas no voy a descubrir nada a ustedes, pero en lo que importa a este caso, diré que además de ermitaño y estudioso general de la etnografía riojana, había publicado en 1978 un libro titulado ARQUITECTURA POPULAR RIOJANA que acababa yo de devorar porque en aquellos momentos del ocaso de la arquitectura moderna todo el mundo buscaba en sus raíces algo que pudiera reconducir el saber de la disciplina, y los trabajos y ediciones sobre arquitectura popular se habían puesto de moda.
Más que todos los libracos de Carlos Flores que me compré o la también extensa colección de Feduchi que se había vuelto a reeditar (y que también compré), los textos más inteligentes sobre la arquitectura popular que yo había leído en aquellos años era unos artículos que acababa de publicar la revista 2C CONSTRUCCION DE LA CIUDAD en su número doble 17/18 de marzo de 1981 dedicado a LA MASIA. Los arquitectos gerundenses Jeroni Moner i Codina, Arcadi Pla i Masmiquel y Josep Riera i Micaló habían hecho un exhaustivo estudio de la arquitectura de las masías catalanas y viendo el revoltijo de ideas que había sobre la arquitectura popular proponían hacer una distinción entre 1) arquitectura primitiva, 2) arquitectura vernácula y 3) arquitectura popular, considerando que el valor de los tipos arquitectónicos establecidos por las teorías de Aldo Rossi sólo se conseguían cuando las arquitectura primitivas o populares alcanzaban el grado de "vernáculas".
Cabe decir en este sentido, que el libro de Luis Vicente, centrado en detalles constructivos, decorativos o etnográficos me había decepcionado un poco, pues así como la masía podría considerarse como la genuina arquitectura vernácula de Cataluña, o el caserío la del País Vasco, en La Rioja no parecía existir un tipo arquitectónico lo suficientemente relevante como para darle ese apelativo.
Pero hete aquí que la fortuna me acababa de poner delante de las narices una gran casa de La Rioja que podía igualar, si no superar, a las arquitecturas vernáculas de Cataluña y el País Vasco, porque al cubrirse con un tejado a cuatro aguas y dar fachada a uno de los lados más largos se podía adaptar mejor a las líneas de nivel del terreno y conseguir, frente al carácter individual de la masía o del caserío, una cierta adaptación urbana.
Como el Ayuntamiento de Villoslada que me había encargado el trabajo, estaba instalado también en un gran caserón de tres crujías, tejado a cuatro aguas y fachada principal en uno de los lados empecé a establecer relaciones y a pensar que estaba ante el tipo que yo buscaba.
A poco que levantaras la vista hacia las casas situadas en la parte alta de Villoslada, más genuinas y menos troceadas que las de la parte de abajo, descubrías que ese tipo de casa longitudinal era el que creaba esa gran armonía en el paisaje urbano que todo el mundo admira cuando contempla el caserío de este pueblo.
Aunque por el informe me iban a pagar dos cuartos yo me afané en dibujar la casa del santero de la ermita de Lomos de Orios para dejar representado mi hallazgo en sus aspectos más esenciales:
A pesar del lío de pilares y apeos producto de las reformas internas (se decía que la casa era tan grande porque era usada como albergue y que cada pueblo de la zona tenía una habitación a su disposición...) me llamó mucho la atención que la cercha central de la cubierta apoyara no sobre el muro sino sobre el hueco del eje longitudinal (el que tiene el balcón) como si con ello pretendiera un efecto de zunchado en vez de cortadura sobre los gruesos muros (véase la planta del desván).
Como es lógico, para la redacción y toma de decisiones de mi informe consulté una y otra vez a Luis Vicente sobre cuál podrían ser para él las necesidades más perentorias de la ermita, y si no recuerdo mal me insistía en que nos gastásemos los pocos dineros que nos iban a dar en desmontar una estructura metálica de lo más pueblerina que alguien había montado años atrás en la plaza exterior de la ermita para poner unos toldos porque en alguna romería de la caridad debió de arrear el sol y se le debieron de calentar los cascos a algún prócer.
Consciente no sólo de la importancia de la casa sino de todo el lugar, llegué a levantar un bonito croquis en el que ponía en relación todas las piezas arquitectónicas que lo componían, desde el conjunto de casa y ermita hasta la fuente, la plaza y los puestos de reparto de la caridad.
Nótese en este dibujo la envergadura de la casa en relación a la ermita y por supuesto, la maravilla de esa escalinata procesional que separa el camino de la plaza superior.
Pues bien, si orgulloso estaba yo, a mayor gloria de la arquitectura vernácula riojana, de mi descubrimiento de la casa camerana de Villoslada, y de su propotipo en la del santero de la ermita de Lomos de Orios, no menos orgulloso me he sentido siempre de la decisión que tomé para los dineros que íbamos a pedir a la Comunidad y que no fue otra que la que reproduzco fotográficamente a continuación:
En la carpeta donde he guardado aquellas fotos, aquellos croquis y el informe, he encontrado también los modelos de la caldera y los tres presupuestos que me enviaron los instaladores Paulino Rodríguez, Emilio Solano y F. Javier Alonso; pero lo que no les puedo contar, porque no lo recuerdo ni tengo más documentación, es cuál de los tres la hizo. Lo seguro es que se hizo y que Luisvi, la Lola, y los peques Simón y Martín, tuvieron calefacción desde entonces.