¿De dónde viene mi desapego hacia toda la arquitectura de mi tiempo? ¿De dónde mis enormes diferencias con la cultura oficial de la arquitectura? Paseando el otro día por Haro y recordando la de veces que en mi ya larga vida (y sobre todo en mi infancia), habré recorrido la calle de la Vega, empecé a pensar en una posible respuesta, o cuando menos en un argumento.
¡Qué tontos hemos podido ser los arquitectos del siglo XX en no ver el legado que nos había dejado el siglo XIX en algunas de las calles de ciudades de tamaño mediano como Haro!
Abrid cualquier página institucional o de turismo de Haro (esta misma) y veréis que nadie menciona las casas burguesas del siglo XIX como uno de sus grandes valores arquitectónicos.
Qué ceguera, qué ignorancia. ¿Cuánto de culpa no tenemos los arquitectos en ello?
¿Quién conoce los nombres de los arquitectos o maestros de obras que están detrás de la belleza de estas casas? ¿o los talleres de los artesanos de esas puertas, esas rejas, esos balcones, esas decoraciones, esos lambrequines, esos miradores...?
Ni un miserable artículo de arquitectura en ningún medio de difusión o de investigación poniendo en valor (como se dice ahora con cursileria) este magnífico patrimonio arquitectónico.
Un patrimonio maltratado no pocas veces por los usos comerciales, en las peores ocasiones derribado y sustituido, o generalmente ignorado y humillado por las vecinas construcciones de nuestro tiempo.
¿Qué vida les queda a las espectaculares galerías de madera construidas sobre la piedra o el estuco de sus fachadas? No mucha. Aunque peor es mirar a los engendros de miradores que algunos arquitectos de nuestro tiempo se han atrevido a reinventar (y que por piedad prefiero omitir en este blog).
Ningún estudio o reseña tampoco de la interesante arquitectura de ladrillo prensado que se puso de moda también en el siglo XIX y comienzos del XX venida de la gran tradición castellana y madrileña.
Las guías de arquitectura de los arquitectos (cuando las hay) ventilan de un plumazo todo este periodo de nuestra historia para dedicarse a alabar a los cuatro pioneros de la arquitectura moderna del siglo XX en cada región (los del docomomo, para entendernos).
Pero cuando uno ve edificios tan espectaculares y tan urbanos como las dos casas que forman el frente Oeste de la plaza de la Paz justo encima del Café Suizo (otra institución con un cadena de decoraciones interiores a cual más espantosa), reflexiona y piensa si no se dio en el siglo XX un tajo mortal a la historia de la arquitectura del que casi es imposible reponerse.
Yo conozco muy bien toda la cultura oficial de la arquitectura del siglo XX. Fui formado en ella y aprendí a ver toda la arquitectura que me rodeaba bajo sus anteojos. Yo también presté poca atención a todos estos hermosos edificios del siglo XIX, pero... sin embargo, sin embargo..., creo que los tenía ahí clavados en el fondo de mi retina, y en el fondo de mi alma y de mi corazón, porque cada vez que he pasado por la calle de la Vega, y habré pasado cientos o miles de veces, siempre he sentido admiración por su belleza, por su variedad y su calidad urbana.
Y por ello, hace un par de semanas, pensando en este blog, me puse a hacer fotos a todas las casas que me salían al paso (que hacer fotos ahora es gratis, y publicarlas también ) para reparar en lo posible la parte de culpa que me toca.
O para dársela a conocer a los amables lectores que aún me siguen en este blog, y para que gocen con estas casas y calles igual que siempre lo he hecho yo.
Aunque no creáis... que pánico me da levantar la liebre y que en dos o tres años empiece a venir gente a Haro para ver y pasear y hacer miles de fotos por la calle de la Vega y, aahhh, ahhh, aaaa...a algún alcalde idiota se le ocurra la brillante idea de peatonalizarla... ¡¡¡¡no!!!¡¡¡no!!!
Porque las calles son calles, no sólo cuando tienen bonitas casas sino cuando tienen también calzadas y aceras, y cuando se puede parar delante de las casas a coger o dejar cosas y si es posible también, a aparcar un poco el coche.
De momento ya le han puesto alguna mierda de pasos elevados de esos que ponen para que los coches tengan que hacer el rana jodiendo sus amortiguadores y la columna vertebral de los ocupantes.
En uno de estos bajos estaba el taller del "chinche" (Alberto Olarte) donde siempre íbamos a arreglar las bicis. El Higinia, a continuación, ya no es aquel hotel provinciano con olor a siglo pasado al que de vez en cuando venía una familia inglesa, sino que han debido de colgarle el sambenito de "hotel con encanto"..., y se ha modernizado, aunque por lo que puede verse, solo por dentro, en planta baja y... por un costado.
A pesar de los pesares, y a pesar de mi tardanza en haberme dado cuenta, la gran lección de arquitectura del siglo XIX sigue ahí esperando a que alguien vuelva a conectar con esa forma de hacer ciudad que los arquitectos (y ya no digamos la sociedad y sus gobernantes) hemos olvidado completamente.
No parece que las primeras generaciones del siglo XXI, empachadas aún con la divinidad de los artistas o embelesadas con las infinitas posibilidades de las herramientas informáticas, estén por la labor. Pero por si no duran las casas hasta que lleguen quienes las sepan apreciar, que por lo menos quede para el futuro el testimonio de este post.