viernes, 28 de mayo de 2010

33. SWEETHEART ABBEY, near Dumfries, Scotland.

.


En el hC17 del elhAlln79 publiqué un extenso artículo titulado RUINAS, PATRIMONIO Y TURISMO (ahora también en el blog lhd) donde describía las diferencias entre el caso inglés, ya asentado, y el español, aún en mantillas. Lo hacía por si pudiéramos aprender algo aunque para eso hace falta primero que la gente lea un poco más cuando se escribe con argumentos y no sólo con opinión. Y que no las confunda.



Como ese artículo está en internet no hace falta que lo traiga aquí. Pinchando en el link de arriba y buscando en la página "elhAlln79", se encuentra el artículo mencionado a la distancia de un click.
Ahora bien, como elhAll era en blanco y negro y las reproducciones de la web del COAR muy pequeñas, no se aprecia en ellas ni los detalles ni el color de alguna de las ruinas allí comentadas.



Es por eso que he pensado traer aquí alguno de esos bellísimos lugares con las fotos originales que hice, ahora escaneadas. Y para empezar nada mejor que la de las ruinas de la Sweetheart Abbey, en las que el contraste entre el impresionante green del suelo, la piedra roja de Nithsdale y la luz del verano escocés, componen una armonía digna de este blog.



Por si no queréis volver a leer ahora todo aquel extenso artículo, copio y pego el breve comentario que allí hice de nuestra visita. Más que nada, para no repetirme:

SweetHeart Abbey.- Con el librito de las abadías bajo el brazo, cuatro años después visitamos en Escocia, cerca de Dumfries, la Sweetheart Abbey, (o abadía del dulce corazón) al cargo, ahora, de la Historic Scotland National Trust, en la que pudimos contemplar, sobre una alfombra de césped verde, no ya primorosa, sino increíblemente perfecta, un panorama inverso: las dependencias monásticas desaparecidas, y las paredes y columnas de la iglesia aún en pie, producto acaso de la diferente historia en una y otra nación, pues el Acta de Enrique VIII no afectó a la independiente Escocia de entonces, y su estado de ruina procedía del siglo XVIII.

Las fotos que enseño aquí son bien elocuentes de la belleza de las ruinas y del estado de conservación en que se encuentran, pero ahora me lamento de no haberle hecho una foto al viejete que segaba y prensaba el maravilloso césped de la nave (poco a poco y entre descanso y descanso), o del otro jubilado que nos atendió tan amablemente en la entrada y taquilla, porque creo que ahí radicaba uno de los secretos de la conservación y cuidado de las ruinas o del buen recuerdo que guardamos del lugar. Seguramente se trataba de gente mayor de la zona que llenaba el vacío tiempo de su jubilación laboral con un servicio a la historia y al turismo cultural, verdaderamente encomiable.

miércoles, 19 de mayo de 2010

32. ALCALA DE HENARES. Madrid.

.


Como últimamente estaba escorando demasiado este blog hacia los viejos recuerdos voy a dar un giro brusco para contar ahora mi último descubrimiento arquitectónico: la ciudad de Alcalá de Henares. Parece mentira que con lo curioso que soy y lo viajero que he sido no hubiera estado nunca en este viejo pueblón madrileño, pero es así, y la verdad es que me arrepiento. Al visitarlo hace unas pocas semanas pensé que era una pena no haberlo conocido en los años setenta o primeros ochenta, es decir, antes de que se pusiera en marcha el plan de restauración integral de la ciudad y de recuperación de la universidad iniciado en 1985 con el llamado Convenio de Alcalá.


Supongo que habrá sido la fachada que ofrece la ciudad al paso de la Nacional II lo que me ha disuadido siempre de parar y hacer una visita. Desde los libros del bachillerato he tenido en mente la imagen de la fachada de la Universidad, pero ese lienzo de piedra no era suficiente reclamo como para salir de la carretera e introducirme en ese galimatías de anodinos barrios, polígonos, bloques y calles que imaginaba que envolverían lo que podría ser una pequeña ciudad castellana machacada y venida a menos.

Pero como todo llega, una buena tarde de los albores de esta primavera tan cambiante, estando con mi hija Teresa en Madrid nos acercamos a Alcalá y nos dimos un buen paseo por su casco viejo llevándonos una sorpresa agradable sobre la escala de sus casas y sus calles.

La porticada Calle Mayor fue el primer hallazgo. Realmente es un estupendo espacio de encuentro y de pequeño comercio. No comparto la idea de la peatonalización total (como no comparto casi ninguna peatonalización) ni el tratamiento falso de su pavimento, pero en fin, la calle en su conjunto es espléndida y cuando las ciudades vuelvan a ser repensadas en su conjunto y las lecciones urbanísticas de los cascos históricos se extiendan al resto de la ciudad, igual los carros vuelven a los lugares que fueron pensados y creados para ellos.




Otro punto triste de esa calle es el simulacro de la casa natal de Miguel de Cervantes y las dos tópicas estatuas de don Quijote y Sancho sentadas en un banco delante de ella (por cierto que Sancho da bastante pena).




Sentí mucha más emoción en Madrid capital cuando no hace mucho me encontré por casualidad con la casa donde vivió y murió nuestro gran escritor.




Me ahorro comentar la fachada de la Universidad porque es como un cuadro que has visto mil veces y cuya visión en el museo no mejora tu recuerdo, y comento dos hallazgos interesantes en el interior del edificio (afortunadamente, lo dejan visitar). El primero de ellos es el sorprendente contraste entre el poderoso granito de la arquería del claustro y la viguería de madera (supongo que muy restaurada, claro, pero que ahí está).



El segundo de los hallazgos, semioculto tras la tienda de souvenirs, es la excelente maqueta del casco viejo de la ciudad que te permite apreciar mejor ese gran estado de conservación de la escala del caserío, calles, colegios universitarios e iglesias que lo conforman.





En cuanto ves las traseras de las rehabilitaciones o los edificios que bordean el Casco Viejo te puede dar un pasmo,




Y lo mismo se puede decir de algunas de las nuevas esculturas



Pero la Plaza Mayor o de Cervantes sigue siendo un espacio vivo, animado y entrañable que se resiste a la muerte del estilo rehabilitación.




No tuvo tampoco suerte Cervantes con su estatua en la plaza, pues más parece un tipo "con pluma" que un escritor de espada.



Pero nosotros sí tuvimos suerte en los puestos de la feria del libro que había bajo su estatua pues por 13 euros encontramos un ejemplar de la edición que en 1991 hizo el COAM de una exposición de buena parte de los proyectos de la rehabilitación integral de la ciudad que creo yo que es la mejor guía para entender el resultado de esa mezcla entre la arquitectura vernácula anterior y una arquitectura tímida y de gusto oficial superpuesta o entremezclada que no parece haber hecho demasiado daño. Lo cual en estos tiempos, es para celebrarlo.

Como premio a esos arquitectos de poco renombre y no demasiada pretensión (o sea no practicantes entonces de la luego triunfante rehabilitación de disseny o “a la catalana”, por decirlo de algún modo) he puesto la portada de esa publicación como encabezamiento de este pequeño reportaje.

Decir también para acabar, que más allá de este Casco Viejo está toda la cascótida nueva ciudad y la nueva Universidad, que entrevimos en alguna de las fotos que había junto a la maqueta...



Pero bueno, esa es otra historia, y no era cuestión de amargarse el paseo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

31. CAFE CENTRAL, Madrid

.


Lo normal es que las noticias sobre lugares vayan asociadas con nuestros últimos descubrimientos, pero en un blog como éste a veces la noticias tienen que ver, por el contrario, con lo muy conocido, lo decantado por el tiempo, lo que está ahí en nosotros desde siempre y como sin darnos cuenta.

Es el caso del Café Central de Madrid un lugar de música en vivo (preferentemente jazz) que conozco desde hace muchos años y del que me había alejado un poco últimamente, digo yo que a causa de su éxito. Cuando lo descubrí en mis viajes a Madrid por las asambleas de la Hermandad (no la Santa, sino la de los ahorros de los arquitectos) era de entrada libre y si en el momento en que tomabas una consumición había música, te cargaban un pequeño suplemento. Con la excelente calidad de los músicos y los llenazos que se debían producir, cambió de política por la de pasar por taquilla, y fue eso lo que me alejó de este sitio porque cuando vas de paseo por la ciudad sin plan fijo y ves que no puedes entrar porque ya está lleno, lo vas dejando de lado por algún otro local más espontáneo y de más fácil acceso (por ejemplo el Populart de la calle Huertas).

Pero este año he dado con la clave para disfrutar bien a gusto de este sitio: como la formalidad en el horario de las actuaciones es exquisita (siempre a las 10) lo mejor es ir una hora o tres cuartos de hora antes, coger mesa y cenar (una cena sin complicaciones de un solo plato, como en cualquier pub inglés, pero de buena cocina). Y cuando empieza la música, te tomas la copa. Por supuesto, pagas también la entrada poco antes de que empiece la actuación (entre 10 y 20 euros), pero eso es una minucia si atendemos a la calidad de los músicos y a la proximidad a ellos que te permite un local así.

Aunque la última vez tardaron más de la cuenta en traernos la cena y se nos juntó con la música (ay ay), he de reconocer que el servicio de camareros es rápido y profesional. Pero lo mejor de lo mejor de este local, lo que lo distingue de los locales de jazz en los que he estado últimamente es que hay un gran respeto a los músicos y el silencio es la norma, algo que se agradece en los pasajes musicales más líricos o reposados. Y por si ello fuera poco, SE PUEDE FUMAR, algo consustancial al jazz; pero que nadie se preocupe: el ambiente no está nada cargado porque la aspiración de aire es excelente.

Cada visita que haga a Madrid casi seguro que caigo una noche por allí. Es un plan seguro donde los haya. Un buen plan. Y un estupendo lugar.

Pongo aquí el link de su página web para tener siempre a mano la programación y os dejo con unas notas tomadas de mi última estancia allí en compañía de mi hija Teresa. FUASI & ENSEMBLE, 30 de abril del 2010.

viernes, 7 de mayo de 2010

30. CIR Nº 1 SAN PEDRO. Colmenar Viejo, Madrid.

.


No, no, tranquilos que no es mi idea contar la mili, dios me libre. Pero en el empeño de comentar aquí los sitios en que he vivido no podía dejar de lado un lugar tan especial como el campamento militar al que fui destinado en el famoso y extinguido “servicio militar obligatorio”.

Algo de “orden militar” ya llevaba yo encima tras mi paso por el PATRONATO que vimos dos post atrás. Pero aquel espléndido lugar y rico complejo de edificios lleno de unidad, poco o nada tenía que ver con el Campamento de Instrucción de Reclutas de Colmenar Viejo que habité en los tres primeros meses del año 1977, justo en plena transición española de la dictadura a la democracia.

Me habían comentado que por razones estratégicas o de seguridad los recintos militares están borrados en Google Earth pero, por suerte, este lugar de instrucción no debe ser objetivo importante para el enemigo y he podido acercarme hasta él con el famoso atlas cibernético y revivirlo. No tengo ni idea de cual será su uso actual y tampoco tengo mucho interés en saberlo.

En la foto de arriba puede verse la totalidad del recinto, situado al noroeste del pueblo de Colmenar Viejo. En el primer vistazo puede advertirse el completo desorden espacial o geométrico del mismo (quizás pensado así para despistar al enemigo...). El acceso está situado al Este junto a la carretera que lo comunica con el pueblo, y el orden interior de manzanas brilla por su ausencia. En eso tiene mucho más de “campamento” que de cuartel, más de implantación efímera que de pequeña ciudad. Pero de efímero nada, los pabellones son recios y si no recuerdo mal, construidos con granito de la zona. El desorden tiene más que ver con la incapacidad de diseño de los ingenieros militares que con su solidez constructiva.

Poco recuerdo de la utilidad de tanto pabellón como puede verse por ahí revuelto, pero salvo error que agradecería se me corrigiese, anoto a continuación los que tengo en memoria.



El señalado con el número 9 era el de mi compañía, la “novena”, nombre fatídico en lo musical pues nuestro himno era la antítesis de la famosa coral de Beethoven en la homónima Sinfonía. Los mandos nos exigían cantarlo cuando desfilábamos, pero la mayor parte de nosotros sentía tal vergüenza de la letra (y de la música) que nos ganamos más de un castigo por farfullarlo de mala gana. Afortunadamente muchas cosas he olvidado de la mili pero la letra del himno de la Novena Compañía aún me persigue:

La Novena Compañía
Toda llena de alegría
Nos ponemos a cantar
Con ardor ferviente y sano
Con el Cetmet en la mano
La mejor del CIR será.

La Novena cuando sale a desfilar
A las chicas con su garbo prenderá
Y a sus madres les dirán con ansiedad
Estos chicos tienen aire militar.

Cielo santo. Me pregunto si el compositor sería el mismo diseñador del CIR.

La Compañía era una simple nave corrida de dos pisos ocupada por literas de tres alturas, pasillo en medio y taquillas junto a las paredes. Es decir, un enorme dormitorio doble para ciento y pico reclutas. Un detalle que había olvidado pero que he podido recordar gracias a algunas cartas que escribí desde allí es que en el pasillo había televisiones encendidas en las horas de asueto. Horror sobre horror.

Es por eso que en tales momentos de descanso, en vez de ir al dormitorio solíamos apretujarnos en el atestado HS (Hogar del Soldado), otra nave inmensa situada al Sur del recinto donde cientos de reclutas rapados merendábamos a gritos y bebíamos botellines de cerveza.

El otro gran tejado que puede verse en la foto, justo encima de la Novena Compañía, era el gigantesco comedor. Pero..., ¡oh gran diseño militar!, la cocina (K) no estaba junto al comedor sino al Sur de nuestra Compañía por lo que los perolos del rancho tenían que ser transportados por los reclutas al aire libre.

Acabo con los restos de mi memoria señalando que los pabelloncitos situados al Oeste del recinto eran las Aulas (A) donde recibíamos las clases teóricas de defensa y ataque, es decir, de distinguir lo que era un “refugio” de un “abrigo”: uno de ellos (no recuerdo cual) era un lugar que te protegía del fuego y de las vistas del enemigo (por ejemplo, una roca) mientras que el otro te protegía de las vistas pero no del fuego (por ejemplo, un arbusto). Horas y horas nos pasamos con esa clase.

El último de los puntos señalados en el croquis de mayor detalle es el campo de la Jura de Bandera, una especie de gran plaza de armas asfaltada (PA) de la que creo tener alguna foto, porque para tan memorable ocasión los familiares sí podían llevar cámaras. El problema es que salieron muy mal y no tuve cuidado en guardarlas.

Más allá del Campamento propiamente dicho pero formando parte de mi memoria del lugar hay cuatro o cinco temas, imágenes o sensaciones que no puedo dejar de pasar por alto. La primera de ellas era el grandioso fondo que tenía detrás: la Sierra del Guadarrama. La fotografía que he encontrado en Panoramio exagera la proximidad mediante el procedimiento del teleobjetivo, pero lo cierto es que su presencia en tan desolado lugar era verdaderamente consoladora. Y más, con nieve, tal y como lucía en los meses de invierno en que me tocó estar allí.



Al pueblo solo salimos un par de domingos y lo recuerdo tan feo o más que el propio Campamento. Mi impresión será seguramente subjetiva porque formar parte de las oleadas de borregos que deambulaban por entre sus calles y su plaza no era algo que te levantara precisamente el ánimo pero la foto del edificio del Ayuntamiento que he encontrado en Panoramio no es tampoco como para elevarte la moral.



Mucha mejor impresión me dejaron los caminos hacia el Oeste por donde hicimos un par de marchas vespertinas/nocturnas. En esta foto tomada de Panoramio puede verse la belleza de un terreno en el que el célebre granito madrileño afloraba por doquier. La marchas nocturnas iban hasta la vía del ferrocarril Burgos Madrid, elemento que les daba un aire de Segunda Guerra Mundial o algo así.



El campo de tiro estaba situado justamente en el lado opuesto de las marchas, es decir, hacia el Este, justo debajo del Cerro San Pedro que da nombre al Campamento. El camino en los meses de invierno estaba completamente verde, era bonito y pasaba entonces por los decorados de un poblado construido como escenario para películas del Oeste americano. Ya no debe quedar nada de ese poblado porque he rastreado a ver si había alguna foto de Panoramio y no he conseguido ninguna. Pero la del Cerro vale la pena.



Si no fuera por la Sierra y los caminos, el CIR n1 podría ser un lugar para olvidar, o un Cascote, es decir, una arquitectura para... no dar jamás tu vida por defenderla, como enseñaban allí. Pero cuando no se puede salvar la arquitectura buenos son los Montes. A ver si hay suerte y ocasión y algún día subo al Guadarrama o al mismísimo Cerro de San Pedro (lo hice: ver Montes 197).

Bueno, pongo de remate la única foto que tengo del CIR. Aparte de la Novena Compañía puede verse detrás uno de los recios muros de los pabellones del complejo. Algo es algo.