"Independientemente de su resultado, mejor o peor, un dibujo es, sobre todo, el acta minuciosa de una contemplación."
Tuvo que esperar Il Redentore hasta cuatro visitas para que me sentara al fin una soleada mañana de primavera a hacerle un dibujillo que no guardo, pues según tengo anotado en mi diario lo dejé en la estantería de mi anfitrión en Venecia con las palabras que he puesto arriba. Junto a mí dibujaron también Teresa, en primer plano de la foto con una trenca azul, y su dibujo fue, sin lugar a dudas, el mejor de todos. Lo vi no hace mucho cuando recogí las cosas de su habitación y lo he buscado por todas partes para traerlo aquí, pero no he dado con él. Ya lo siento.(seguiré buscándolo). Rosalía dejó el dibujo a medio hacer porque creo que no dio con la clave de la contemplación, y Elena, a la que se le medio ve al fondo sentada en el suelo, eligió el eje de simetría para que le resultase más sencillo, y seguro que con la mirada de sus diez años hizo un trabajo de lo más divertido aunque me temo que tampoco lo acabara.
No es nada fácil contemplar Il Redentore, la pieza maestra de Palladio en Venecia. No lo es en general y no lo es especialmente para mí, porque es una de las obras con las que nació mi admiración por la arquitectura. Y cuando hay mucha emoción, que decía el Quijote, se te suele nublar el entendimiento. He buscado también sin fortuna los apuntes de la clase en la que Moneo, con su oratoria angustiosa de embaucador, hizo una lectura rápida de su fachada, a propósito, creo recordar (o imaginar), de la habilidad en conjugar el orden mayor de la nave principal con el orden menor de las laterales mediante la superposición de sus frontones, repitiendo el frontón lateral más arriba en una suave degradación escultórica para incorporar los contrafuertes a la composición de la fachada.
O quizás (sigo imaginando), cómo Palladio jugó con las columnas adosadas y las pilastras del pórtico principal para conjugar mejor (¿conjugar viene de jugar?) la esquina del orden mayor con el menor. O cómo hace desaparecer las pilastras del orden menor en los entrepaños de las hornacinas para introducir éstas, o finalmente, y ahora con columnas adosadas en el orden menor, el pórtico de la puerta.
También ayuda mucho a la contemplación de esta fachada la narración del problema del arranque desde el suelo del orden menor respecto del mayor que cuenta James S. Ackermann (1966) en su librito sobre PALLADIO (ed xarait, Madrid 1981) a propósito de las tres grandes fachadas de Palladio en Venecia (San Francesco de la Vigna, San Giorgio di Maggiore y esta). No voy a repetirlo porque lo podéis encontrar en ese libro (pag 142) aunque sí decir que la solución a dicho problema está en la feliz ocurrencia de la inclusión de la escalinata frontal, precisamente en esta última iglesia.
Leonardo Benévolo, tras apuntar que la fachada era como un dibujo en perspectiva de todo el organismo del templo, prefería una contemplación más urbanística que escultórica de las tres iglesias palladianas que dan al canal de la Giudecca (Historia de la Arquitectura del Renacimiento pag 694 y ss). La observación de que el eje axial de San Giorgio pasa exactamente por la punta de la Aduana, enlazando geométricamente una isla con otra, tenía su correlato físico con el puente de góndolas que cada año le hacían a Il Redentore sobre tan amplio canal (aunque en esta pintura de la época dicho puente aparezca extrañamente dibujado en diagonal).
Abro la versión que da de Il Redentore el google earth edificios y me da vergüenza ajena. O propia no sé, porque yo siempre he sido un defensor del programilla de dibujo de google. Qué chapuza, por dios:
Ni que lo hubiera hecho uno de los enemigos de google earth y del sketch up. O uno de mis enemigos personales más acérrimos, porque para hacerlo tan mal ha ido a escoger justamente una de las iglesia que más quiero.
Bastante mejor apañadas están las otras dos, la de San Giorgio di Maggiore o la intermedia del convento de las Doncellas que según he investigado ahora, dibujó Palladio pero no tuvo vida para construir.
La primera vez que fui a Venecia, en el año 73, me alojé en el albergue juvenil que está justo al lado del convento de las Doncellas, pero mi alegría fue saber únicamente que el albergue estaba en la misma acera y a cuatro pasos de Il Redentore. Seguro que fui corriendo a verla, tanto a última hora de la noche como a primera de la mañana, antes de que tuviéramos que ponernos en marcha para continuar viaje a Grecia. Luego volví a Venecia al año siguiente de casarme, la tercera vez estuve allí invitado por José Angel, y luego a pasar una Semana Santa con las hijas en su casa, y aunque siempre busqué la ocasión para visitar "mi iglesia" fue en esta cuarta vez cuando me senté al fin a dibujar su fachada, a gozar, más que nunca, de una Arquitectura que en los finales del siglo XX ya sentía en franca decadencia y hundimiento.
Al margen de la ruina, Il Redentore me sirve para recordar que uno de los secretos más difíciles de entender de la Arquitectura está en la escala. La primera foto que he puesto arriba da idea de lo grandioso que es el templo cuando nos acercamos andando a él por el muelle de la Giudecca. Casi es imposible captarlo con la cámara de fotos, a no ser con las habilidades de un gran angular. Y aunque la fachada se retranquea un poco de la línea de las casas para crear un pequeño "campo", el gran plano escultórico de órdenes, frontones y cornisas se queda solo, en su marmórea presencia, ocultando felizmente todo lo que contiene detrás.
Y digo felizmente porque cuando contemplas el organismo completo de la iglesia, bien desde una embarcación o desde el fondamento de enfrente, sientes como que los cuerpos superiores desmerecieran de la perfección de la fachada de mármol, hasta hacerla fea, torpe y desproporcionada.
Tampoco la visita del interior mejoró nunca la emoción que siempre me causó su fachada vista a pie desde el pequeño campo frontal. Seguro que todo está bien pensado, proporcionado y en su sitio, y que ese espacio del coro tras la cabecera tiene un algo de etéreo y novedoso en la prolongación del eje del templo hacia un ignoto interior, pero esas emociones espaciales de la recuperación de los órdenes clásicos se me debieron de agotar en las dos iglesias de Brunelleschi en Florencia, en San Lorenzo di Maggiore y en el Sancto Espíritu.
Dos iglesias éstas (las florentinas), que visité por última vez con Javier Dulín en el viaje que organizamos para nuestros alumnos, cuando hace ya diez años recuperamos esa importante asignatura de viajes que ahora pasa por días menos claros. Dos iglesias, por tanto, que algún día espero traer también a este blog.