martes, 1 de marzo de 2016

94. ALDECO, Iguria, Elorrio, Vizcaya



Suele pasar que cuando te enamoras de alguien, por extensión emotiva o expansión territorial, te enamoras también de su lugar de origen. Eso me ocurrió con el País Vasco cuando me tocó pasar por esa tan conocida enfermedad juvenil. Y como lo más genuino del País Vasco en su arquitectura vernácula son los caseríos, yo me enamoré también de uno. No, no era el de mi novia, que era muy urbana, sino el de un tío del marido de mi hermana, también vasco él, concretamente de Elorrio. Viviendo en Bilbao no perdía ocasión de ir a verlo y tengo un recuerdo maravilloso de una vez que estuve a solas con Gregorio Mendizábal, que así se llamaba el inquilino del caserío, y con Angel Igartua, el padre de mi cuñado. Hablaban los dos en un dulce vizcaíno con un acento que nada tiene que ver con el moderno y áspero batúa de inequívoco origen castellano, aunque me costaba bastante oírlos porque eran tan corteses, que en cuando me sentían cerca cambiaban a mi lengua. La mañana en que tomé estas fotos en blanco y negro a comienzos de los ochenta, hicieron un pequeño fuego en la chimenea para tomar el  amarretako (almuerzo de las diez) con un txintxiburduntzi: chorizo asado pinchado en un palo. Y fue entonces cuando aprendí lo que nunca me había podido imaginar: que un caserío no es una casa, o mejor dicho, que es mucho más que una casa.


Un caserío es sobre todo un espacio de trabajo, un gran almacén y una serie de cuadras para distintos animales que tiene siempre un magnífico espacio cubierto en la entrada donde se corta y se seca la leña o se hacen otras labores agrícolas. O incluso..., se guarda la Lambretta por si da en llover.


Antes que nada, seguramente, un caserío es un lugar y un nombre que acaba por adoptar su inquilino, y así, a Gregorio Mendizábal todos le llamaban Aldeco, porque ese era el nombre del caserío donde tenía sus gallinas, sus conejos y un txarritxu (cerdo) para matar por navidad. Pero la palabra mágica que me hizo pensar que un caserío no es una casa la descubrí cuando quise subir a los sencillos dormitorios del primer piso y escuché que Gregorio y Angel los llamaban "camarotes": como si el caserío fuese un gran barco, pensé, un lugar de trabajo, y las habitaciones para el descanso fueran tan solo esas pequeñas estancias pegadas a la fachada principal que no tenían mayor importancia en la configuración de la casa. "Camarotes", me quedé pensativo, como en los barcos; y nunca se me ha olvidado.

El caserío Aldeco no tenía por entonces ningún tipo de instalaciones modernas y la cocina donde hicimos el txintxiburduntzi era un sencillo fuego bajo. El agua había que ir a cogerla a una fuente cercana, y para lavar los cubiertos empleaban una especie de fregadero que me llamó mucho la atención porque no era más que la piedra ahuecada del alfeizar de la ventana con un agujerito hacia fuera. No recuerdo cuando fue que me empecé a fijar que en la mayoría de casas norteamericanas, los fregaderos estaban siempre debajo de las ventanas. Supongo que fue cosa del cine, en escenas en que se veía a las madres fregando los platos y echando un ojo hacia el jardín donde jugaban los peques o donde se posaban los pájaros que hacen soñar. A esa conjunción entre ventana y fregadero acabé por definirla como un pattern del tipo de los de Alexander y lo llamé, claro está, "fregadero bajo la ventana". Como la asociación entre mi recuerdo del alfeizar de Aldeco con las películas americanas fue posterior a mis visitas al caserío de Iguria, no hice fotos, y por ello lo ilustro ahora con un improvisado dibujillo:


Tengo una foto exterior de esa ventana de la cocina  en la que, si se agudiza la vista, se llega a ver el agujerito de la piedra ahuecada que hacía de fregadero.


Esa sencilla escalera que baja al prado y a la huerta, hizo años después de mi primera visita, las veces de original soporte para una foto del grupo de familiares y amigos que habíamos comido a la sombra del caserío en un caluroso día de verano.



No estoy del todo seguro de eso que dicen que cuando te enamoras de una mujer te enamoras de todas, pero en lo relativo a los caseríos sí que puedo decir que es cierto. Cada vez que voy por el País Vasco me quedo alelado mirando la belleza de sus caseríos. Las más de las veces los veo desde el coche y me quedo con las ganas de parar a hacerles una foto, aunque en caso de parar me daría reparo  tener que dar explicaciones a los aldeanos. Por eso la foto de esta maravilla de caserío de Ochandiano, que tantas veces me asombraba en la vieja carretera a Urquiola creo que la tome de la Arquitectura Popular de Carlos Flores. El gran espacio de trabajo y almacén del portalón ocupa toda la altura fachada y llega hasta la gran cubierta.


En otras ocasiones el portalón se adorna con una columna como símbolo supremo de la arquitectura (tampoco es mía la foto):


Las siguientes dos fotos sí que las hice yo, supongo que en algún paseo por los alrededores de Elorrio. El armazón de madera del "gran barco" con sus "camarotes" en fachada, aparece claramente diferenciado del largo hastial de mampostería que contiene los almacenes y las cuadras, mientras que por el otro lado el caserío tiene la cocina y la salida a la huerta como en Aldeco.




De los trabajos de campo y libros de Carlos Flores para acá supongo que habrá habido muchos estudios sobre los caseríos, pero lo último que sé de ellos por mi cuenta (los sigo viendo poco más que desde las carreteras) es que o están en estado de abandono, como el que se ve junto al peaje de la autopista (foto de google street view)...


... o aún peor, están siendo fruto de "rehabilitaciones" que responden a usos y ocupaciones que poco o nada tienen que ver con sus patterns originales. Durante años he corrido el riesgo de tener un despiste en la autopista a Bilbao por culpa de un bellísimo caserío que tenía al lado un gran corral de similar construcción y textura. Desde que reformaron el caserío ya no quiero ni mirar hacia allí porque me duele el alma de verlo, así que, como tampoco les he hecho nunca foto, pongo la imagen de google street view:


Bueno, yo sólo quería dejar aquí un recuerdo personal del caserío Aldeco en el barrio de Iguria de Elorrio, pero me da que me he liado y que me ha salido un tema que me duele un montón no haber estudiado mucho más.