No quisiera por nada del mundo que ese gran proyecto de revisitar las catedrales del entorno de París que anunciaba en el anterior post, y la consiguiente pereza o irregularidad con que lo pueda acometer, parase la colección de lugares a los que yo creo que vale la pena ir. Y como hace unas semanas, estando en Madrid, se nos ocurrió excursionar a Chinchón e hice unas fotos, quisiera ponerlas aquí cuanto antes, no sea que se me pierdan o me olvide de ellas por las muchas cosas bonitas (o también cascótidas) a las que atiendo cada día. Y no es por poner fotos sin más, sino para decir que la sensación que tuve al estar en esa plaza fue como de un "milagro". De algo único, increíble, mágico. Esa sensación que te lleva a preguntarte que cómo es posible que los hombres hayan podido construir alguna vez una cosa así, o que cómo ha llegado hasta nuestros días y se va consiguiendo salvar de la tontuna arquitectónica y urbana que hoy reina por doquier.
Bueno, pues eso, que aunque esté llena de domingueros como nosotros, y aunque no sea un día tan grande de esos en los que en vez de una gran corrida de toros te encuentres con un mercadillo mezclado con exposición de esculturas modennas, aprovechad cualquier paso por Madrid para ir a verla, porque como toda gran arquitectura, las fotos no transmiten ni una décima parte de lo que emociona el espacio en sí.
No sé por qué, yo me la había imaginado más pequeña, quizás un poco más grande que la vieja plaza octogonal de Tarazona (ahora convertida en un cromo), pero es evidente que para compensar la impresionante presencia del volumen de la iglesia, ubicada al nivel de los tejados de la plaza, el espacio de ésta tenía que ser amplio y dilatado, como así es.
Pero con ser fantástica y sorprendente esa relación entre la arquitectura del volumen y la arquitectura del espacio, no es menos feliz el hecho de que la plaza no se cierre en un elemental círculo sino que consiga integrar lo mismo un fragmento rectilíneo de casas hechas de un sólo plumazo, o el rincón de la fuente por el que da a una calle en cuesta.
Como es de esperar, la plaza está llena de bares y restaurantes para los domingueros, lo que evidentemente le roba un gran porcentaje de autenticidad y la convierte en un monumento, pero a cambio nos regala recuerdos históricos como este del tal Frascuelo cuyo nombre sólo conocíamos tantos de nosotros por aquel verso de Machado (La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María...)
Puestos a reverenciar también a María subimos a la iglesia con la doble intención de ver su interior y de ver la plaza desde arriba, pero ni lo uno ni lo otro. La Iglesia de ahora con enseñar los volúmenes de antes ya tiene bastante, y la plaza, mira por donde, que también se le niega al curioso que se cree que podría verla como con google earth
Como toda gran arquitectura, insisto, lo genial no está en su concepción general o en su resultado más o menos espontáneo y sorprendente sino en en esos detalles (o más bien patrones) en los que Mies intuía que estaba Dios (o sea, el creador de la plaza)
Claro que mirando de cerca algunos detalles, como esa piscina que algún "restaurador" le ha puesto a esa vieja fuente que se ve que ya no puede ser fuente, también te pueden dar ganas de jurar en hebreo o pecar contra Dios por las nuevas ideas que les ha dado a algunos.
Pero no os preocupéis, que siempre podéis volver de los detalles más concretos a los más abstractos (patrones) y de la generalidad de la humanidad a la generalidad de este espacio, para volver a creer en los milagros.