lunes, 11 de mayo de 2009

7. PESSAC, Quartier Le Corbusier, Bordeaux, Francia.







El 17 y 18 de marzo del 2001 me apunté a un viaje colectivo a Burdeos organizado por el Colegio de Arquitectos Vasco Navarro en el que, entre otras cosas, visitamos la manzana de casas que construyó Le Corbusier en el barrio de Pessac a mediados de los años veinte según el famoso modelo de su casa Citroen. Para recordar aquella visita, escribí para Elhall este articulillo que reproduzco ahora aquí con el reportaje fotográfico completo que hice aquel día.







La arquitectura es siempre el resultado de un tira y afloja entre el cliente y el arquitecto, una negociación, que se diría hoy en día, o si me apuran mucho, un “diálogo”. Sin embargo, cuando la historia o los periodistas historiadores se fijan en los edificios, olvidan por lo general al cliente, y en la génesis o autoría de los mismos suelen mencionar sólo al arquitecto. A veces se da el caso de algunos clientes que, adelantándose a los historiadores y periodistas, se inmolan a sí mismos en beneficio de la autoría exclusiva del arquitecto. Cuando eso ocurre, la respuesta a la pregunta que se hacía Pepe Garrido hace dos o tres halles de si los arquitectos somos unos artistas es un claro “sí” en vez del “no” que él generalizaba (y que cabía entender como un deseo...). Ahora bien, cuando no hay cliente y el arquitecto lo es todo, lo interesante es ver lo que pasa después con esas arquitecturas nacidas como “obras de arte”.

Las actuales arquitecturas de autor, creadas como los cuadros de los pintores contemporáneos para entrar directamente en el Museo o en la Historia, tienen la suerte de que una miríada de historiadores y conservadores de museos nacidos con los Estados del Bienestar, controlarán rigurosamente el mantenimiento de sus formas originales o, hasta incluso, de las intenciones del artista. Pero algunas de las obras de arte que se crearon hace más de cincuenta años, cuando el estado de Europa era más bien un estado de guerra, tuvieron un destino completamente distinto: la rendición inicial del cliente ante el artista no tuvo continuidad posterior entre los usuarios y el artista, y el espectáculo del encuentro (o encontronazo) entre unos y otro resulta de lo más “edificante”.

Leonardo Benévolo ya había sacado en su Historia de la Arquitectura Moderna el resultado de las transformaciones que algunos clientes habían hecho en algunas de las casas de Le Corbusier; aunque vistas de forma aislada, en libro, y con fotos en blanco y negro, no causaban mucho impacto. Sin embargo, en el barrio de Pessac junto a Burdeos, que recientemente visitamos en compañía de los arquitectos del Colegio Vasco Navarro, el choque entre el artista y los sucesivos inquilinos de las cuarenta casas, adquiere características de auténtica batalla campal.

Para los creyentes (y en el viaje lo eran casi todos) el espectáculo debió de ser como el de un Jesús de Nazaret crucificado por las turbas. Para su inmediato consuelo se les explicó rápidamente que se había iniciado un proceso de restauración mediante la reconstrucción ejemplar de una casa, a base de subvenciones a aquellos que devolvieran las casas a su estado original y, sobre todo, animando a creyentes (arquitectos, artistas, etc.) a comprar las casas y restaurarlas.

Se puede pensar que los ateos disfrutamos un montón con la masacre que los franceses de a pié les habían hecho a los volúmenes, colores, ventanas y otros inventos corbuserianos, pero esa es un visión teísta (muy frecuente, por cierto), según la cual los creyentes piensan que, al fin y al cabo, los ateos toman a las turbas por su dios.

Craso error. Los Ateos del Arte de la Arquitectura disfrutamos de lo lindo porque vimos juntos a un gran artista y a un pueblo activo: porque vimos, al fin, el diálogo que había sido sustraído.