A mi hija pequeña le debo un libro, pero como no tengo perspectivas de escribir ninguno, le dedico hoy este post porque cuando tenía sólo once años recién cumplidos la hice posar en la columna de St Paul Church en Covent Garden para evocar la transformación que el profesor Higgins hizo de la Hepburn a través del lenguaje en My Fair Lady.
Y mira por dónde que tiene gracia la cosa porque mi hija ha acabado siendo filóloga y enseñando lengua por esas tierras bárbaras de Europa.
Pero dedicatorias aparte, lo que nos interesa en este blog es la arquitectura y el escenario en que se inició dicha transformación: la iglesia de St Paul en Covent Garden, proyectada por Iñigo Jones en la primera mitad del siglo XVII, cuando Inglaterra acababa de ser, también transformada, y para siempre, por el genio teatral de William Shakespeare.
Estudiando en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, hice un viaje de estudios a Inglaterra en la primavera de 1975 dirigido por el catedrático de Urbanismo Manuel Ribas Piera del que guardo un recuerdo imborrable, seguramente porque era uno de esos primeros viajes en los que uno descubre el mundo, pero también porque decidí hacerlo sin cámara de fotos. Una de las noches de los cuatro o cinco días que pasamos en Londres salí a dar un solitario paseo por la zona de Covent Garden y alcanzó a pillarme un buen chaparrón, por lo que me resguardé en el pórtico de St Paul a ver salir la gente del teatro (o de la ópera) compartiendo el espacio con un vagabundo.
Aunque yo sólo tenía veintiún años, ya por entonces había visto la célebre película de George Cukor (1964) y había podido descubrir en el segundo volumen de la Arquitectura del Renacimiento de Leonardo Benévolo la elegancia en el diseño de Iñigo Jones. Probablemente también tuviera en la memoria alguna clase de Rafael Moneo sobre algún aspecto compositivo de dicho edificio que ya no logro recordar.
Digo bien, "aspecto compositivo" y no lectura historicista del mismo. Y la diferencia es esencial: porque Moneo no enseñaba historia sino arquitectura, y mientras que la mayor parte de la gente (el noventa y nueve por ciento de lo que podamos leer) ve los edificios antiguos y no saben hacer con ellos otra cosa que historia, Moneo nos descubrió que antes de que Le Cobusier y la Bauhaus abolieran las columnas y los ornamentos también había habido arquitectura, y que esforzándonos un poco, podíamos aprender mucho de ellos. Lo más importante. Lo mejor. Sus más interesantes virtudes: el espacio, la elegancia, la impronta, la proporción, la mezcla de elementos aúlicos y vernáculos o los trucos de composición.
Volví a Londres en mayo del 2004 dirigiendo esta vez un viaje de mi Escuela de Diseño y llevé allí a mis alumnos a dibujar. Y también a mis colegas profesores, los javieres:
Y si me tocara otra vez pasar por Londres, es seguro que no dejaría de visitar tan curiosa obra de arquitectura porque el misterio de sus proporciones y la sobriedad de sus decoraciones me siguen teniendo embobado.
Lejos del envaramiento del texto de Benévolo o del otro texto del mismo estilo que tenía a mi alcance antes de internet (el de Christian Norberg Schulz del volumen de Aguilar), leo ahora en la red algunas anécdotas más sabrosas que nos aproximan a los entresijos de la construcción del templo, como la del encargo de Lord Bedford a Iñigo Jones pidiéndole que no hiciera la iglesia mucho mejor que un granero, y la respuesta de Jones: Then you shall have the handsomest barn in England.
Como era de esperar, el otro tratadista que nos faltaba, Summerson, lleva el agua al molino del ejercicio arqueológico de los estilos clásicos diciendo que se trata de una reinvención de lo etrusco, lo que nos sitúa en la pista de los estupendos viajes de Jones por Italia y nos devuelve a la historia, los estilos y otras cosas sin mayor interés. Por eso, lo más jugoso del asunto puede que esté en las razones urbanísticas y especulativas del nuevo trazado a la hora de renovar esta parte de la ciudad, y la respuesta de Iñigo Jones creando el doble juego de una plaza italiana por delante (donde luego se construiría el famoso mercado) y un recoleto jardín por detrás.
De las tres veces que he estado en su porche no había entrado nunca a su interior, pero eso nos lo soluciona internet en un plis plas. No es un granero ni es el Banqueting Hall, pero decoraciones aparte es un espacio luminoso y dignísimo.
Y tampoco había estado en el jardín trasero, carencia la mía que vuelvo a arreglar echando mano de esta inagotable fuente de información. Hasta las plantas, las fachadas y secciones encuentro ahora en internet. Qué lujazo.
Prefiero no comentar mucho y que seáis los lectores quienes recorráis el edificio a partir de todo el material que pongo aquí, pero como yo también soy nuevo en la mayor parte de sus elementos no puedo dejar de acompañaros en la sorpresa que me produce el juego de las puertas de entrada, la inversión de la posición de la cabecera o la transición entre la noble piedra del gran pórtico hacia la modestia del ladrillo, mezclándolo todo en la fachada trasera y metiendo las campanas dentro del frontón (!!!) con el nuevo dios Cronos por delante y por detrás.
Una primera aproximación a un edificio no debe hacerse nunca sin mencionar sus medidas, pero como de los planos no se pueden obtener, me voy a la regla de Google Earth para descubrir (con la imprecisión lógica de la herramienta) que la planta la forman dos cuadrados de 21,5 m de lado, por lo que su longitud total es de 43 metros, y que el jardín trasero es otro cuadrado de justamente 43 por 43 metros (!).
No sé si volveré a sentarme en la basa donde Audry Hepburn encontró a su Higgins, pero lo que tengo claro es que en internet he encontrado una fuente de sabiduría que suple con creces a toda mi librería y que es capaz de complementar con una eficacia sin precedentes a todos los viajes que podamos hacer. Un placer haber vuelto a St Paul de Covent Garden, haber viajado al siglo XVII y saludar cordialmente a Iñigo Jones. Una alegría también compartirlo con ustedes gracias a internet. Y la gran satisfacción de dedicarle este post a mi hija Elena.