jueves, 5 de septiembre de 2019

103. LA TORRE DE MONTAIGNE



Tenía curiosidad por estar un rato en la famosa torre de Montaigne, porque parece ser la evocación perfecta de esas "torres de marfil" que solemos construirnos en nuestra imaginación cuando estamos hartos del mundo. La desaparición del chateau del que formaba parte, le confiere a la torre una singularidad o un aislamiento aún mayor. No tengo muy claro cuál era la relación entre la torre y el edificio principal del chateau. El dibujo más antiguo que había en un cartel de por allí mostraba que la torre estaba lejos de la construcción principal, en un rincón del patio...


...y que la remodelación del chateau al refitolero estilo le Duc ha dejado las cosas tal y como estaban.


Como la fachada principal del chateau mira hacia el valle y es casi una trasera...



... la torre de Montaigne no es para nada un lugar retirado, sino que es lo primero que se encuentra el visitante cuando llega al lugar. Casi parece la torre del portero...


... pues junto a ella se encuentra la puerta del cortile, que es el verdadero centro del lugar. :


Nada más atravesarla, aparece a mano derecha la puerta de la torre:


Entre el cortile principal del chateau y la torre hay como un pequeño patio de entrada de la propia torre.


En ese pequeño recorrido y especialmente vista desde fuera, ya vamos viendo que la torre posee una volumetría excepcional formada por la imbricación de tres volúmenes, dos circulares (es de suponer que el pequeño pertenezca a la escalera) y otro prismático. La chimenea se suma a los remates.


La fotografía aérea de google earth despeja las dudas que pudiera crear mi descripción:


Sobre los méritos de Montaigne no creo que haya ninguna duda. Casi seguro que cuando en el otoño del 2001 compré los Ensayos editados en 1998 por Cátedra, ya me habría hartado de leer hagiografías del perigordino en los periódicos y me sentiría obligado a leerle.


Pero por las páginas subrayadas (y sobre todo por las sin subrayar), deduzco que mi lectura fue bastante incompleta y poco entusiasta. Así que lo más singular de Montaigne, para mí, seguía siendo su decisión de refugiarse con sus libros en una pequeña torre de su palacio y alejarse del mundo a la edad en que el mundo empieza a defraudarnos. En su caso a los 38 años. En mi caso, diría yo, fue a los 35, cuando dejé la profesión de arquitecto y me compré una buhardilla para esconderme en lo posible con todos mis libros.


A finales del 2008 me compré la edición que había publicado Acantilado un año antes. En los estudios preliminares ya se advertía que al respetar la edición de su admiradora Marie de Gormay de  1595, la lectura de los Ensayos sería menos fácil que en las ediciones anteriores basadas mayormente en las de Burdeos y París de 1580 y 1588. El tomo de 1728 páginas con proliferación de notas por todas partes, no hacían desde luego muy amable su lectura, pero aún con todo intenté sin éxito pasar por todas sus páginas para extraer con mis subrayados cuantas perlas pudiera. Tras cogerlo y dejarlo varias veces junto a mi sillón de lectura, Montaigne seguía siendo, más que un amigo cercano, el personaje de la torre.


Todo lo contrario que para Stefan Zweig, quien encontró en Montaigne poco menos que un colega intelectual viviendo en parecidos tiempos de turbulencias sociales. Aunque Acantilado publicó la biografía de Zweig en el 2008, no ha sido hasta después de mi visita a la torre que me enteré de su existencia y me la devoré en dos tardes. La primera parte del libro de Zweig era bastante predecible, pero el final estaba lleno de sorpresas. Nada sabía yo que después de diez años dejó la torre para hacer un largo viaje a Italia de dos años y que de vuelta a casa retomó con éxito su vida pública merced al prematuro éxito de los dos primeros tomos de sus Ensayos. Parece haber muchas pistas del periplo final de su vida, incluida la precipitada huida de Burdeos por la peste, pero al margen de su vida pública, lo que más me intrigaba en la vida de Montaigne, no lo acaba de resolver ni Zweig ni nadie: el amor a las mujeres y su fracaso matrimonial. De quien primero se huye es de quien más cerca se está.


¿He dicho colega intelectual? ¿He dicho intelectual...? Buscando noticias sobre Montaigne por la red he encontrado un vídeo algo pretencioso, formalmente hablando, pero que aporta cierto aire fresco sobre tanta beatería hagiográfica:



El tipo, Jesús G. Maestro, se las trae. Es un profesor de Vigo que parece haber despertado la crítica en la literatura y... que más o menos es tan odiado como yo ...por haber despertado la crítica en la arquitectura. Esta entrevista (y sus comentarios anónimos...) son buena prueba de ello.


Pero volvamos la vista hacia Montaigne, o mejor, a su ventana al sur y al mundo, que es lo más próximo y fehaciente que nos queda de aquel personaje francés del siglo XVI convertido ya en mito.

Yo me quedé mirándola largo rato en el silencio de una agradable mañana de este verano del 2019 sin entrar al interior de la torre, porque lo que no puedo aguantar son las visitas guiadas...

Un poco más allá de los recuerdos, volvimos nuestros pasos a donde habíamos dejado el coche, para constatar la cruda realidad de que Les Essais son ahora la marca de un vino tinto, y el Chateu de Montaigne, de un vino blanco.