viernes, 29 de octubre de 2010

40. LA CASA FAMILIAR EN ANGUCIANA, La Rioja.

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No me urgía traer aquí, entre las casas de mi vida, la casa familiar de Anguciana, porque la tenía por un valor seguro e imperecedero. Pero como habrá podido ver el lector de Cascotes, el asedio a que ha sido sometida últimamente por el “diseño” de los alrededores (ingeniería de tráfico en la carretera, y pavimentación y mobiliario de arquitectos en la nueva plaza, Cascotes 146 y 155) me ha hecho pensar mucho en ella, seguramente porque lo mejor de esa casa era su ubicación, es decir, “sus alrededores”.

Aunque ahora todos la tengan por la casa de los Diez del Corral en Anguciana, nada más falso porque la casa era de los Angulo, concretamente de una hermana soltera de mi abuela, Milagros Angulo, y según tengo oído, debió de ser su padre, Ricardo Angulo, quien le dio el empaque con que ha llegado a nuestros días a base de unir dos o tres viejas casas rurales, regularizar la posición de sus tres balcones a la plaza y construir una gran galería al sur. Cuando yo era un renacuajo, la solterona tía Milagros moraba en solitario en esa inmensidad de habitaciones acompañada por su sobrina y hermana de mi padre, Pilar Diez del Corral Angulo, también soltera, quien a la postre heredaría la casa. La tendencia de mi pade a no perder las raíces con su pueblo fue lo que hizo que poco a poco fuéramos entrando nosotros a habitar esa casa, bien pasando los veranos con las dos tías, o como en mi caso, quedándome en solitario o con algún otro hermano a pasar los inviernos y estudiar así mis primeras letras en la escuela del pueblo.

Pero vinculaciones familiares aparte, lo que me interesa ahora es mirarla con “ojos de arquitecto” para descubrir todos esos valores que ahora ignoran o desprecian “los arquitectos”. Y como por razones obvias no voy a descubrir su interior más que a rasgos generales, la mirada que quisiera compartir con los amantes de la arquitectura que aquí vienen, es la del exterior, y hacerlo en un doble sentido: en la forma en que se ve la casa desde el pueblo y en la forma en que se ve el pueblo desde la casa. Es decir, la enorme sensación de presencia y de vida en el pueblo que posee esa casa.


Sin ser gran cosa, la fachada es como un orgulloso esfuerzo de poner orden y geometría donde no lo había. Y esa es para mí, o esa ha sido siempre para mí, la arquitectura, la gran arquitectura.

Por dentro las cosas no son tan claras porque no hay ni una habitación que tenga los ángulos rectos. Escandalizado hace muchos años porque siendo arquitecto yo no hubiera levantado una planta fidedigna de la misma, me puse a ello, y tengo que confesar que ante las irregularidades de las cotas acabé por desistir. La única medida que en verdad me interesó es la de las alturas de los techos, inusualmente baja en sus dos plantas vivideras (se toca el techo con la mano), y similares por tanto a las casas de Wright o Le Corbusier. La planta baja, donde estaban el granero y las cuadras, o la planta bajocubierta, caótico desván, tienen alturas superiores, cumpliéndose así el pattern (Alexander) de “variedad en la altura de techos”


Otro gran gesto de ordenación arquitectónica por parte de su artífice fue la construcción de la doble galería al sur, verdadero captador de energía solar para caldear la casa (¡ahora se diría que sostenible!).

De esa galería ya hablé y puse una foto en el LHD a propósito de la ilustración del pattern “sol dentro”  donde también apunté que, sin embargo, el constructor se quedó un poco corto en la anchura de la misma no llegando al pattern que propone Alexander para las así llamadas “habitaciones exteriores”. La galería de la casa de los Medranos en Anguciana tenía una anchura mucho más útil y la de mi casa en Logroño (foto en la mencionada entrada del LHD) también.



Bien como captador de sol, pero floja como habitación exterior, lo mejor de la galería es su presencia en el jardín. Porque esa es otra pieza maestra de la arquitectura de esa casa, el jardín de “tapias altas” (otro de mis patterns favoritos de Alexander).

Hace unos cuantos años leí en alguna estúpida normativa urbanística redactada por arquitectos la expresa prohibición de hacer jardines con tapias altas. Menuda memez. Seguro que quien redactó esa normativa no había estado jamás en un lugar como el jardín de mi casa de Anguciana, un verdadero oasis en el mismo centro del pueblo gracias también a la colaboración jardinera de mi padre que cuando empezó a coger las riendas de la casa le dio sombra con tres hermosas acacias y lo forró de enredaderas.




Otro de los patterns de que hizo gala en su día fue el de “banco a la entrada de la casa”, en concreto, bancos, dos, por aquello del empaque geométrico.


Desaparecieron con un arreglo de la fachada y con las posteriores aceras de la plaza. Pero quién iba a imaginar a dónde iríamos a parar en esto de los bancos... (v. Cascote 155)

Pero vayamos ya a las vistas desde la casa porque es gracias a ellas donde se siente verdaderamente la presencia del pueblo en su interior. Sus seis balcones, abiertos a la zona triangular de la plaza siempre la han mirado como de soslayo y por eso el foco de atención de la fachada norte siempre tira a lo alto del campanario de la iglesia, y en concreto a la contemplación del nido de las cigüeñas.



Y ya que traigo otra vez a colación la presencia de los animales en la vida del pueblo, no está de menos contar que desde siempre las abejas han elegido uno de los balcones centrales de nuestra casa para enjambrar, y que ahí siguen:


El lateral izquierdo de la casa (según se mira de frente) posee unas medias ventanas que se abren al que fuera uno de los puntos más singulares y lleno de vida del pueblo, el desaparecido badén, lugar que mereció por ello una entrada propia en el blog de Anguciana. Y esta es la vista que puse allí.



Pero la vista más secreta y oculta que se tiene desde la casa, es la que ofrece un ventanuco del desván abierto a un patio situado en su medianil oeste. Como es la habitación más escondida de la casa, siempre fue mi preferida para refugiarme allí a leer y, de paso, a contemplar casi a hurtadillas, las almenas de la que durante un par de generaciones fuera, en efecto, la casa de los Diez del Corral cuando el bisabuelo Justo se casó con la señora del Castillo, doña Pilar Blanco de Salcedo.


Bueno, seguro que me dejo en el tintero un montón de cosas, pero nada me apetece más: pues si hay un pattern que verdaderamente me gusta en materia de arquitectura y que se cumple a la perfección en la casa de Anguciana, es el de ser una casa con innumerables cosas que contar, Un casa siempre “con misterios”.