Ya saben que en este blog mezclo comentarios de arquitectura con notas personales, así que no esperen un artículo sesudo de esos que escriben los historiadores del arte. Simplemente quería responder a la hipotética pregunta de cuál es el edificio que más "me gusta" de Logroño, o... al que más aprecio tengo. E inevitablemente me viene a la memoria un recuerdo muy personal. Tenía yo diez años, mi familia se acababa de mudar de Madrid a Logroño, y en uno de los primeros paseos que di con mi padre por la ciudad me dijo que la aguja de Palacio era un edificio excepcional en España y que no había otro igual. Creo recordar que la fuente de datos que utilizaba era la sabiduría y memoria de su hermano Justo, quien a su vez decía que sus formas tenían que ver, en todo caso, con algún remoto modelo del norte de Europa. Así pues yo no lo asocié nunca con las agujas de las torres góticas ni con los capirotes de nuestras semanas santas, sino con un modelo arquitectónico venido de muy lejos. Sin embargo, con todo lo que he viajado y visto por Europa después, nunca he encontrado un cimborrio parecido y lo que más me ha recordado a nuestra querida aguja de Palacio es la extravagante "flecha" de hierro que le pusieron al cimborrio de la catedral de Rouan a mediados del diecinueve. Busco ahora en internet y tampoco encuentro nada similar, pues la mayoría de los cimborrios están más pendientes de la entrada de la luz al crucero que de lograr una forma exterior tan rotunda. Una forma que se aprecia desde unos cuantos lugares de la ciudad que, por eso mismo, han sido para mí lugares muy singulares.
Intentando reconstruir aquel paseo que di con mi padre cuando nos trasladamos a vivir a Logroño, el pasado mes de julio del 2016 di otro paseo con mi hija Elena para fijar los puntos de la ciudad desde donde suelo disfrutar de la perspectiva de la aguja de Palacio, y este es el reportaje fotográfico que hicimos. Empiezo por la vista que se tiene desde la embocadura de la plaza Amos Salvador, que es el punto desde el que más veces la veo a lo largo del año:
Me encanta ver su esbelta figura en el estrecho espacio que se abre entre la trasera del palacio de los chapiteles y la casa donde estaba la antigua tienda de la Logroñesa de Armas. Cuando te adentras en el espacio duro y semipeatonal de la plaza, parece como si quisiera esconderse:
En la reconstrucción de la casa, que en un principio querían tirar los arquitectos municipales para abrir una calle entre San Bartolomé y Palacio, han puesto un par de chimeneas que casi la hacen desaparecer de verdad:
Nos adentramos por entre las casas, los porches, las farolas, jardineras, bancos y juegos infantiles de uno de los planes de "reconstrucción" del casco viejo y obtenemos otra fuerte imagen de contraste:
Ay, qué lugar tan desazonante. Pero bueno, al menos hemos llegado a los pies de la aguja y podemos contemplarla de cerca:
No les voy a contar la historia de las reformas que se hicieron en el siglo XVII para evitar su ruina y que dejaron a los ventanales de la corona del cimborrio como paso de palomas . Lo tienen contado en la wikipedia o en las varias guías de arquitectura de Logroño (en la mía, cómo no, hay un comentario irónico sobre la forma local de hacer Historia de la Arquitectura y lo que pueden encontrar si buscan por ahí: pag 65)
Por otra parte, en internet he encontrado el curioso blog de una estudiante riojana aficionada al rugby, abierto tan sólo para contarnos su relación con la iglesia. Enseguida se cansó de la relación, claro, pero ahí ha quedado su blog hasta que le dé a google o a ella misma por quitarlo. María Puy se llama. Ahora prefiere contar sus cosas en facebook.
Con el regusto del relato sentido de María y sus pinceladas costumbristas sobre los vagabundos que pueblan su entrada, bajamos por el cantón hacia la Rúa Vieja esquivando otros juegos infantiles para ver la aguja con la torre de Raón:
Y nos damos cuenta de que lo singular de "nuestra aguja de Palacio" es que por estar enclavada en el centro de la iglesia es evidente que no quiere nuestra proximidad, y que la mejor expresión de ese deseo es la exagerada forma piramidal con que apunta al cielo.
Nos alejamos entonces por el ruinoso tramo de la calle Mayor que va hacia el hospital y nos damos la vuelta de vez en cuando a contemplar la aguja:
Mira por dónde que cuando nos paramos a hacer la foto nos percatamos que tras nosotros viene la máxima autoridad de la ciudad, la alcaldesa doña Cuca Gamarra, acompañada del concejal de urbanismo, un guardaespaldas y hasta la policía municipal. Menuda comitiva que traemos detrás.
Estarán arreglando el casco antiguo, me digo. Les dejamos pasar y la sra Gamarra mira al suelo para no saludarme. Aunque nos veíamos casi todos los días tomando café en el Bar de la Glorieta cuando aún no era alcaldesa, y supongo que sabe bien quién soy, lo cierto es que nunca nos han presentado, y según los protocolos sociales tiene razón en mirar al suelo. Pero también es verdad que hace más de un año le pedí una audiencia para hablarle de mi ilusión de continuar con la Guía de Arquitectura y todavía estoy esperando. Por el fondo de la calle Mayor se asoma la trasera de la torre blanca. Miramos también nosotros al suelo, pero en señal de duelo, y seguimos un poco más adelante hasta el cruce con la calle de la Cadena y del Puente para tomar otro par de vistas de nuestra querida aguja, imágenes inéditas y sólo ahora posibles por la ruina del barrio:
Los omnipresentes bolardos parecen hacer juego o representar una procesión. Vemos por la izquierda que las torres de la Redonda quieren sumarse al funeral.
Aunque nunca se sabe qué es peor, si la ruina o la reconstrucción banal. El Colegio de Médicos de Aurelio Ibarrondo, con sus ventanas de espejos y su excesiva altura nos vuelven a esconder la aguja cuando empezamos a cruzar el Ebro por el puente de piedra.
Y cuando no son las construcciones de la "rehabilitación" es la nueva vegetación del parque que tanto nos hace añorar las imágenes de la fachada al Ebro que tenía Logroño hace tan sólo medio siglo.
Aún con todo, la aguja de Palacio se sigue asomando por encima del arbolado acompañada a lo lejos por la torre de San Bartolomé y las dos de la Redonda.
Tiramos lo que podemos de teleobjetivo para acercarnos en lo posible a su huidiza figura...
... y finalmente encuentro al final del puente un único punto en el que vuelven a equilibrarse las torres de las tres iglesias (como en las fotos antiguas), aunque en vez de la cuarta, la de Santiago, me sale el mamotreto de la Torre de la Gran Vía.
El pasado nunca vuelve. Sólo son raíces. O modelos. Pero ahí están: para alegrarnos los paseos por la ciudad. O para hacernos pensar que nadie le ha escrito nunca un poema, aunque la poesía a un famoso ciprés bien podría aplicarse a nuestra aguja de Palacio:
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza...
etc.