Hablo en este blog de euforias arquitectónicas o de emociones urbanas, y eso mismo es lo que he vuelto a sentir este mes de abril al llegar a Segovia y toparme con su acueducto.
Una alegría que probablemente esté en que su grandeza no haya que buscarla únicamente en su carácter de gran infraestructura, sino más bien en su nivel de detalle. Por eso he puesto la imagen de las piedras de un pilar antes que la foto de la gran arquería que hace de puerta y tamiz de la ciudad. Porque hay una mezcla en esa imagen de la perfección geométrica humana y de la irregularidad formal producida por el propio material o por el paso del tiempo, en cuya simbiosis está la clave de la belleza de la arquitectura. O de su alegría. Geometría por un lado, y vicisitudes del tiempo por otro.
A nivel de detalle tiene además el Acueducto otra pieza que me causa especial simpatía: la moldura decorativa que va estableciendo los pisos y cambios de tamaño de los pilonos. Una tontadita ornamental de esas de las que la modernidad abominó en su día olvidando que las molduras sirven para "modular", y que la modulación arquitectónica es la clave de la humanización de un gran edificio.
En su zona central el acueducto tiene un primer piso como de cimientos o de adaptación al terreno. Luego dos pisos iguales de cinco o seis sillares cada uno, y a partir de ahí, un esbelto piso que se estira hacia arriba para dar arranque a los arcos.
Parecen tan frágiles esos arcos del primer nivel que las molduras de las pilastras del segundo no se atreviesen a cargar sobre ellos y se quedan con un simple pie hacia delante apoyado en unas pocas piedras de la plementería que hacen maravillas para encajar entre los arcos.
Sólo en la zona central las molduras que hacen de base de las pilastras del segundo piso se prolongan y unen entre sí para dar soporte a ese frontispicio simbólico que consigue centrar la composición de un artefacto que se extiende por el valle hasta perderse en sus requiebros.
Llama poderosamente la atención también que el remate superior sea de opus incertum, como si no fuera con el resto del acueducto, como si guardara la forma de una acequia excavada en la tierra. Toda esa gigantesca obra de arquitectura es el soporte de un humilde hilo de agua.
Es entonces como uno de esos toros altivos que dominan todo el espacio a su alrededor, y que al sentirse cansados requiebran y permiten que los mozos se le vayan acercando.
Pasamos por la zona destruida por los moros y reconstruida en el renacimiento con unos arcos que hablan de otros tiempos, otra sensibilidad:
Y al final llega a nuestra altura, jugamos con él, inclina la cabeza y somos hasta más altos que su primer arco:
Nos quedamos a solas con su modesta acequia de mampostería y llegamos no sin cierta emoción hasta el final actual, donde en sus tiempos acabaría empotrado en la tierra y donde ahora ha sido cercenado para dar paso a la ampliación de las calles de la nueva ciudad.
Meto entonces la cámara de fotos para poder estar en el motivo y esencia de tan gran arquitectura:
Y nos volvemos al punto de partida para seguir disfrutando ahora de los diferentes juegos que el acueducto hace con la ciudad: sirviendo de final de perspectiva de todas esas piezas que se apiñan en la ciudades en ladera,
Haciendo de cortina de sol y sombra con el sol de la mañana:
O recibiendo los últimos rayos de sol de la tarde, como las montañas que rodean las ciudades:
Segovia es una ciudad herida de gravedad por el fenómeno del turismo, la pérdida de sentido de sus numerosos edificios nobles o religiosos (qué tristeza da entrar en su helada catedral negocio, por no hablar del desolado espacio anterior a sus pies). Segovia es otra de esas ciudades que se vacían a sí mismas convirtiéndose en museos y cayendo en una peatonalización generalizada que menoscaba su Plaza Mayor y se hace más hiriente en la avda Fernández Ladreda (foto de arriba). Segovia es una ciudad al servicio o en venta al visitante, lo que da en general bastante pena. Pero la contemplación y el diálogo con su acueducto le devuelve a uno la sencilla alegría de la arquitectura. Y quién sabe, si hasta la esperanza.